
Para mejorar con intensidad y ante el futuro las posibilidades de desarrollo económico, no solo es preciso atender a los problemas del momento, o sea, a los coyunturales, sino a aquellos que se derivan de una fuerte realidad que tiene características de permanencia. Y ante los riesgos derivados de esos problemas que, de inmediato, y con todas las medidas adecuadas que se quieran, no generan agobios, aquellos políticos que no pasarán a la historia como consecuencia de ello, los ignoran. En España, en estos momentos nos encontramos con abundantes cuestiones, que amenazan permanencias.
La primera se relaciona con la renta de situación de España. Tener una buena renta de situación es fundamental para que el progreso económico cristalice. Y eso depende de realidades históricas. Pensemos en Suiza que como consecuencia de enlazar regiones que pasaron a ser muy activas, en Renania, en Lyon, y la Isla de Francia con la culminación de París, en las regiones del Norte de Italia centradas en el Milanesado, y al Oeste en el Valle del Danubio, donde ahora mismo Austria compite en renta por habitante con Alemania, esa situación permitió superar, gracias a una buena y adecuada política interior, el freno al desarrollo que el tremendamente montañoso paisaje suizo, lógicamente impedía. Y el avance de Irlanda, que ya nos ha superado en renta por habitante, contra lo que ocurría hasta hace poco, se produce por el enlace, a través del Atlántico Norte, del ámbito angloparlante europeo y del Norte de América, con la zona más rica de la Unión Europea. La emigración posible de empresas vinculadas con realidades varias españolas hacia Irlanda, así se explica.
En el caso de España, su renta de situación tradicional no facilitaba el desarrollo. Estaba asomada su geografía a un mar mortecino económicamente, el Mediterráneo, y era fronteriza con un Portugal poco desarrollado y un Marruecos con muy bajos niveles productivos, a más de alejada de las corrientes de tráfico del Atlántico rico con América. Pero he aquí que esta realidad ha variado, como consecuencia del gigantesco cambio sucedido en Asia, como señaló Prodi en Madrid en 1987. Ese colosal desarrollo asiático, tiende a relacionarse, automáticamente, en tráfico, en enlaces financieros, en actividades empresariales numerosísimas, que buscan acercarse a la rica Europa y las regiones más prósperas de ésta, procuran ligarse con entidades asiáticas. Y España se encuentra situada en el lugar adecuado para ese enlace. Pasemos a la energía. En este sector ha tenido España un hada madrina de muy poco poder. Desde la realidad geológica que impidió desde el siglo XIX conseguir carbón barato, generado únicamente dentro del marco de un fuerte y costoso proteccionismo económico, se pudo impulsar esta minería. Los hidrocarburos también han mostrado su ausencia. La posibilidad hidroeléctrica, que ilusionó mucho a la opinión española, es frenada por el conjunto del problema del agua, incluyendo la irregularidad de las lluvias. Así es como se acabó por liquidar esas ilusiones. Además, hasta ahora mismo, el nacionalismo económico subyacente aun en Francia, dificulta en grado sumo la incorporación de la red eléctrica española en el conjunto de Europa.
Las opciones restantes son las energías renovables y la energía nuclear. Desde el problema de los costes y de su futuro, las ventajas de la nuclear parecen evidentes. Pero es necesario afrontar el pánico creado en la opinión pública. Pero esa decisión, ante las oleadas del denominado frente ecologista corresponde al Sector Público, que debe actuar sin importarle las agitaciones populistas empapadas de ecologismo barato. Dígase lo mismo con el enlace de todo esto con el problema del cambio climático unido al riesgo de la contaminación. El papel de un serio asesoramiento científico, pasa a ser ineludible si es que se quiere llegar lejos por el camino de la energía y del cambio climático.
Pero a más de la defensa de la renta de situación con planteamientos ligados a planteamientos incluso básicos, y la búsqueda de una buena realidad energética con la adecuada base científica, existe otra cuestión que constituye una grave amenaza para nuestro desarrollo: la demografía. La caída de la natalidad, con el incremento de la esperanza de vida, han dado lugar a la existencia de una sociedad cada vez más llena de viejos porcentualmente, y que co-mienza a descender desde el año 2015. Hace diez años, en 2008, España tuvo un crecimiento de 134.300 habitantes. Desde entonces ese saldo disminuyó, y a partir de 2015, ha pasado a ofrecer una cifra negativa. En 2017 descendió la población de España en 31.200 habitantes. La caída de la natalidad se vincula, en un conjunto poblacional cuando sube la renta, se debe a la aparición del fenómeno señalado por Keynes como derivado de ese desarrollo: el abandono progresivo de los valores que antaño orientaban a la sociedad. Derivado de los datos demográficos del INE, en El País de 20 de junio de 2018, con el título de Menos bodas y tres de cada cuatro, civiles, se señala que "los matrimonios católicos han marcado un nuevo mínimo y se han quedado en una cuarta parte (25,3%) de las bodas registradas en España el año pasado, de distinto sexo". Todo esto es explicado por Pau Moret, sociólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien señala, como pésima salida de esta alarmante situación, que una realidad como la señalada de viejos crecientes provoca el hundimiento generado por la crisis económica reciente. Esto es, el cataclismo económico derivado de las erróneas medidas económicas derivadas de la política económica de Rodríguez Zapatero, al provocar precariedad laboral e inseguridad económica, han reducido la tasa de natalidad, con lo que "ahora las parejas o las mujeres atrasan la hora de tener hijos a la espera de tiempos mejores, lo que también ha reducido la media de la maternidad". Los datos de 2017 señalan que ese año las mujeres tienen su primer hijo a los 32,1 años, y en 1976, era a los 28,5 años. En 2017, la media de hijos por mujer en edad fértil era de 1,21 hijos. De este modo nos alejamos de la tasa de 2,1 hijos por mujer que garantiza la permanencia de la población.
Pero esta explicación, simplemente económica, recogida de Moret, no lo explica todo. Hay que tener en cuenta que la población extranjera residente en España se aproxima al 10% de los residentes. En 2017, de los 391.930 nacimientos registrados, el 19,3% fue de madre extranjera. El profesor Arango -de la Universidad Complutense- señala también el peso del factor económico, con el desempleo en primer lugar, pero Moret también señala, enlazando con las tesis que provienen de Keynes, por ejemplo, que "el cambio cultural ha disminuido los nacimientos y ha retrasado la edad media de la maternidad". El cambio sociocultural derivado del abandono, por ejemplo, de las características de una población rural importante, actualmente desaparecida y del dato señalado antes del abandono creciente de la integración en una sociedad vinculada con la Iglesia Católica y sus mensajes en este sentido, también tiene un papel importante. El problema está ahí y es posible que tenga solución. Incluso Francia ha subido a 1,9 la tasa neta de reproducción, y en los países escandinavos se observa que el camino existe. Pero es necesario iniciarlo, y como sucede en el caso de los gastos de impulso de la natalidad y los de la energía, no se ve que se haya emprendido seriamente.
Como se trata de resolver los problemas del enlace por el Mediterráneo, y de Asia y Europa, de la cuestión energética y nada menos que el de la demografía, esto supone plantear un sinfín de dificultades. Pero hay que tener en cuenta aquello que nos señala Röpk en su Introducción a la Economía Política un consejo que dio un probo funcionario a Napoleón: "Solo es posible apoyarse en aquello que ofrece resistencia". Con las amenazas estructurales eso es lo que sucede.