
En los últimos seis meses las previsiones de los diferentes servicios de estudios, think-tanks, analistas y colegas economistas de reconocido prestigio, vienen alertando sobre un cierto proceso de desaceleración de la economía mundial, europea y nacional. No aporto nada nuevo al debate, pues ya incluso en esta misma columna me pronuncié en ese sentido hace unos meses.
No obstante, hoy quiero compartir un enfoque adicional con el que destacar el hecho de que la salida de la crisis y la posterior recuperación y crecimiento de la economía española en el período 2012-2017, vino de la mano de unas reformas estructurales claras y de una apuesta decidida por un nuevo patrón de crecimiento basado, entre otros, en la internacionalización empresarial, logrando, así, que nuestra economía haya sido una de las que más ha crecido, y que más esté creciendo, entre los grandes de la zona euro. Y resulta pertinente aceptar como válido e importante para estos resultados, el componente "nacional" de las decisiones tomadas, junto con cierta influencia positiva de los llamados "vientos de cola" del panorama internacional que, por cierto, también "empujaban" al resto de países de la UE aunque con diferentes resultados.
Aceptado lo anterior junto con el contexto actual, caracterizado por señales e indicadores adelantados de desaceleración, tales como la atonía de las economías europeas (nuestro principal mercado), el recalentamiento de la economía americana, los efectos del proteccionismo, la incertidumbre vinculada al Brexit, el comportamiento negativo de la mayor parte de los mercados financieros, o el menor desempeño de China, debería llevarnos a concluir que, en el ámbito nacional, lo acertado sería poner "luces largas" y pensar menos en lo inmediato.
No se puede abandonar un modelo de país que, en un futuro escenario diferente, sea capaz de seguir consolidando el crecimiento de la economía española, y aumentando, con ello, las oportunidades de todos los actores involucrados. Tengo la absoluta convicción profesional de que lo contrario haría que nuestro país se resintiera, y perdiera la inercia positiva de una economía que tiene aún un importante recorrido dentro del marco de crecimiento que la llevó a su recuperación.
En esta tesitura es cuando, más que nunca, resulta oportuno recomendar el análisis de la historia económica reciente, de sus ciclos, y ver que un patrón basado en estímulos continuos e intervención no ha sido nunca un generador potente de empleo. Los estímulos deben ser temporales y no convertirse en "estructurales". Por tanto, en mi opinión, la idea clave en estos momentos para la agenda de nuestra economía, y a la que no se debería renunciar, sería abogar por acciones y políticas orientadas hacia la libertad económica, ya que, sin ninguna duda, son las que objetivamente han permitido alcanzar mayores cotas de prosperidad en el conjunto de las sociedades en las que han sido implementadas. Es cierto que cuando se trae este debate al tablero del análisis, algunos economistas opinan, y no le encuentro relación directa alguna, que la crisis ha generado desigualdades, lo cual es un diagnóstico fácil de realizar y resulta tautológico, pero no así el análisis de las causas, entre las que indudablemente no se encuentra la apuesta por una mayor libertad económica y de mercado. Invito a un análisis profundo sobre ello, estudiando países, políticas y actores en un entorno global, y las conclusiones validarán la tesis anterior.
En este marco la pregunta que nos podríamos hacer ante las señales citadas, más allá de la coyuntura a corto plazo, sería: nuestra economía aún crece, pero ¿hay algo más? ¿Estamos pensando en nuestra deuda pública y privada? ¿Se analiza la productividad marginal de cada euro de deuda? ¿Es mayor que 1? ¿Genera inversión y PIB de calidad? ¿Apostamos por menos impuestos? ¿Buscamos un sistema fiscal menos complejo? ¿Estimulamos la demanda interna desde la fiscalidad? ¿Abrimos las puertas realmente a inversores externos? ¿Facilitamos convertir deuda en capital? ¿No interferimos en la creación y el crecimiento de las pymes y su digitalización? ¿Realmente desarrollamos políticas que no encorseten y dificulten el libre mercado?
En definitiva, si realmente queremos que, como en el período pasado, en este nuevo escenario a medio y largo plazo, nuestro "componente nacional" sume y añada valor, la agenda reformista de la economía española para los próximos años debería abogar, sin matices, por un equilibrio y punto de conexión entre los postulados más conocidos de Milton Friedman y Friedrich Hayek, por citar a los economistas más representativos de dos escuelas de pensamiento económico. Todo ello sin modificar los patrones de crecimiento que han funcionado, preparándonos para los vientos del escenario internacional que, esta vez, parece que, más temprano o más tarde, vendrán de frente, y ello a pesar de que se sigan manteniendo los estímulos constantes, y el petróleo y el empleo aún vayan a mantener cierta inercia positiva. Si se desea prosperidad no limitemos la libertad individual, no la encorsetemos.
En estos momentos, con aún cierto vigor en nuestra economía, y con las señales de desaceleración que se vislumbran, apostar por ello sería apostar por la productividad constante (frente al "estímulo constante"), verdadero motor del crecimiento salarial, por la libertad económica y el equilibrio positivo -el no conflicto- entre el estado de bienestar y el libre mercado. No obstante, para terminar de contestar a la pregunta, tampoco dejaría de incluir el necesario análisis y seguimiento de los animal spirits, pues creo que podrán estar de acuerdo conmigo en que si la psicología humana influye en la economía, parecería mucho más adecuado que pensemos a largo plazo y en la libertad de mercado, en un mundo, se quiera o no, muy globalizado, competitivo y con infinitas oportunidades por desarrollar.