
El pasado sábado 20 de abril se celebró en Sao Paulo un concierto del grupo ruso de punk rock Pussy Riot. Los frecuentes gritos de "fuera Putin" fueron acompañados en esta oportunidad por los de "fuera Bolsonaro". Si bien el público asistente era per se bastante refractario a la figura del presidente de Brasil, este mensaje debe ser analizado conjuntamente con las encuestas que hablan de una importante bajada de la popularidad del presidente tras cumplirse los primeros 100 días al frente del Gobierno, una cifra ya ampliamente rebasada.
Una reciente encuesta de Datafolha señala que solo un 32 por ciento de los brasileños piensa que su gestión ha sido buena o muy buena, un 33 por ciento la considera regular y un 30 por ciento mala o muy mala. Pero no solo se ha deteriorado su imagen interna. Lo mismo ocurre con su valoración internacional. Fuera de Brasil su inexperto y contradictorio presidente nunca ha sido bien valorado. Algunas de sus declaraciones, como su intento de legitimar el golpe militar de 1964 y la dictadura posterior o la definición del nazismo como movimiento de izquierdas, explican la negativa del Museo de Historia Natural de Nueva York de albergar la gala de la Cámara de Comercio Brasil-Estados Unidos que debía homenajear a Bolsonaro, elegido como "Personalidad del Año". De forma consecuente, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York definió a Bolsonaro como "un ser humano peligroso".
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha provocado semejante descenso en la popularidad del presidente? Si bien Bolsonaro ganó la elección de forma contundente, impulsado por un fuerte sentimiento anti PT, se esperaba de su gestión un vendaval de medidas y reformas que rápidamente pusieran a Brasil en marcha. Esto no ocurrió y hubo muchas expectativas frustradas. Más allá de la libre portación de armas, la mayor parte de sus promesas siguen sin cumplirse. Incluso no avanzar la repetidamente definida como clave y esencial reforma del sistema de pensiones.
Habría que comenzar apuntando a las grandes contradicciones que co- rroen su Gobierno, producto de las al menos cuatro facciones que interactúan y se enfrentan entre sí. En primer lugar ,el grupo más ideologizado, integrado por sus tres hijos, su gran gurú (afincado en Estados Unidos) Olavo de Carvalho y algunos ministros como Ernesto Araújo, que apuestan por una línea que prima la agenda valórica y las alianzas con Estados Unidos e Israel por encima de la realidad.
El segundo está integrado por el equipo económico liderado por Paulo Guedes, generalmente definido como neoliberal, gran partidario del mercado, de la apertura exterior y de las privatizaciones. También tenemos al exmagistrado Sérgio Moro y sus más directos colaboradores, que están pensando en las próximas elecciones. Finalmente están los militares, con el vicepresidente, el general Hamilton Mourão, al frente. Paradójicamente, ellos se han convertido en el sector más pragmático del Gobierno, con los pies pegados al suelo y una clara visión de Estado, aunque se discrepe de ella.
En su mejor línea confrontacional, Bolsonaro ha decidido oponer la nueva política, por él representada, a la vieja, encarnada en los partidos tradicionales. Su inexperiencia lo ha llevado a seguir en campaña en lugar de gobernar, polarizando a golpe de tweet y difundiendo mensajes que, en vez de dirigirse al conjunto de la nación, crispan y dividen. Para colmo, hasta ahora los encargados de su política de comunicación pensaban que era más rentable enfrentarse a la prensa que contar con ella para transmitir sus mensajes.
Los malos resultados de las encuestas, el rechazo creciente a sus posiciones, el bloqueo parlamentario de algunas de sus iniciativas y la posición cada vez más firme de los numerosos militares que ocupan altos cargos lo han hecho reflexionar. De ahí algunos cambios que pueden alterar el rumbo de su gestión, como el diálogo con los dirigentes de los partidos tradicionales o la reforma de su política de comunicación. Sin embargo, para que el giro sea completo debería romper tanto con Olavo de Carvalho como con sus hijos, algo prácticamente improbable en este momento.
De seguir por este camino, no sería imposible que la pregunta mil y una vez formulada en los cenáculos de Brasilia o São Paulo se hiciera realidad. ¿Completará Bolsonaro su mandato de cuatro años? La situación es más dramática por el lamentable estado de los partidos tradicionales, ninguno de los cuales está en condiciones de llevar adelante una oposición consecuente ni cuenta con liderazgos renovados para afrontar los difíciles tiempos que están por llegar.