
El recibo de la luz para un consumidor medio español se ha encarecido un 9% en julio. Al contrario que en anteriores periodos, el alza no es achacable a la mala climatología. De hecho, pese a que las lluvias de los primeros meses del año han originado un mayor uso de las centrales hidroeléctricas, no ha sido suficiente.
Dos claros motivos que sí que explican el mayor precio son los incrementos de costes de materias primas como el gas y el crudo y la parada de varias centrales nucleares.
El impacto que detener el átomo tiene en el sistema debería hacer pensar al Gobierno sobre los graves perjuicios que para los consumidores y las empresas tendría prescindir de una fuente energética barata y, además, libre de emisiones.
Con todo, en el encarecimiento tiene mucha importancia el funcionamiento marginalista del mercado mayorista eléctrico (pool). Este protocolo implica que la última tecnología que hace una oferta en el mercado impone su precio a todos los actores.
Y se da la circunstancia de que el pool establece que, diariamente, deben ofertar primero las renovables, que son las más baratas. Ante la imposibilidad de que estas fuentes verdes puedan cubrir la demanda, resulta inevitable recurrir a los combustibles fósiles, cuyo mayor precio repercute en el recibo del consumidor.
La volatilidad del mercado eléctrico español, por tanto, es el motivo principal de las oscilaciones de la factura de la luz. No es fácil mitigarla y, de hecho, también reporta beneficios (así se vio en años anteriores) en momentos en que el sistema tiene abundancia de capacidad.
Por tanto, el consumidor que busque un blindaje frente a estas variaciones tiene la opción de recurrir al mercado libre eléctrico, lo que, hoy por hoy, aún supone mayores costes.