
Numerosas voces en Europa reclaman la puesta en marcha de iniciativas para recuperar la dimensión que la industria está perdiendo en los países más desarrollados. Los argumentos que se utilizan en este debate consideran que la industria tiene una elevada capacidad para generar mejores empleos, estimula la actividad exportadora y aumenta la productividad. Además, existe una notable relación entre los productos industriales y los servicios asociados con ellos que facilita la competitividad de la economía.
Por estas razones resulta muy importante mantener y hacer crecer "el conocimiento industrial" entendido como las capacidades y competencias de las empresas industriales que están detrás de la innovación de sus procesos y productos a través del ejercicio de un amplio rango de actividades. Ese espacio común de conocimientos y habilidades en una economía es clave para producir, innovar y diseñar productos y servicios con eficacia y competencia.
Como ejemplo de trayectoria de éxito de un país, reconocemos la estrategia seguida por Alemania, que ha impulsado su industria, ha mantenido sus principales cadenas de valor integradas en el país, ha reforzado la inversión en I+D y el ecosistema de innovación, ha cuidado la formación de los empleados y como consecuencia de ello, hoy muchas empresas alemanas son líderes mundiales en todo tipo de negocios y nichos de mercado. Por el contrario, Estados Unidos, que ha deslocalizado una parte sustancial de su industria, buscando aprovechar las ventajas de la localización de sus actividades en zonas de costes más bajos, ahora reconoce las debilidades de esa estrategia y trata de revertir esa situación intentando recuperar una mayor base industrial.
La Comisión Europea, preocupada por la situación, ha fijado el objetivo de elevar la participación de la industria en las economías comunitarias del 16% al 20% para 2020, lo que conseguiría modificar la tendencia actual. En España estamos lejos de este objetivo. La manufactura representa sólo el 14% del PIB, por lo que convendría renovar los esfuerzos y establecer un programa público decidido y permanente de actuaciones.
Las debilidades del entorno industrial español son notables y resultan bien conocidas. Hay una elevada fragmentación del tejido empresarial con un peso excesivo de microempresas y empresas pequeñas; tenemos un elevado porcentaje de empresas poco innovadoras y con escasa presencia en mercados internacionales; muchas empresas tienen una ratio de financiación bancaria excesivo en sus balances, lo que aumenta su coste fijo y eleva el riesgo empresarial.
Desde la perspectiva de la organización del trabajo y la producción, nos encontramos con bastantes medianas y grandes empresas que operan desde los viejos paradigmas de la producción en masa; organizaciones con muchos niveles intermedios, estructuras burocráticas y jerarquizadas. En relación con la especialización productiva, nos situamos en sectores con intensidad tecnológica moderada o baja donde los motores del crecimiento siguen situados en actividades y servicios de un limitado valor añadido.
Tenemos también, sin duda, un grupo de empresas excelentes que compiten con éxito en el mundo pero su número es insuficiente para el tamaño de nuestra economía.
Este entorno industrial resulta vulnerable, porque la productividad que obtiene y sobre todo su crecimiento resultan limitados y, desde luego, se encuentra por debajo de las de países de referencia con los que competimos. Muchas empresas industriales están alejadas de la frontera de la productividad lo que conlleva dificultades para competir en mercados crecientemente más abiertos y exigentes.
Este modelo productivo tiene, además, consecuencias poco favorables desde una perspectiva colectiva. Ofrece sueldos bajos y precariedad, el empleo resulta muy sensible al ciclo económico, hay poca innovación, escasa sensibilidad medioambiental y ha generado un notable aumento de las desigualdades sociales.
El camino hacia la prosperidad de un país como España pasa por cambiar la trayectoria seguida hasta ahora y desarrollar con más convicción e intensidad la industria. Y ello requiere de una visión distinta a la seguida en estos últimos años. Por un lado, es necesaria una política industrial consistente, con acciones bien financiadas y que tenga continuidad. Hay que impulsar programas que refuercen las iniciativas de internacionalización, potenciar el ecosistema de la innovación y diseñar acciones decididas para promocionar la inversión en intangibles y la digitalización de las empresas. Y de otro, desde un impulso más empresarial, necesitamos que más y más empresas incorporen mejores prácticas de administración y organización para aumentar sus resultados. Estas iniciativas son horizontales e independientes del sector en el que compiten las empresas. Hay que difundir y extender con mayor velocidad buenas prácticas de gestión para acercar a más empresas a la frontera de la competitividad.
Esta doble iniciativa, pública y privada, debe ayudar a marcar mejor el camino por el que transita la industria española. Porque cómo hacemos las cosas, cómo producimos, es la referencia que nos indica cómo podemos vivir y qué aspiraciones debemos perseguir como sociedad.