
Villarejo se ha puesto la cuerda al cuello. Nadie en su sano juicio trata de chantajear al Estado a plena luz del día. Antes que él ya lo intentaron Perote, Conde, Roldán y Bárcenas. Todos ellos terminaron en la cárcel, que es donde se encuentra actualmente el exagente de policía acusado de corrupción y de la que muy probablemente no salga.
Por esta razón, la ministra de Justicia no debe dimitir. Si cae, el chantajista se sale con la suya y todos los que tiene chantajeados se someterán a sus deseos para no sufrir el mismo calvario. Villarejo lo intentó con el Rey emérito, utilizando las palabras de su amante Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Y como no ha conseguido nada, arremete ahora contra el Gobierno. La petición está muy clara: o le sacan del trullo o seguirá tirando de la manta.
Munición no le falta, lleva 40 años grabando a todos los que se cruzan en su camino. Como en la película de Mike Barker, cuando hay Chantaje (2007), no hay que ceder.
Esto no significa en absoluto que la susodicha ministra se vaya de rositas. Esta señora ha mentido y por tanto su credibilidad está por los suelos. Lo importante no es lo que ha dicho o haya podido dejar de decir en una conversación privada y desenfadada. Lo grave es que, como Judas, negó en tres ocasiones. Su soberbia y su manera de comportarse la imposibilitan para seguir en su puesto. Su carrera política ha durado escasamente cien días, el tiempo que ha tardado en despedir a dos jefes de prensa.
Lo mismo pasa con el ministro de Ciencia, el astronauta Pedro Duque. Si no ha cometido ningún delito contra Hacienda, todo lo demás son cuentos de caballería. El problema lo tiene el presidente Pedro Sánchez, que hizo una oposición lamentable: "¡no es no!" o cuando llamó "indecente" a Mariano Rajoy, convirtiendo al adversario en enemigo. Lo que dijo entonces se vuelve ahora contra él. Ya le han dimitido dos ministros y tiene otros dos en el dique seco.
Pero, a pesar de todo, lo verdaderamente grave en este último caso es que responsables de la anterior Administración estén utilizando la información a la que tenían acceso por su cargo para utilizarla torticeramente contra sus adversarios políticos.