
Internet y las redes sociales han aumentado exponencialmente el volumen de novedades y noticias que generamos y recibimos a diario. Tenemos acceso prácticamente a casi todo, pero no está tan claro que nos informemos mejor. Se da la paradoja de que la época actual, la de la hipertransparencia donde nada o casi nada se puede mantener en secreto, es también la que más sombras proyecta sobre la estricta información.
Sorprende que para interpretar la hiperconectividad y el entorno 5G hayamos necesitado recuperar los estudios más clásicos de la comunicación de masas. Sucede por ejemplo con la teoría del refuerzo comunicativo de Paul Lazarsfeld, según la cual noticias, y también tuits, tan solo sirven para reforzar ideas preexistentes. Hace tiempo, desde luego, que buena parte del debate político parece responder a esa percepción emocional y arbitraria donde el consenso se vuelve imposible, los hechos se minimizan o directamente se ignoran, los programas de gobierno caben en un único tuit y la opinión pública apenas se activa mediante la dialéctica de los eslóganes.
De algún modo, el auge actual del populismo se sustenta en esa interpretación maniquea de la realidad. Es frecuente además que ese tipo de comunicación aliente intereses espurios, de los que fonotecas y vídeos ilegales en la mente de todos serían dos meros ejemplos. Como el asesor de la Casa Blanca, John Dean, advirtió al presidente Nixon durante el Watergate, "No es el crimen, es el encubrimiento", la falta de transparencia y el intentar tapar una crisis de reputación con una mentira para salir del paso, lo que acaba hundiendo a personas e instituciones pilladas infraganti. Comunicar con consistencia, autenticidad, propósito. Es lo que funciona en un mundo transparente. Las empresas que gozan de una mejor salud corporativa nos indican que las tendencias van en esa dirección y, por supuesto, los medios continúan siendo nuestros principales valedores para un efectivo derecho a la información. Pero vivimos en un mundo digital, instantáneo, donde la transparencia también debe ser un ideal compartido por los distintos agentes sociales. En especial por las empresas. En la sociedad poscrisis, puede que los distintos colores políticos condicionen la manera de informarse, pero a la vez unos y otros ya coinciden en exigir a las empresas un propósito, un compromiso ciudadano, un relato y una serie de valores y comportamientos con los que identificarse.
La transparencia requiere de autenticidad. Es hora de contar lo que se hace y por qué, de dialogar abierta y constructivamente con los clientes y con el conjunto de la sociedad, de razonar las estrategias corporativas y comerciales, de abrirse al mundo. Actuar así ni siquiera es una opción empresarial. Accionistas, clientes, consumidores, asociaciones, el conjunto de la sociedad expresan a diario sus opiniones y sus puntos de vista sobre cada corporación. Aquellas que se limiten a esconder la cabeza debajo del ala, o las que intenten manipular su parte del diálogo, cada vez tardarán menos tiempo en convertirse en estatua de sal.
La proactividad y la consistencia deben ser los otros dos grandes pilares de la transparencia corporativa. Después de la crisis económica de 2008 - 2013, los ciudadanos recelan más de las marcas. Los espacios en sombra han dejado de ser una opción. La credibilidad y la confianza condicionan ahora las decisiones de compra, los grados de afinidad y la fidelidad de la mayoría de consumidores. Es un proceso imparable de comunicación social, que terminará por extenderse también a la vida política, y donde, como casi siempre ocurre, las personas y las empresas que más y mejor conversen habrán tomado la delantera.