
A una semana escasa de las elecciones presidenciales brasileñas las cosas parecen estar más claras y de la incertidumbre inicial hemos pasado a un territorio bastante más acotado. De cumplirse los resultados previstos por las últimas encuestas la contienda se quedaría reducida a un enfrentamiento a dos, aunque todo indica que el misterio recién se resolverá en la segunda vuelta del próximo 28 de octubre, donde participarían el ultraderechista Jair Bolsonaro y el petista (del PT, Partido de los Trabajadores) Fernando Haddad, el sucesor de Lula.
Mientras Bolsonaro lleva varias jornadas estancado en el 26-28 por ciento, Haddad mantiene su senda ascendente (entre el 21 por ciento y el 23 por ciento) y los sondeos ya comienzan a hablar de la victoria del segundo sobre el primero en el caso de que ellos dos celebren el combate decisivo. Es interesante señalar que en esta oportunidad los comicios no se resolverán por el voto positivo de los electores sino por el mayor o menor rechazo que genera cada candidato. De todos, Bolsonaro provoca el mayor pavor entre los brasileños (un 46 por ciento), porcentaje que aumenta entre las mujeres y otros colectivos agredidos por el ex militar, como el LGTBI.
Haddad, por su parte, si bien ha podido beneficiarse del traspaso de una cantidad apreciable del voto que respaldaba a Lula, también es el heredero del rechazo generado tanto por el ex presidente como por su partido, el PT. Y aunque no llega al nivel de Bolsonaro, los efectos negativos de esta percepción son apreciables. De todos modos, resulta llamativo el escaso apoyo con que cuentan los dos aspirantes que van en cabeza, a tal punto que es el menor de las últimas elecciones presidenciales celebradas en Brasil desde fines del XX. En algunas mediciones los votos de Bolsonaro y Haddad apenas superan el 50 por ciento del total.
La decisión acerca de qué pesa más, si el rechazo a un candidato de extrema derecha, machista y xenófobo o el rechazo a Lula y al PT que gobernaron durante más de 12 años y son en buena medida responsables, aunque no los únicos, de la corrupción generalizada instalada en el país, condicionará la respuesta de muchos ciudadanos. Pero también incidirá en la actitud que tomen los llamados partidos del centro, que si bien hasta hoy seguían apoyando a Géraldo Alckmin, a la vista de su estancamiento en las encuestas podrían verse tentados a buscar un nuevo caballo ganador.
Sea quien sea el próximo presidente de Brasil tendrá que gobernar con un Congreso fragmentado, probablemente más que en ocasiones anteriores, y con una fuerte presencia de parlamentarios de derecha y evangelistas, estos últimos portadores de una muy conservadora agenda valórica. La duda es si alguno de los dos principales candidatos será capaz no solo de alcanzar los consensos parlamentarios para formar una coalición amplia que respalde sus políticas, sino también de impulsar las reformas necesarias para sacar el país del atolladero, como la del sistema político o la de las pensiones.
Por eso Alckmin, del mismo partido que Fernando Henrique Cardoso, instó a los electores a desmarcarse de los extremos y a no cometer la "insensatez" de apoyar un enfrentamiento definitivo entre Bolsonaro y Haddad, mortal para sus intereses. Pese a ello su discurso genera escasa entusiasmo, tanto por la polarización existente como por el estilo del candidato, muy poco atractivo para el elector medio. De momento ni él, ni Ciro Gomes ni Marina Silva tienen opciones de pasar a la segunda vuelta.
Si Haddad gana deberá intentar regenerar Brasil y su partido. En este caso no sería previsible un cambio radical ni de las reglas de juego políticas ni de las económicas. Las cosas podrían ser mucho más complicadas si Bolsonaro es electo. De ocurrir esto, hasta el futuro de Mercosur podría estar en entredicho, a la vista de su discurso radical y antiglobalización, muy en la línea del que despliega Donald Trump.
Queda una semana de campaña. Si bien todo es posible y puede pasar cualquier cosa, parece que las cartas ya están echadas. Bolsonaro pudo darse el lujo después del atentado en su contra de seguir la campaña desde el hospital sin exponerse públicamente. Sin embargo, eso no le bastará en la segunda vuelta, cuando más allá de la retórica incendiaria que lo ha acompañado estos meses, deberá comenzar a dar definiciones concretas acerca de cómo piensa gobernar un país que, hoy por hoy, está repleto de desafíos y dificultades.