
Al hablar de economía se suele ser, en general, muy exacto en contar lo que pasó. Nadie se atrevería, sin embargo, a decir lo que pasará antes de que los problemas estén encima. La economía es como la prevención del tiempo: se explica mejor lo que sucedió que lo que vendrá; aunque en esto los modelos atmosféricos son cada día mejores y anticipan con mayor exactitud el futuro. La diferencia con las previsiones económicas es que estas están muy influidas por la acción humana. No en vano, la obra cumbre del economista austriaco Ludwig von Mises tiene precisamente este título: La acción humana: Tratado de economía; de ahí que el ciclo económico pueda ser mitigado o inducido por decisiones de política económica.
En el caso que ahora nos ocupa, si bien todos los signos actuales son más o menos positivos, no es menos cierto que hay importantes alarmas a las que no se les presta ninguna atención. O al menos no se cuenta con ellas. Poco importa que la recaudación fiscal esté por las nubes en España, o que en Estados Unidos haya pleno empleo. Aun así la economía se frena y sus consecuencias serán más graves para unos que para otros. Y, en particular, como suele suceder, la desaceleración será peor para los menos preparados.
Una forma de mirar el futuro tiene que ver con el comportamiento del ciclo. En este sentido, al menos como ejercicio intelectual, resulta interesante el ciclo de Nikolái Kondrátiev: aquel economista ruso estudioso del ciclo largo de la economía que, por asegurar que el capitalismo se reinventaba siempre a si mismo, acabó ejecutado por Stalin en 1938.
El ciclo de Kondrátiev se mueve en unos 50-60 años, siempre asociado a cambios tecnológicos. Kondrátiev solo visualizó dos de ellos: el primero, conectado con la invención de la máquina de vapor, y el segundo, con la aparición del ferrocarril. Con esto, siguiendo el análisis comenzado por el economista ruso, en el último libro que hemos publicado (La guerra económica global: ensayo sobre guerra y economía. Editorial Tirant Lo Blanch), 2020 resulta ser un punto de inflexión.
Circunstancia que, como ya hemos escrito en elEconomista en varias ocasiones, coincide, de alguna manera, con aquel "momento coyote" que avanzó hace meses Ben Bernanke, o las estimaciones que, en el mismo sentido, ha puesto sobre la mesa J.P. Morgan. Todo, teniendo en cuenta que los ciclos largos se ven sometidos siempre a vaivenes más cortos, como ya mostró Schumpeter haciendo referencia a economistas como Clement Juglar, Joseph Kitchin o Lloyd Metzler. De ahí la crisis de 2008.
La economía global parece haber tocado techo y en el horizonte surgen riesgos que comienzan a mostrar su peor cara
Ahora ha sido el Fondo Monetario Internacional quien ha venido sobre el tema, avanzando un recorte en el crecimiento mundial de cuatro décimas para los dos próximos años. La economía global parece haber tocado techo y en el horizonte surgen riesgos que comienzan a mostrar su peor cara. Este año de 2018 los problemas vienen de los mercados emergentes, especialmente Turquía y Argentina, sin olvidar a Brasil o México; lo que se ha sumado a la guerra económica lanzada por Donald Trump en contra de China, la Unión Europea o Irán. Todo sin tener en cuenta a Venezuela que, sin estar en guerra, su economía vive una situación similar, con una inflación superior al millón porcentual.
Y, abrazándolo todo, una deuda global ya imposible de sostener que, entre otras, atenaza la economía americana, donde los recortes fiscales se han unido al aumento del gasto público, con un déficit público del 17% y unas menores previsiones de crecimiento que se estiman, en 2019, alrededor del 2,5%; con Europa ya lejos de esa cifra y más cercana al 2%, pero por abajo.
En España, la situación es muy preocupante. Pues nos encontramos con un Gobierno zombi en manos de populistas que mantienen criterios económicos destructivos. Lo hemos visto con el acuerdo entre el Ejecutivo y Podemos que traerá futuras desgracias económicas. A la vez que se vive un estado de mensajes contradictorios, cuando no muy negativos, dirigidos a subir el gasto y pagar esto y aquello como si España fuera el país más rico de la Tierra. Lo cual no hace sino aumentar las inestabilidades en un entorno ya alejado de los vientos de cola.
Aunque el Gobierno y sus socios quizás no lo conozcan, convendría que no olvidaran los análisis de Nikolái Kondrátiev.