
Pasada ya algo más de una semana desde que la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, dijera que "el diésel tiene los días contados" es un buen momento para mirar con un poco de perspectiva y analizar qué ha traído consigo y qué puede traer a medio plazo una manifestación realizada de manera precipitada y sin decir, en paralelo, qué medidas concretas plantea el Gobierno para que todos vayamos hacia una nueva movilidad, sostenible y al alcance de todos los ciudadanos.
Hay hechos o palabras que provocan pequeños terremotos. Estamos ante uno de esos casos, porque, a lo largo de esta semana, los concesionarios hemos ya sufrido la cancelación de pedidos de coches diésel y muchos clientes, que habían comprado un vehículo con esta motorización en esa semana o que tenían previsto hacerlo, se han acercado hasta nuestras instalaciones preguntando qué iba a pasar a partir de ahora. Si, hasta hace una semana, cuatro de cada diez coches que matriculábamos eran diésel, ahora esa proporción ha caído, con suerte, a solo tres, aunque ha habido concesionarios que, directamente, han dejado de venderlos.
Como vemos, el revuelo provocado ha tenido ya un impacto directo sobre nuestros negocios, en solo unos días. Ahora estamos intentando medir las consecuencias que puede tener de aquí a final de año sobre el mercado. Creo que una matización, un gesto o un poco más de información por parte del Gobierno hubieran contribuido a serenar los ánimos en primer lugar de los compradores, pero también del sector de la distribución y reparación de vehículos que, recuerdo, da empleo directo a 162.000 personas y supone el 3 por ciento del PIB.
Pero no todo ha sido negativo durante esta semana. La situación creada nos ha servido para poder explicar a la opinión pública cuál es la situación de la movilidad en nuestro país. Explicar, en primer lugar, que el diésel se ha convertido en un chivo expiatorio, en una distracción. Porque (nos quedamos afónicos de tanto repetirlo), si lo que se quiere conseguir es que el aire de nuestras ciudades sea de más calidad, efectivamente los coches diésel han de tener los días contados… pero no los nuevos, eficientes y que cumplen con los límites de emisiones establecidos desde la Unión Europea, sino los de más de diez años, que son responsables del 80 por ciento de esas emisiones. Una vez más: tiene que ser tarea de la Administración impulsar medidas para la renovación del parque, por ecología y por seguridad. El sector, como siempre, apoyará con fuerza las iniciativas que vayan en esta dirección, pero con una premisa que no debemos olvidar: los propietarios de coches muy antiguos en algunos casos no pueden permitirse el cambio.
Creo que nadie en la automoción pone en duda que vamos hacia una movilidad sostenible y descarbonizada, y en ello estamos comprometidos, con constantes avances tecnológicos e inversiones millonarias en I+D por parte de la industria y de los concesionarios, pero de nada servirá medioambientalmente si, en primer lugar, no achatarramos los coches más antiguos. Éste es el verdadero problema, no el diésel limpio de última generación. Y en esto vamos a ir a peor: en 2025, el 65 por ciento de los coches en circulación tendrá más de quince años si no hacemos nada, según los datos que manejamos. Ése es el foco de problema del cual no podemos distraer la atención tanto el Gobierno, como fabricantes y concesionarios.
Sin la tecnología actual de combustión llegar a ese objetivo compartido por todos es sencillamente imposible. Hoy, no hay una alternativa tecnológica real y capaz de llegar a la mayoría de los ciudadanos a corto plazo. La habrá, pero hay que darle su tiempo; y la habrá si entendemos ya la oportunidad histórica que tenemos por delante como país. Estamos ante un cambio de paradigma en la movilidad; la irrupción de la tecnología del vehículo autónomo y de nuevas fórmulas de propulsión tendría la capacidad de revolucionar nuestra economía, nuestra industria, nuestro comercio, si hay miras, liderazgo y voluntad política, como ya vemos que está ocurriendo en otros países de nuestro entorno.
La primera señal de liderazgo es que el Gobierno trabaje de la mano del sector, transversalmente, para abordar, con un enfoque integral, cómo podemos llegar a esa movilidad sostenible que todos queremos y, al mismo tiempo, aprovechar las increíbles oportunidades que se nos abren. No seamos cortoplacistas, no pongamos injustamente el foco en el diésel, no pongamos esa excusa, ampliemos el enfoque; tenemos imaginación y capacidad de sobra.
De esta forma, podremos ser un gran país fabricante de estas tecnologías y, al mismo tiempo, tener unas redes de concesionarios absolutamente comprometidas con la creación de riqueza local y empleo, en definitiva, comprometidas con el crecimiento económico del país.