Opinión

Sobrevivir al miedo

Foto: Reuters.

Diego Carcedo, uno de los grandes enviados especiales del periodismo español, confiesa que ha tenido miedo con bastante frecuencia. En las guerras, a la violencia, a la muerte, al ridículo... pero el peor de todos ellos ha sido el miedo a la propia conciencia. Es decir, a la factura de algo que has hecho mal, algo de lo que te avergüenzas.

El miedo es el hilo conductor de la veintena de relatos que Diego cuenta en su libro Sobrevivir al miedo (Península), en los que recoge episodios de medio siglo de carrera profesional. Probablemente, el más impresionante de todos ellos es el que vivió en 1970 en las comarcas asoladas por el terremoto Huascarán en los Andes peruanos, cuando se le acercó una mujer con un bebé de pocos días y le dijo: "Señor, tenga a mi niño y lléveselo", al tiempo que le tendía a su hijo. "Lléveselo, señor, lléveselo, porque si no, se me muere. No tengo nada para alimentarlo". Apartó un poco el poncho y sacó un pecho exhausto y lo estiró para que lo viese mejor y le dijo: "Ya no da nada. Estoy seca y hace casi dos días que el niño no mama. Se me muere. Ya ni siquiera llora de hambre. Se está apagando".

El periodista no se llevó al niño. El helicóptero del Ejército para la evacuación estaba a punto de partir y probablemente no le habrían permitido llevarse al bebé. La misión de un periodista es distinta a la de una ONG. Su objetivo es contar honestamente lo que está pasando para que el resto de los ciudadanos estén informados, formen sus propias opiniones y tomen las decisiones que crean oportunas. Los periodistas somos creadores de conciencia, pero en ningún caso se trata de decirle a los demás lo que tienen que hacer o lo que tienen que pensar.

"Aquella crónica me costó mucho escribirla", me comentó Diego, y yo le respondí que hizo lo correcto. Es una decisión muy dura, pero esas fotografías denunciando las calamidades pueden salvar muchas vidas. El hombre ha dominado la naturaleza gracias a la cooperación. La ayuda humanitaria es la que permite paliar las catástrofes naturales o evitar las guerras. Esta es la grandeza de nuestra profesión que está en declive, que es imprescindible para tener un mundo mejor y que nos recuerda la responsabilidad social que tenemos al ejercerla. El periodismo, más que una profesión, es una vocación.

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