
Los Grifols, propietarios de la farmacéutica del mismo nombre, se preparan para pujar por los derechos para bautizar al estadio del FC Barcelona. Con todo, lo llamativo no es que la familia busque ligar su apellido al Camp Nou, sino que pretenda actuar como un mero intermediario, encargado de revender esos derechos a quien realmente quiera poner nombre al estadio.
Sólo puede sorprender que los Grifols se presten a esta mediación, tan alejada de su actividad habitual, y en la que resulta difícil rastrear un interés económico definido. Todo apunta, por tanto, a que el clan (muy reconocido por sus posiciones independentistas) se ofrece, como ha hecho repetidas veces en el pasado, a servir de instrumento en maniobras de alcance puramente político.