
Hoy miramos al futuro desde una perspectiva diferente a la que teníamos hace años. Seguimos buscando, como sector, y yendo más allá, como ciudadanos, el crecimiento de la economía y el bienestar de la sociedad. Ahora sabemos que, además, crecimiento y bienestar deben estar ineludiblemente vinculados a la sostenibilidad.
Desde todos los ámbitos -incluidos el europeo y el estatal- se apuesta por caminar en la senda de la transición energética con paso firme, de según lo pactado en los acuerdos alcanzados en París y con la idea de legar a las generaciones que vendrán un mundo más sostenible.
Para que esta visión se convierta en una realidad se impone la necesidad de priorizar la energía eléctrica: la única que ha demostrado que es capaz de avanzar hacia un horizonte sin emisiones a través de la incorporación de las energías renovables, que han resultado ser las menos emisoras y las más eficientes.
Por tanto, un futuro descarbonizado implica necesariamente la electrificación de nuestra sociedad. Y, al mismo tiempo, esto sólo será posible si disponemos de unas redes de distribución eléctricas modernas, inteligentes, integradoras de los recursos renovables distribuidos (incluyendo las nuevas formas de generación y consumo, como es el caso del autoconsumo) y capaces de empoderar al consumidor, dotándolo de una mayor capacidad de decisión y gestión.
Merece la pena recordar que España es una referencia mundial en digitalización de la red y que tiene uno de los despliegues más extensos y eficientes de contadores inteligentes (27 millones). Del mismo modo, también somos un referente en cuanto a la integración de las energías renovables.
En los últimos años, la actividad de distribución en España se ha posicionado como un claro ejemplo de éxito internacional. Así, se ha facilitado la conexión a la red de distribución de más de 65.000 instalaciones renovables con una potencia de unos 30.000 MW.
Precisamente, el desafío que representa la entrada de nueva potencia renovable y el mantenimiento de los elevados estándares de calidad y garantía del suministro eléctrico harán necesario que, en los próximos años, se hagan importantes inversiones en las redes de distribución.
De hecho, harán falta inversiones en redes eléctricas de aproximadamente 30.000 millones de euros de aquí al año 2030 si queremos conseguir los objetivos de descarbonización y avanzar decididamente en el proceso de transición energética. Ello supone mantener estable el ritmo actual inversor -dadas las fuertes inversiones que las empresas gestoras de la red realizan de forma constante y recurrente en la misma-.
En paralelo, las redes de distribución han facilitado el desarrollo de un importante foco de industria auxiliar de alta cualificación que, además, ha permitido a muchas empresas expandirse y acceder a los mercados internacionales.
Igualmente, tienen un efecto positivo en términos de creación de empleo, más aún si tenemos en cuenta la confluencia con otros desarrollos industriales como el que entraña el vehículo eléctrico.
Y es que la red de distribución va a tener que expandirse de manera relevante para facilitar el despliegue de puntos de recarga que respalden el desarrollo de la movilidad eléctrica, fundamental para la reducción de las emisiones. Unas infraestructuras que, además, no deberían limitarse a las plazas de garaje, sino que deberían extenderse a la vía pública para poder convertirse en una alternativa viable al vehículo convencional.
Las redes de distribución en baja tensión han de digitalizarse y modernizarse para poder hacerse cargo, además, de la gran reforma que habrá que acometer en la edificación, un sector con un considerable potencial de electrificación.
Todo apunta, en conclusión, a que las redes van a sustentar el trascendental cambio que en los años venideros van a experimentar la economía y el sector energético, en el cual las energías renovables tendrán un peso creciente y significativo.
Impulsar renovables es impulsar redes. Impulsar electricidad es impulsar redes. Transición energética es, en definitiva, impulsar redes.
Unas redes que precisan de la seguridad que les aportan unos gestores sólidos, con experiencia y con una presencia geográfica que se extiende por todo el Estado. Unas redes, en definitiva, bien malladas, vertebradoras de todo el territorio nacional, capaces de garantizar el suministro y de adaptarse a las nuevas necesidades de los ciudadanos -incluida la necesidad de eficiencia y sostenibilidad-.
Tenemos por delante un futuro que plantea retos importantes e ilusionantes. Desde Unesa centramos nuestros esfuerzos para dar respuesta a este desafío. Cada día trabajamos con el objetivo de que los demás -industria y ciudadanía- no tengan que preocuparse por el crucial papel que juegan las redes de distribución; para que todos podamos dar siempre por sentado que la energía eléctrica llega allí donde la necesitamos y es capaz de adaptarse a los nuevos usos y necesidades que marcan los nuevos tiempos.