
Recuerdo las discusiones de hace diez años, cuando se aprobó el Tratado de Lisboa. Muchos creían que la misión del alto representante, con sus tres funciones -vicepresidente de la Comisión, presidente del Consejo de Asuntos Exteriores y jefe de la Agencia Europea de Defensa- iba a ser imposible. Pero la intuición detrás de la descripción del cargo resultó correcta. La UE tiene un conjunto incomparable de herramientas de política exterior y de seguridad, y solo es posible movilizar todo el potencial de nuestra política exterior con esas tres funciones. Eso implica que presido las reuniones de los ministerios de Asuntos Exteriores, Defensa y Desarrollo; participo en el Consejo Europeo; coordino el grupo de comisarios que se ocupan de la acción externa; trabajo con nuestro personal militar y civil en temas de seguridad y defensa; y puedo apoyarme en el trabajo de nuestro notable servicio diplomático, con profesionales talentosos en las oficinas centrales y una red de 140 embajadas en todo el mundo.
Sin todo esto, el trabajo para crear una "Europa de la Defensa" hubiera sido imposible, y nuestra fuerte colaboración con África -que comienza con las migraciones, pero incluye mucho más que eso- no existiría. Lo mismo vale para el acuerdo nuclear con Irán, nuestros acuerdos comerciales en todo el mundo, el diálogo entre Serbia y Kosovo, y el trabajo vital que hacemos con los Balcanes por la paz, la reconciliación, la integración regional y el desarrollo económico en el corazón de Europa.
En el caso de la relación exterior con África, el objetivo de nuestra acción externa en materia migratoria desde el principio ha sido la búsqueda de una solución durarera. Permítame recordarle la situación hace tres años: casi no pasaba un día sin que murieran cientos de personas en el Mediterráneo y en el desierto norafricano. Hasta entonces, la Unión Europea había sido indiferente a un fenómeno que consideraba ajeno a su competencia y responsabilidad exclusiva de los Estados miembros por separado.
Finalmente, esto ha cambiado. Teníamos que crear una respuesta de emergencia para poner fin a la catástrofe, y lo hicimos con la Operación Sophia en el mar y con el Fondo Fiduciario de Emergencia con el que financiamos nuestro trabajo con África. Al mismo tiempo, empezamos a trabajar en la creación de un sistema mejorado para la gestión de los flujos migratorios y para encarar sus causas a largo plazo. Empezamos a entrenar a las fuerzas de seguridad locales; trabajamos en el regreso voluntario de migrantes, con la oportunidad de iniciar una nueva vida; y establecimos nuestro plan de inversión para África y el vecindario de Europa.
Hoy, creo que todos comprendemos que la estrategia correcta es crear mecanismos de cooperación con los países de origen y de tránsito, y con organismos como la ONU y la Unión Africana. Ahora tenemos que cambiar de rumbo en las políticas internas referidas a las migraciones e introducir un principio de solidaridad entre los europeos, al que algunos estados miembros todavía oponen mucha resistencia. Pero al mismo tiempo, en nuestras políticas externas para las migraciones, tenemos que seguir por la misma senda. Es decir, conseguir más inversión de los estados miembros, evitar giros bruscos y hacer mucho más para abrir vías de desplazamiento humano seguras y reguladas.
Debemos darnos cuenta de que nuestros intereses y nuestros valores coinciden. Nuestros valores nos dicen que todas las personas deberían tener derecho a perseguir sus sueños y aspiraciones, a contribuir a la vida pública de sus países y a vivir sin miedo. Demasiados africanos no disfrutan estos derechos, y esto es un obstáculo al inmenso potencial de África.
A los europeos nos interesa el fortalecimiento de África, porque eso también fortalecerá a Europa. En la práctica, implica que África necesita más empleos, mejor educación, democracias más fuertes, desarrollo sostenible y un entorno de seguridad más estable. La decisión de abandonar el país de origen nunca es fácil. Los jóvenes africanos querrían encontrar en sus países las oportunidades que buscan; querrían cambiar las economías y los sistemas políticos de sus países, en vez de sólo cambiar de país. Es lo que nos piden los africanos: que trabajemos con ellos, para que puedan ayudar a África a hacer realidad su inmenso potencial.
Como mencionaba al inicio, respecto al acuerdo nuclear con Irán, estamos trabajando, como una Unión de 28 estados miembros y con el resto de la comunidad internacional para preservar un acuerdo nuclear que hasta ahora se implementó a pleno, como lo certifican trece informes consecutivos del Organismo Internacional de Energía Atómica. Lo hacemos por nuestra seguridad colectiva: no queremos que Irán desarrolle armas atómicas, y el Plan de Acción Integral Conjunto está logrando precisamente ese propósito. Digo esto primero, porque oigo a menudo que la principal motivación de Europa en esta cuestión es económica o comercial. Pero no es así: hacemos esto para evitar el desmantelamiento de un acuerdo de no proliferación nuclear que funciona, y para evitar una crisis de seguridad importante en Medio Oriente.
Respecto a la estabilidad nuclear en Europa, estamos trabajando en todos los niveles para promover la universalización de los tratados existentes, por ejemplo el Código de Conducta Internacional contra la Proliferación de Misiles Balísticos. El punto de partida no puede ser desmantelar la arquitectura actual y empezar de cero; es un riesgo que nadie puede permitirse. La no proliferación es un campo donde el ejercicio de la responsabilidad colectiva es esencial, porque todos tenemos mucho en juego en esto. Evitar una nueva carrera armamentista redunda en beneficio de todos. Por eso hemos pedido a Estados Unidos que considere las consecuencias que su posible retirada del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) tendrá sobre su propia seguridad, y sobre nuestra seguridad colectiva. Y esperamos que la Federación Rusa encare inquietudes serias que hay en relación con su cumplimiento del INF. La arquitectura actual de desarme y no proliferación debe volverse más universal, como garantía para todos.
Por otra parte, respecto a la situación de Ucrania, la Unión Europea sigue trabajando cada día por la paz en el este del país. Las sanciones son parte de un esquema más amplio. Hemos movilizado el mayor paquete de asistencia que la UE haya destinado jamás a cualquier país: casi 14.000 millones de euros (16.000 millones de dólares) desde 2014. Esto también incluye apoyo específico a la misión especial de vigilancia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, y una misión de asesoramiento de la UE, que trabaja en la reforma del sector de la seguridad civil.
En particular, estamos trabajando con énfasis en la gobernanza y el desarrollo en el nivel local en el este del país. Y seguimos las discusiones en Naciones Unidas sobre una posible misión de pacificación de la ONU, aunque estos últimos meses no hubo muchos avances. Preveo que las sanciones económicas se mantendrán, porque subsisten sus motivos: promover la plena implementación de los acuerdos de Minsk y restaurar la integridad territorial de Ucrania.
En definitiva, nuestro destino está en nuestras propias manos. Si queremos tener un papel decisivo, no solo en la región sino también en el mundo, tenemos todos los instrumentos para hacerlo, y tenemos el peso para hacerlo. Y es lo que esperan nuestros socios en todo el mundo, particularmente en estos tiempos difíciles. Para desempeñar ese papel, los europeos tenemos que darnos cuenta de la importancia y el peso que tenemos actuando juntos como una Unión, y pensar más en la responsabilidad que podemos ejercer en el escenario internacional si resistimos la tentación de formular políticas -o una forma de hacer política- ensimismadas.
© Project Syndicate