Opinión

Farfolla y hojarasca

Foto: Archivo

Una de las técnicas más elementales y primitivas del ilusionismo consistía en que el mago atraía la atención de los ojos del público con los movimientos y maniobras de una de sus manos, mientras que con la otra y disimuladamente, montaba el truco o el escamoteo. El discurso electoral del tripartito es uno de los ejemplos más acabados de esta técnica de los prestidigitadores noveles. Una exuberancia paroxística de palabras altisonantes, que buscan incentivar las atávicas filias y fobias de la audiencia. Y todo ello al servicio de un relato basado en una tríada de trágica clásica: el héroe-mártir, el villano y el traidor.

La España que el tripartito sitúa en el riesgo de desaparición es la actualización de la que, en 1934, la Falange Española reflejaba en sus puntos fundacionales: "Algo distinto a cada uno de los individuos y de las clases sociales que la integran. Y también como algo superior a cada uno de ellos y aún el conjunto de todos ellos." Es decir, España es concebida como una sublimación descarnada de toda concreción humana, histórica, territorial, social o cultural. Un mito en resumen.

Y como cualquier otro mito, se constituye a sí mismo como referencia; no necesita ser definido, explicado o concretado. Un pretexto para cualquier discurso político que desee escamotear los problemas económicos, sociales y políticos de fondo y evitar así posicionarse ante ellos. Solamente y cuando no tienen más remedio, acuden a tópicos como el crecimiento sostenido, la factibilidad de las pensiones públicas o la iniciativa privada como motor seguro para el progreso. Y, por supuesto, no existen ni la corrupción ni las cloacas del Estado ni muchísimo menos la memoria.

En esta fábula, el villano tiene varias encarnaciones. Está claro que el separatismo catalán está de actualidad por razones obvias. Pero a poco que sigamos el relato aparecen las otras amenazas al "esencialismo" español: la inmigración, el islam y la anti España: republicanos, agnósticos, librepensadores y, sobre todo, comunistas. El comunismo ha dado mucho juego en la construcción del mito de la personificación del mal absoluto. Llaman comunismo a cualquier propuesta que se limite, simplemente, a pedir el cumplimiento de los artículos más sociales de la Constitución. El villano por antonomasia es un "otro", que en cada momento es actualizado y estigmatizado según el guion exigido para cada coyuntura.

Y falta el peor, el que -a lo Ennio Morricone- cierra la trilogía trágica: el traidor. Es el enemigo más urgente a combatir porque, siendo "de los nuestros" (el partenaire en el bipartito), introduce la duda, relativiza las "grandes evidencias" y, simplemente, se limita a introducir un mínimo de racionalidad práctica ante los grandes problemas de fondo. Y la racionalidad, ya se sabe, es el más eficaz disolvente de la superchería patriotera.

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