
Alguien que no se maneje demasiado bien con una tableta, una app o un sistema de mensajería instantánea difícilmente podrá adaptarse a estos tiempos de revolución tecnológica. Pero eso no quiere decir que esa persona no tenga las cualidades más importantes para lograrlo. Porque, al contrario de lo que mucha gente piensa, la transformación digital no es únicamente una cuestión de demostrar destreza tecnológica. De hecho, ni siquiera es lo más importante.
Lo esencial cuando se trata de afrontar esta revolución es mantener una actitud de aprendiz continuo, ser conscientes de que no se está en posesión de la verdad y de que nos encontramos en una especie de fase preliminar permanente, en la que se aprende por el camino con cada nuevo paso que damos.
"Vivir en beta" también implica una actitud permanente de prueba-error
En el mundo de la informática se utiliza el término "modo beta" para referirse a aquellos desarrollos de aplicaciones y dispositivos que aún no están terminados, sino que, aunque funcionando, se encuentran aún en modo de prueba. De esta forma es como sus diseñadores pueden testar sus prestaciones, detectar posibles fallos y aplicar las correcciones pertinentes sobre la marcha.
Como esas aplicaciones informáticas en continuo desarrollo, "vivir en beta" también implica una actitud permanente de prueba-error, en la que el profesional tiene la suficiente humildad para ser consciente de que puede equivocarse, el valor para arriesgarse a hacerlo y la capacidad y flexibilidad para aprender de esos errores e ir subsanándolos por el camino.
Da Vinci, Gutenberg, Tesla… Ha habido grandes ciudadanos beta a lo largo de la historia. Estos genios se caracterizaban por ser exponenciales en un mundo de linealidad. Iban un paso por delante, sabían mirar más allá de sus narices y, sobre todo, funcionaban a otra velocidad. La diferencia está en que mientras que ellos eran seres extraordinarios en un mundo ordinario, en esta nueva era que vivimos lo excepcional se ha convertido en la nueva normalidad.
La velocidad exponencial de los cambios nos obliga a todos a ser un poco Da Vincis, Gutenbergs y Teslas. A entender que los logros de por la mañanas son la materia prima de aquello que tendremos que subsanar y mejorar por la tarde.
La humanidad tardó 600.000 años en convertir una piedra roma en un cuchillo afilado. En cambio sólo empleó poco más de 50 años en pasar de volar unos pocos metros sobre el suelo a llegar hasta la Luna. Hoy esa velocidad del cambio es todavía más vertiginosa y las transformaciones de toda índole (no solo en el terreno de la tecnología, sino también en lo social, en la política, en la economía, etc.) se suceden sin que apenas haya tiempo para asimilarlas. Todo queda obsoleto sin que apenas le haya dado tiempo a echar a andar.
Este sentido de urgencia es motivo de estrés para muchas personas educadas en la linealidad de las cosas y en una concepción de la ciencia como una colección de certezas que les proporcionaban sosiego. Pero si todo se vuelve incierto, si ya ni en la ciencia se puede confiar, ¿en quién podremos hacerlo? Eso no es una preocupación para un verdadero ciudadano Beta.
El verdadero ciudadano Beta contempla este enloquecido ir y venir de los acontecimientos no como un terremoto que llega para moverle la silla, sino como una oportunidad para mantenerse en lo alto de la cumbre, saltando de ola en ola al mismo ritmo que lo hace la tormenta. Lo ve como una oportunidad para surfear a velocidad de vértigo encima de la inestabilidad. Con flexibilidad, con innovación y con pensamiento disruptivo. Quizá ese tipo de personas no sean las más hábiles del mundo manejando un dispositivo electrónico, pero, definitivamente, sí tienen lo que hay que tener para triunfar en la era digital.