
La escasa confianza en la eurozona provoca que los inversores no encuentren demasiados motivos para adquirir títulos de renta variable, si bien, en mi opinión, hay muchos. El primer motivo es el dato de crecimiento económico que, incluso si fuera mínimo, superará las actuales expectativas, catastróficas para Europa según el consenso; además, España contribuirá a liderarlo. Otro motivo es el nuevo orden político que tanto nos cuesta asumir y que en realidad constituye una oportunidad, ya que el auge del populismo en toda Europa y otras anomalías del sistema, por más que se perciban como riesgos políticos, no son más que otra forma del bendito estancamiento político.
A la hora de analizar la coyuntura política, los inversores tienden a valorar si una iniciativa o un líder determinados son buenos o no para los negocios en base a la creencia de que para mejorar las condiciones económicas el Gobierno debe actuar. Sin embargo, los mercados no funcionan así, prefieren tener de dirigentes a personas con limitada capacidad de intervención y, por tanto, con limitada capacidad de obstaculizar la actividad comercial. Reduce la incertidumbre intrínseca de la economía. La gente temía el ascenso del populismo, pero su efecto ha sido insignificante. En Italia, por ejemplo, el Ejecutivo está formado por dos partidos extremistas que casi nunca se ponen de acuerdo y legislan aún menos. Tanto la Liga como el Movimiento 5 Estrellas son populistas, pero en esencia no comparten otra cosa que no sea su animadversión hacia los partidos tradicionales moderados: insuficiente como para ponerse a consensuar nuevas leyes. Los enormes recelos que despertaban se han quedado en agua de borrajas a la hora de la verdad. Es el estancamiento político la nueva forma de gobernar en Europa.
Durante décadas han sido las coaliciones moderadas las que han dirigido el destino de la Europa continental. Centroizquierda y centroderecha se han alternado en el poder gracias al apoyo de partidos más pequeños pero afines ideológicamente, componiendo parlamentos con la silueta de una gran campana, abultada en el medio. Ahora, en cambio, el impulso de las formaciones situadas en los extremos modifica ese perfil, haciéndolo cada vez más plano y resultando en coaliciones que no se ponen de acuerdo prácticamente en nada. La fragmentación del voto ha sumido al continente en el bloqueo institucional de norte a sur, desde Estocolmo hasta Madrid. La tendencia seguirá este año, ya que en España, Bélgica, Dinamarca, Finlandia y otros países se celebrarán elecciones generales.
Aquí saben de qué hablo. Históricamente, el PP y el PSOE se han turnado en gobiernos de vocación centrista, unas veces en solitario y otras con el apoyo de opciones minoritarias del mismo bloque ideológico. Hasta 2015 aquel que ganaba las elecciones podía forjar mayorías sin grandes dificultades. No me molestaré en explicarles qué ha venido después porque ya lo saben, únicamente quiero constatar que la breve presidencia en minoría de Pedro Sánchez se puede definir como una situación de bloqueo político que, si bien ha pasado inadvertida, ha llegado a España para quedarse.
Las últimas encuestas confirman la fragmentación del voto. Ningún partido está preparado para alcanzar mayorías, por lo que seguramente fuerzas con menor representación serán decisivas en los próximos gobiernos en minoría o en coaliciones divididas e incapaces de pactar grandes acuerdos. En cualquier caso, a pesar de que Vox conseguirá algunos escaños, el bloqueo está garantizado. Como en el ejemplo de la alianza populista italiana, resulta irónico ver cómo los socialistas españoles buscan el apoyo de partidos separatistas con los que prácticamente no comparten programa. El resultado: más estancamiento político.
Con más o menos similitudes, esta situación se replica en toda la región. Suecia, cuyo voto está repartido de manera uniforme entre muchos partidos, sería un ejemplo clamoroso de este fenómeno; en Bélgica se podría decir que no hay gobierno; en Alemania, pese a la persistencia del bipartidismo, también se ha aplanado parcialmente el centro de su «campana» parlamentaria. Los dirigentes europeos van a tener que pelear a brazo partido para sacar adelante grandes reformas.
En los próximos comicios de Finlandia y Dinamarca volveremos a ver cómo se atiza el miedo al populismo. Con motivo de las elecciones al Parlamento europeo de mayo pasará igual, porque interpretar la realidad tal y como es, sin dejarse llevar por el ruido de la campaña o el carisma de los candidatos, es poco habitual. Si es capaz de mirar más allá de la nebulosa se dará cuenta de que el viento sopla a favor gracias al bendito estancamiento político.
Europa cada vez se parece más a Estados Unidos. Allí los cambios no coinciden con el fin de los mandatos, sino que suele ser en el tercer año de legislatura cuando el estancamiento reina a sus anchas, como ocurre ahora. Tal y como señalé el 20 de diciembre, en EEUU las acciones nunca han bajado en un tercer año de mandato desde 1939 -estallido de la II Guerra Mundial en Europa-, y en aquella ocasión solo lo hicieron en un 0,9%. Los ocupantes de la Casa Blanca siempre han concentrado las reformas de peso en sus dos primeros años, ya que el bloqueo domina los terceros, cuando el S&P 500 promedia subidas del 17,8%. En Europa no se han percatado de que están experimentando esta coyuntura, pero el mercado bursátil sí lo hará.
Usted lo sabe ahora, aproveche el momento.