
Ante la segunda vuelta de las presidenciales de este domingo, Colombia está polarizada. Las causas: descontento con el Gobierno y rechazo hacia una clase política desprestigiada. La corrupción y la inseguridad los flagelos del país, con un centenar de líderes sociales asesinados en 2018.
Es la primera vez que dos candidatos realmente antagónicos se disputan la presidencia. Los colombianos, que en su mayoría optan en general por el centro, eligen entre dos extremos: el derechista Iván Duque y el izquierdista Gustavo Petro, que militó en los 80 en la guerrilla urbana M-19. La diferencia es tan radical que muchos consideran que el voto en blanco sería un medio para transmitir a derecha e izquierda que deben moderarse. Ambas candidaturas tienen algo de un "salto atrás" o un "salto al vacío". No sintiéndose representados por unos ni otros, estarían expresando un mensaje de consenso que, de ser abultado, los extremos no podrán ignorar. Sin embargo, es cierto que por simple aritmética esa decisión favorecería a Iván Duque, que lidera todas las encuestas. Es la razón por la que un número indeterminado podría preferir apoyar a Gustavo Petro pese a no haber votado por él en primera ronda.
Tras la primera vuelta del 27 de mayo, los dos aspirantes se han visto forzados a suavizar su discurso para atraer a unos 7 millones de votantes de centro y centro-izquierda. Duque y su Centro Democrático cuentan con el respaldo del polémico expresidente Álvaro Uribe y el descontento hacia el Gobierno saliente. El acuerdo de paz que Juan Manuel Santos firmó con las FARC sigue generando rechazo en un sector considerable del electorado. En cualquier caso, la paz forma parte del sistema legal colombiano por lo que está jurídicamente asegurada. Lo que pretende Duque es introducir modificaciones, aunque respetando el modelo.
Petro con su Colombia Humana es quien más se ha beneficiado de la creciente preocupación por la corrupción y la consecuente desconfianza hacia la clase política tradicional. Su discurso de izquierda agrada a un segmento importante del electorado que demanda una lucha decidida contra la desigualdad. Pero al mismo tiempo esa retórica le ha impedido crecer entre aquellos votantes que pese a no querer la vuelta del uribismo tienen una posición bastante más moderada en política económica. Los recelos que ha despertado Petro con su postura ambigua frente a la democracia en Colombia y la dictadura en Venezuela son grandes. Los partidos que decidieron apoyarle le instaron a presentar en dos piedras de mármol los 12 mandamientos que promete cumplir a cambio de su apoyo. Duque y Petro han polarizado por igual marcando el común denominador de esta campaña electoral: el miedo. Ambos se han dedicado a sembrar el miedo a lo que el rival pueda hacer de Colombia.
Si bien las FARC desaparecieron, derecha y ultraderecha, representadas por Duque, se han obstinado en mantener vivo el fantasma de esa guerrilla. Además, según la propaganda del bloque de Duque, "Petro busca hacer de Colombia una segunda Venezuela".
Por otro lado se teme una vuelta al uribismo, ligado al paramilitarismo. El equipo de Petro, exalcalde de Bogotá (2012-2015), llama la atención sobre la inexperiencia de Duque, un tecnócrata que no ha desempeñado ningún cargo administrativo por votación. Le acusa de ser un "títere de Uribe". Otra cuestión se refiere a la institucionalidad. Si gana Duque, concentraría el Poder Ejecutivo y las mayorías del Congreso en su persona. Con Petro una equiparación de fuerzas sería más factible. Al no contar con mayorías en el Parlamento tendría que llegar a consensos. Petro es el primer candidato de la izquierda con posibilidades. Hay que recordar que en décadas pasadas varios postulantes de izquierda fueron asesinados. Con todo, la victoria será probablemente de Duque. El presidente elegido tendrá que atender dos prioridades. Promover una economía con espíritu social en las comunidades rurales. Y ampliar las ofertas de educación y empleo. Sin olvidar que un millón de venezolanos llegó a Colombia en el último año. Ninguno de los candidatos ha presentado programas de integración. Las consecuencias de la crisis humanitaria constituyen una bomba de relojería. El próximo mandatario tendrá que proponer una solución.
El problema no reside en un gobierno de derecha o uno de izquierda. El peligro es el populismo. Del signo que sea.