
Ya lleva un tiempo con nosotros y, sin embargo, la revolución digital sigue despertando miedos y recelos entre una parte importante de la población. Miedo a quedar fuera de juego, miedo a no estar a la altura, miedo a descolgarse del mercad laboral… en definitiva, miedo el cambio.
Es algo natural; salirse del camino marcado y tantas veces transitado produce vértigo y desasosiego. Y aunque no cabe duda de que algunos de estos peligros asociados a la revolución tecnológica pueden estar hasta cierto punto fundados, la realidad es que en la mayoría de los casos está en nuestra mano evitarlos. Para ello deberemos abrazar la transformación digital, no sólo como algo inevitable, sino como una evolución necesaria y llena de posibilidades.
Brindarle esa bienvenida a la transformación digital será más sencillo si se parte de la premisa de que ella, a su vez, está más que dispuesta a dárnosla a nosotros. Contrariamente a lo que los muchos piensan, la revolución digital no es un fenómeno excluyente, sino que tiene sus puertas abiertas a todo aquel que quiera traspasar ese umbral. Requiere, eso sí, un profundo cambio de mentalidad y tener la osadía de dar ese paso.
La buena noticia es que hay múltiples recompensas esperando a quien lo haga. Es de esperar que en 10 años el mundo será muy diferente a cómo es ahora. Si cuando llegue el cambio no nos encuentra dispuestos a recibirlo con la mente y los brazos abiertos, lo más probable es que pase de largo por nuestro lado y nos lo perdamos. Y aunque estamos hablando de futuro, esa pérdida, en realidad, estaría empezando a producirse en este mismo momento. Porque abrazar los cambios del mañana implica empezar a imaginar su mera posibilidad desde el hoy.
Anticiparse es, de hecho, la mejor y casi única defensa (y ataque) posible ante la exponencialidad del cambio. Nunca antes en la historia de la humanidad se habían producido cambios tan vertiginosos y en tal cantidad. Los avances tecnológicos han tenido mucho ver con este incremento de la velocidad. Es esta una transformación digital exponencialmente acelerada, y también lo es la evolución del talento que viene con ella. Y aunque conviene recordar que es la tecnología la que depende del talento y no a la inversa, la realidad es que ambos factores están tan íntimamente ligados que casi nadie puede permitirse el lujo de desconectarse de la tecnología completamente. Quizá sí en la parcela personal, pero difícilmente en la profesional. Hacerlo sería poco menos que un suicidio laboral y una invitación a quedar fuera.
Dentro de unos años el cáncer y otras enfermedades dejarán de ser mortales. En un futuro no tan lejano el neocortex del cerebro humano se va a poder conectar con algún modelo de estructuras neuronales o de soporte externo en la nube, con lo que la inteligencia humana no se limitará a nuestro cerebro. Todos estos cambios biológicos y en nuestra forma de vida también requieren de una actitud de bienvenida. No saludar estas posibilidades sería negar la misma posibilidad de desarrollarnos como seres humanos. Sería negar que nos guste o no, el futuro ha dejado de ser una continuidad del pasado.