Opinión

Los límites del europeísmo de Emmanuel Macron

Cuando Emmanuel Macron fue recientemente entrevistado por dos periodistas muy agresivos, el resultado no fue precisamente la "situación del discurso ideal" apreciada por Jürgen Habermas, el gran filósofo alemán y gran partidario del presidente francés. Pero, a pesar de que se le interrumpió repetidamente, a Macron le fue muy bien. Siempre concreto y, si había necesidad, dispuesto a profundizar en las minucias de un tema, Macron estaba claramente en la cima de su juego. No necesitó recurrir a anotaciones, lo que también demostró de forma admirable, unos pocos días más tarde, durante su discurso ante el Parlamento Europeo, en el cual condenó al nacionalismo y al populismo.

Su encuentro con la canciller alemana Ángela Merkel en Berlín esa misma semana, sin embargo, fue muy distinto, tanto en tono como en naturaleza. Lo más importante, demostró los límites del método Macron: la oratoria de forma aparente convincente no se traduce necesariamente en políticas viables.

La política, en esencia, refleja la interacción de intereses a nivel nacional. Y, es precisamente en este punto en el cual las ideas de Macron sobre el rediseño de la arquitectura institucional de Europa llegan a un callejón sin salida. Sus propuestas son demasiado numerosas y vagas para juzgarlas, y no dan cuenta del estado del debate a nivel nacional, una situación en la que el escepticismo va en aumento. Ser positivo acerca de Europa tiene su costo.

Para los europeos del norte, dos perspectivas suscitan especial preocupación: compartir el riesgo (por ejemplo, en cuanto a garantizar depósitos bancarios minoristas) y un presupuesto para la eurozona.

Por supuesto, un sistema bancario fragmentado complica una política monetaria única. Algunos economistas académicos, así como algún raro formulador de políticas (como el difunto Tommaso Padoa-Schioppa), pidieron la supervisión centralizada de las instituciones financieras mucho antes de que estallara la crisis del euro. Al menos en algunos aspectos, se ha establecido tal europeización de la supervisión, ya que el Banco Central Europeo actúa como vigilante bancario de la eurozona y la Junta Única de Resolución se ocupa de los bancos vulnerables.

Sin embargo, garantizar los depósitos minoristas sigue siendo una tarea individual de los Estados miembros de la eurozona. Por lo tanto, la calidad de esas garantías varía, y algunos miembros son vulnerables a las corridas bancarias. No obstante, en la visión (bastante razonable) de los europeos del norte, el seguro después de ocurrido un accidente (piense en préstamos en mora) es una forma de redistribución que traslada la carga a personas inocentes (en este caso, a las personas del norte de Europa que pagan sus impuestos). Tal como los funcionarios alemanes y holandeses, de manera especial, argumentaron, se debe abordar la salud financiera de los bancos antes de que pueda llevarse a cabo la materialización de la Unión Bancaria de la UE.

La europeización del seguro de depósitos también significaría que los Estados miembros de la eurozona perderían toda autoridad sobre la política bancaria, en el caso de que las cosas lleguen a un punto crítico. Una institución de la eurozona, democráticamente responsable, tendría que asumir la responsabilidad de esto.

Pero, es con respecto al presupuesto propuesto para la eurozona que las ideas de Macron son las menos específicas. Y, es en este punto en el cual la resistencia política es más fuerte -una vez más, por razones que no son difíciles de entender-.

Se ha presentado un presupuesto común para la eurozona como un mecanismo de estabilización y como una herramienta de inversión. Pero, en circunstancias normales, los presupuestos nacionales del sector público ya desempeñan automáticamente el papel estabilizador -mediante el seguro de desempleo, los impuestos progresivos, y otros mecanismos similares- y, este es un rol derivado, no el objetivo principal. Lo que se necesita es una válvula de seguridad para los países de la eurozona que enfrentan desafíos temporales -y particularmente difíciles-. Y, un presupuesto de inversión tiene poco que ver con el propósito de un mecanismo de estabilización: amortiguar las conmociones económicas.

