
En un extemporáneo pedido al Rey Felipe VI, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reclamó el perdón de España por todos los crímenes de Hernán Cortés, sus hombres y todos los españoles (y europeos) que le siguieron en el largo proceso de conquista y colonización de lo que sería la Nueva España. AMLO, como se le conoce popularmente, fue más allá, al señalar que ese es el único camino para lograr la reconciliación entre ambos pueblos.
Un día después, tras darse cuenta de que probablemente había ido demasiado lejos, decidió replegar velas y se mostró convencido de que su atrabiliario pedido, que él consideraba legítimo, no comprometería la relación bilateral. Sin embargo, acto seguido también, afirmó rotundo que mientras los españoles no reconozcan y confiesen todos los agravios cometidos contra los indígenas no acudiría a los festejos del V Centenario de la fundación de Veracruz, el próximo 22 de abril.
Sostiene López Obrador la necesidad de la reconciliación, lo que implica decir que estamos frente a dos países, dos sociedades, múltiples familias y comunidades enfrentadas entre sí, cuando en realidad el estado de las relaciones hispano-mexicanas es excelente. Y no solo en lo relativo a los vínculos políticos entre los gobiernos, sino en todos los planos: personal, económico (inversiones y comercio), científico, tecnológico, académico, deportivo, etc.
En cualquier ámbito se encontrará una relación intensa. Se da la circunstancia añadida de que en el caso de México y España, o de España y México, allí donde se busque prima la simetría, mucho más que con cualquier otro socio latinoamericano. España es el segundo inversor en México, solo detrás de Estados Unidos, y allí están activas más de 6.000 empresas españolas, en su gran mayoría pequeñas y medianas. En los últimos años también hemos conocido un aumento más que significativo de la inversión mexicana, a tal punto que con un stock acumulado en la última década de casi €20.000 millones México ya es el sexto inversor en nuestro país.
Por eso, si algún consejo admite López Obrador es que deje el pasado, especialmente el más remoto, en manos de los historiadores y se centre en el presente y el futuro. Los políticos y los gobernantes deberían ocuparse de resolver los problemas de la gente y no de agravarlos con declaraciones altisonantes y absurdas. El riesgo que se corre, de seguir por ese camino, es azuzar los más rastreros sentimientos nacionalistas en ambos países. De un lado se insiste en que la conquista supuso una gran hecatombe y la destrucción prácticamente total de las sociedades indígenas. Del otro que de la mano de la conquista y de la hispanidad la luz iluminó a pueblos anclados en el atraso y la barbarie, a los que se les concedió la racionalidad, el lenguaje y la religión verdadera.
Como se dice coloquialmente, ni tanto ni tan calvo. López Obrador haría bien en recordar que México es una sociedad mestiza (al igual que España) y que si los pueblos indígenas, mal llamados originarios, son parte sustancial de su identidad, también lo son Cortés y sus contemporáneos. No solo Malinche se vio afectada por la presencia del extremeño, sino todo el Imperio azteca. Para mal o para bien, con Cortés todo comenzó a cambiar.
Nos puede gustar más o menos la forma en que se desarrolló la historia en un momento determinado. Eso es algo que simplemente se puede asumir o rechazar hasta lo indecible. Sin embargo, se da la circunstancia de que negar sistemáticamente la realidad no permite cambiarla, sino todo lo contrario. Una vez más, el nacionalismo latinoamericano hace de las suyas.
Lo mismo ocurrió durante los festejos de los bicentenarios, cuando arreciaron las condenas a España, combinadas con los intentos de linchar a cuanta estatua de Colón osara adornar alguna plaza o avenida latinoamericana. Eran los años (2007) en que Hugo Chávez le escribía al papa Benedicto XVI lo siguiente: "Con la conquista de América ocurrió algo mucho más grave que el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial, y nadie puede negarlo, ni Su Santidad puede negar el Holocausto aborigen en esta tierra".
Si López Obrador realmente quiere superar la contradicción que supone la existencia de dos visiones encontradas de un pasado común debería hacer un esfuerzo por apartarse de opiniones catastrofistas.
La comparación con la Segunda Guerra Mundial, y la subsiguiente asimilación de España al horror nazi, hace muy poco por el fortalecimiento de la relación bilateral, que más que un problema es un gran activo para ambos pueblos y países. Es, por tanto, la hora de la sensatez y de la mesura y el momento de dejar de lado discursos vacíos y altisonantes.