Opinión

La banca debe resignarse a los tipos cero

  • Ante este escenario la digitalización es una palanca de eficiencia y rentabilidad
Foto: Dreamstime

Una nueva oportunidad de aliviar la precaria situación del margen de intereses de la banca europea tomando medidas concretas ha vuelto a ser desaprovechada por el Banco Central Europeo (BCE). Si bien es cierto que la reunión del Consejo de Gobierno del BCE de ayer no había generado grandes expectativas acerca de rebajar la penalización del 0,4% que los bancos sufren por dejar la liquidez depositada en el Banco Central (facilidad marginal de depósito), sí se esperaba un mensaje claro y conciso del presidente Mario Draghi en apoyo de un sector ya de por sí castigado por las normas regulatorias, que actúan de corsé de una generación de riqueza sostenida a lo largo del tiempo.

En este sentido, Draghi ha preferido alargar unas semanas más, incluso meses, la incertidumbre en torno a una mejora del tipo de depósito, que sirva como palanca de recuperación de los tipos del interbancario y, con ello, la banca europea pueda aumentar el margen de intereses. Según los últimos datos publicados por el BCE, en enero de 2019 el margen de intereses (precio de los nuevos créditos concedidos menos coste ponderado de los depósitos) de la banca española se situó en el 1,5%, por debajo del último dato de diciembre y también de la media histórica de los últimos tres años. Aun así, se encuentra por encima de los márgenes de la banca italiana (la que peor se encuentra con respecto a esta variable, por debajo del 1%) y de la banca alemana o la francesa, cercanos al 1%.

En el caso del crédito hipotecario, la banca española consigue un extra de 0,5 puntos porcentuales de margen, situándose en el 2%. Sin embargo, este extra implica, con alta probabilidad, una mayor asunción de riesgos y mayor necesidad de provisiones, con lo cual lo que se gana por un lado se termina consumiendo por el otro. Éste es, sin duda, el problema esencial del modelo de negocio bancario: es preferible dejar aparcados miles de millones de euros en el BCE pagando por su custodia un 0,4% que arriesgarse a prestar no por falta de demanda solvente (que la hay) sino por las consecuencias que esto tiene en materia de solvencia y con un proceso que aún hoy no ha acabado de saneamiento de los balances, asunción de la morosidad real y purga de estructuras, como ya está empezando a revelar la banca regional alemana, el sempiterno problema oculto.

Así, el dinero que sobra todos los días en el Eurosistema, descontadas las obligaciones de reservas, está cercano a los dos billones de euros, lo cual en sí mismo representa el fracaso de cuatro años de continuas políticas monetarias híperexpansivas que no han logrado movilizar una ingente cantidad de masa monetaria que no se ha convertido en oferta monetaria y, por ende, en dinero que llega a la economía real. Lo más sensato sería revertir esta situación, dado que la economía no se encuentra ante una crisis de liquidez sino ante problemas de solvencia que deben ser resueltos de forma inmediata y no poner parches que alargan el proceso y postergan las necesarias reformas.

El precio que están pagando los bancos por seguir siendo el único negocio que puede crear dinero de curso legal de la nada por concesión de los Bancos Centrales (lo que en la literatura monetaria se denomina "reserva fraccionaria") es, quizá, demasiado elevado. Los poderes públicos deberían ser conscientes de que no se le puede pedir a ninguna actividad ejercer un determinado papel en la economía (en este caso, servir de canalización eficaz del ahorro desde donde sobra hacia donde falta) y, al mismo tiempo, establecer regulaciones que obstaculizan en la práctica dicho desempeño (por ejemplo, Basilea III, MiFID II o las nuevas normas de provisiones).

Por supuesto, un objetivo imprescindible es reforzar la solvencia del sistema financiero, pero no a costa de convertir al negocio bancario europeo en una actividad "presa" de las decisiones del BCE, disparando el coste de capital que afrontan las entidades, mientras son incapaces de conseguir retornos sobre recursos propios que, al menos, compensen el coste de capital al cerciorar su capacidad de crecimiento en negocios rentables pero que queman abundante capital (el caso, por ejemplo, de la banca de inversión o de la participación en financiación estructurada de empresas).

Así puede analizarse a partir de los últimos datos publicados por el European Banking Study 2018 de ZEB, en el cual constata cómo el ROE de la banca europea (7,1%, habiendo mejorado 3,2 puntos porcentuales en 2017 con respecto a 2016) está significativamente por debajo del coste de capital (en torno al 10%).

Por tanto, si los bancos no encuentran vías de crecimiento con poco riesgo bajo estrecha supervisión del regulador que mitiguen la caída de los márgenes tradicionales, están abocados a destruir valor de forma permanente y, por consiguiente, convertirse en negocios donde un inversor sería muy difícil que quisiera estar salvo que se le ofrezcan descuentos muy fuertes en su valoración. Es, precisamente, lo que se está viendo en las carteras de los fondos de inversión e inversores institucionales.

Aquellos que deciden apostar por los 50 mayores bancos europeos lo hacen con un descuento sobre valor en libros superior al 20%, pero con un riesgo elevado de sufrir pérdidas totales. En 2018, el máximo drawdown de la inversión en estos bancos fue del -8,8% en términos totales (incluyendo dividendos).

En suma, a la luz de los hechos, no es una situación sencilla para la banca europea. Quizá no le quede más remedio que resignarse e interiorizar que los tipos cero van a permanecer durante muchos años, siendo la puntilla para el negocio bancario tradicional de crédito y depósitos que puede ser fácilmente captado por entidades fintech que son capaces de hacer lo mismo que un banco comercial pero con menor coste regulatorio.

Pero lejos de sacar una conclusión lúgubre, como hubieran hecho los economistas clásicos, el escenario constituye una oportunidad histórica para plantear un modelo de negocio sólido y consistente a futuro especializado en todo aquello que una fintech no puede hacer y aprovechando la digitalización como palanca de eficiencia y rentabilidad. Es lo que están empezando a hacer algunas entidades (incluso españolas) y los resultados se podrán ver más pronto que tarde.

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