Opinión

La cruel ironía de Nicaragua

Foto: Dreamstime.

Nicaragua se encuentra desde abril sumida en la peor crisis sociopolítica desde la década de 1980. Más de 300 muertos, muchos de ellos jóvenes estudiantes. Varios miles de heridos. Docenas de edificios incendiados y destruidos.

La triste paradoja de Nicaragua es que su presidente Daniel Ortega lideró la revolución popular contra el dictador Anastasio Somoza. Ahora aprovecha el 39 aniversario de la revolución sandinista para decir más o menos lo mismo que Somoza hace 40 años.

Por primera vez en nueve años Ortega ha hablado con un medio no afín a su Gobierno. Llamó la atención el canal elegido: el programa Special Report de Fox News, la cadena conservadora identificada con el Partido Republicano. Explicó que decidió conceder la entrevista a Fox News para exigir respeto hacia su país. El Congreso de EEUU tiene la intención de aprobar una resolución de condena a su Gobierno por las acusaciones de tortura, censura de medios y falta de asistencia médica a los heridos, lo que Ortega califica de "terribles mentiras".

La entrevista tuvo dos temas centrales: los grupos paramilitares y el papel de la Iglesia católica. En lo que se refiere a la primera cuestión, quienes llevan meses exigiendo la renuncia inmediata de Ortega aseguran que es el Gobierno quien alimenta e impulsa a los paramilitares. Ortega, por su parte, señala organizaciones políticas, "algunas con diputados en el Congreso y otras que no participaron en las elecciones". También apuntó al narcotráfico y, de forma indirecta, a organizaciones estadounidenses cuyos fondos serían desviados para estos fines.

En cuanto a la segunda, tildó de falsa la información sobre ataques ocurridos dentro de iglesias. Más que eso: Ortega acusó a los obispos de golpistas y de fomentar la violencia. Así ha conseguido que estos, de ser intermediarios en una solución pacífica, pasen a ponerse del lado de la revuelta.

En definitiva, se limitó a negar las acusaciones de represión y violación de derechos humanos que le imputan organismos internacionales. Definió como "terrorismo" lo que ocurre en Nicaragua. El Congreso, con mayoría progubernamental, aprobaba una norma que condena a entre 15 y 20 años de cárcel a los culpables de terrorismo o de financiarlo.

Ortega dibuja un panorama de normalización. Afirma que seguirá como presidente hasta el final de la legislatura en 2021 pese a las protestas. Rechaza convocar elecciones anticipadas ya que crearía mayor "inestabilidad e inseguridad". Sostiene que eso "empeoraría las cosas". Sin embargo, es difícil que las cosas vayan peor. La economía nicaragüense se contraerá un 6% este año, según las más recientes estimaciones del FMI. El turismo, fuente creciente de divisas para el cuarto país más pobre de América Latina, ha desaparecido por completo.

Tras volver al poder en 2006, Ortega se aseguró de poder ser reelegido de forma indefinida. Asumió el control total de su partido, Frente Sandinista de Liberación Nacional. Mientras abrazaba el capitalismo para conquistar a los empresarios usó los subsidios venezolanos para gastar en programas sociales y así conquistar a los pobres. Al mismo tiempo fue formando una dinastía a lo Somoza junto a su esposa, Rosario Murillo, a quien nombró vicepresidenta, y sus siete hijos, a quienes puso a cargo de las empresas del Estado.

Ganó su última elección en 2016, impidiendo que la principal fuerza opositora llevara candidato y forjando una alianza secreta con su supuesto adversario. Gracias a ello logró un 72% de respaldo en unos comicios muy cuestionados. Votaron menos de dos millones de los más de seis millones de nicaragüenses. No se permitió la presencia de observadores internacionales.

Pero el dinero venezolano se agotó. Ortega tuvo que recurrir a los fondos de pensiones para seguir financiando los programas sociales. Como era previsible, anunció una reforma que reduciría las pensiones de los jubilados. Esto fue lo que desató la revuelta en abril. Aunque se echó atrás en la reforma el pueblo estaba cansado de manipulaciones. Algo similar ha ocurrido con la Iglesia y los empresarios. El problema es que de momento lo que hay en Nicaragua es una rebeldía anárquica sin liderazgo claro.

En el exterior también la posición de la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y EEUU es la de apoyar elecciones anticipadas. Es la única alternativa para detener la violencia.

La falta de inversiones, el freno a la producción, una economía en manos de unos pocos -Ortega, su familia y aliados- y que los que salen a protestar son perseguidos, reprimidos y asesinados, muestra un peligroso paralelismo con Venezuela.

Para que Nicaragua no siga el camino al abismo, como Venezuela, lo mejor es convocar cuanto antes comicios justos y transparentes.

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