Por lo tanto, la esencia de las sugerencias de política económica de Macron es, francamente, confusa. Incluso si Merkel acogiese tales sugerencias, ellas serían blanco fácil de un ataque político (y no sólo de la oposición, Alternative für Deutschland, sino también del partido de Merkel, Unión Demócrata Cristiana, y el partido hermano del mismo, la Unión Social Cristiana, sin llegar a mencionar a los socialdemócratas). No se puede evitar la dimensión política nacional en la Unión Europea, dado que todos los líderes deben ser elegidos, y que la mayoría quiere ser reelecto. La idea de Merkel de establecer un super comité de la eurozona que en parte sustituya al Eurogrupo de ministros de Finanzas de la eurozona -que el primer ministro holandés Mark Rutte ya propuso, sin éxito- complicaría las cosas aún más.

Es verdad, tal comité le daría a Merkel el beneficio político adicional de limitar la influencia del socialdemócrata Olaf Scholz, su vicecanciller y ministro de finanzas. Pero, en términos de esencia, no había necesidad de la propuesta de Merkel. Scholz respaldó inmediatamente el schwarze Null (presupuesto federal equilibrado) de su predecesor, Wolfgang Schäuble. Teniendo en cuenta el sentimiento profundamente arraigado del público alemán a favor de la probidad fiscal, cualquier otra cosa distinta habría sido políticamente contraproducente. De hecho, ya que incluso Macron lucha a favor del mismo, el schwarze Null ha retornado con mucha fuerza. Pero, eso no lo convierte en un concepto económico menos endeble, uno que no se puede encontrar en ningún libro de texto de economía.

Este es el problema fundamental del método Macron: sus declaraciones sobre políticas -vagas hasta el punto de no ser aplicables- carecen, en algún sentido, del coraje de las convicciones europeas del propio Macron. Las propuestas del Tesoro francés (¡desde el año 2014!), por ejemplo, presentaron opciones de políticas mucho más detalladas para lograr los fines que Macron parece buscar, al igual que las propuestas desarrolladas por el ministro de Finanzas italiano Pier Carlo Padoan en el año 2015.

El método Macron también se caracteriza por una fuerte dependencia de un enfoque intergubernamental, que muy probablemente refleja la comprensión de Macron relativa al estado de ánimo actual de los votantes franceses. Al menos en este aspecto, la conversación de la semana pasada entre Macron y sus dos impertinentes interlocutores, los periodistas antes mencionados, fue muy esclarecedora. Los autoproclamados representantes de la profunda frustración de la sociedad francesa no tocaron, en lo absoluto, temas relativos a los problemas europeos.

Estas dos personas actuaron así por una razón. Muchos franceses no consideran a Europa (es decir a la Comisión Europea en Bruselas) como una institución que está en una posición de alto prestigio, y, como lo mostró el referendo del año 2005 sobre una constitución europea, eso ha sido cierto ya durante algún tiempo. Por lo tanto, es poco probable que una votación basada en las ideas esbozadas en los diversos discursos de Macron resulte favorable. En este contexto, la insistencia de Merkel en cuanto a la necesidad de enmendar el Tratado de la UE -que requeriría referendos en todos los Estados miembros- como condición para crear el Fondo Monetario Europeo propuesto por Macron es una forma apenas oculta de dar su negativa; en otras palabras, de decir Nein a la creación de dicho Fondo.

El compromiso de Macron con el diálogo desinteresado, a lo Habermas, es admirable. Pero, a menos que, y hasta que, Macron ensucie sus manos participando activamente en la política europea, como parece estar dispuesto a hacer por el bien de las reformas internas francesas, esos diálogos se mantendrán en el ámbito de lo efímero, e incluso, simple y llanamente, como palabrería.

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