
Los líderes europeos, enredados estúpidamente en redes geopolíticas, en 1914 acabaron por meterse en una guerra y 10 millones de jóvenes fueron llevados al matadero.
A las pérdidas militares hay que añadir las pérdidas civiles y las provocadas indirectamente por el aumento de mortalidad ocasionada por la mayor incidencia de las enfermedades infecciosas. Las pérdidas directas e indirectas ocasionadas por la guerra en Europa -excluida Rusia- se pueden evaluar en 22 millones de seres humanos.
Para resumir, se puede decir que hubo tres necedades enlazadas. La primera, la estupidez de los líderes europeos de principios del siglo XX. La segunda, una clase militar -en verdad tarada- que dirigió la guerra (1914-1918) y la última, una paz (la de Versalles) que de paz tuvo sólo el nombre, dejando un lastre reivindicativo en Alemania (perdedora) y en Italia (vencedora) que en menos de 15 años trajo a Europa la plaga del totalitarismo (1917 el comunismo en Rusia; 1923 el fascismo en Italia; 1933 el nazismo en Alemania).
El escritor Christopher Clark, australiano y catedrático de Historia en Cambridge, ha escrito Sonámbulos, libro en el que analiza con precisión cómo comenzó la tragedia. A esta catástrofe se uniría a partir de 1918 una auténtica peste, la epidemia de gripe (gripe española se llamó, por no haber censura de prensa en España a la sazón, y poderse informar sobre ella libremente, a diferencia de lo que ocurría en las naciones beligerantes, pues en realidad el virus vino de EEUU).
Quienes sufrieron una mayor mortandad, que también se debió al aumento de la tuberculosis, fueron los niños y los jóvenes. Los nacidos durante la epidemia también sufrieron secuelas y malformaciones que les harían vivir menos años. La gripe española es considerada la pandemia más mortífera de la Historia.
El virus de origen aviar era el Influenza virus A, subtipo H1N1 que había sufrido 25 mutaciones, alguna de las cuales le permitió adaptarse al cuerpo humano y conseguir multiplicarse diariamente 50 veces más que la gripe común y 39.000 más en cuatro días. Se estima que murieron entre el 10 y el 20 por ciento de los infectados, lo que arrojaría entre 50 y 100 millones de fallecimientos en todo el mundo. En España murieron por esa causa unas 300.000 personas, aunque las cifras oficiales de la época sólo admitieron 175.000 fallecidos. La Gran Guerra, con el hacinamiento cuartelario y el movimiento de tropas, facilitó la propagación de la epidemia.
Al parecer, el primer caso se detectó en Fort Riley (Kansas) y cuando aquellos soldados norteamericanos fueron enviados a Francia trajeron el virus a Europa. Entre los fallecidos más notables estuvieron los artistas austríacos Koloman Moser, Gustav Klint y Egon Schille (pintores) y Otto Wagner (arquitecto), y en Francia murieron por esta causa los escritores Guillaume Apollinaire y Edmond de Rostand, el autor de Cyrano de Bergerac. En España, entre los enfermos que sobrevivieron a este mal figura el rey Alfonso XIII.