
Luiz Inácio Lula da Silva, el mayor nombre de la política brasileña en décadas, ha perdido su apuesta más importante. El rechazo de la solicitud de Habeas Corpus el Supremo Tribunal Federal allana el camino de su entrada en prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero.
El exsindicalista de 72 años se encuentra en el ocaso de su vida política. Sus opciones de volver a la Jefatura del Estado se ven seriamente comprometidas. Es preocupante que, pese a su condena, el exmandatario persista en presentarse a las elecciones. Él mismo impulsó en su Gobierno la llamada ley de Ficha Limpia, que impide ser candidato a cualquier persona que haya sido condenada en segunda instancia.
En su intento de eludir la justicia, trata de desconocer la validez del proceso judicial, denunciando una supuesta persecución o venganza de las elites. Afirma una y otra vez que si tiene que ir a la cárcel será el primer preso político en Brasil después de la dictadura militar. "Crear un proceso jurídico para evitar que alguien sea candidato es poco democrático", señaló en una entrevista. Negaba así no solo las evidencias en su contra en el caso por el cual fue condenado sino que obviaba que se enfrenta a otros procesos. Ningunea el poder judicial. Lo peor es que con su actitud Lula alimenta un creciente clima de división social en el gigante latinoamericano. Si bien es cierto que millones de incondicionales sienten una devoción casi mística por él, también lo es que una multitud de detractores está obsesionada con la idea de me- terlo entre rejas. El ambiente es de máxima tensión.
Brasil atraviesa una grave crisis de confianza por el clientelismo y los escándalos de corrupción. Ante una clase política desprestigiada por completo, sus partidarios parecen perdonar a Lula, que durante su gestión, y la de Dilma Rousseff, se usara Petrobras para promover campañas políticas y pagar sobornos millonarios, y se haya hecho la vista gorda a que empresarios como Odebrecht y otros repartieran ingentes cantidades de dinero para ganar licitaciones.
La idea de Lula era aprovechar la aplastante ventaja que le conceden los sondeos electorales y su todavía formidable popularidad para forzar una interpretación legal que lo habilitara a competir y ser reelegido. En suma, manipular la ilusión de los que creen genuinamente que lo ocurrido es un complot. Mas si Lula hubiera podido eludir su responsabilidad habría sido otro signo más de la preocupante debilidad institucional. La cuestión fundamental ahora es el efecto que esto tendrá en las elecciones generales de octubre. Nadie puede predecir cómo estará Brasil en seis meses. El Partido de los Trabajadores de Lula, como el resto de las formaciones, carece de una figura con verdadero peso para los comicios presidenciales. La sensación es de caos, porque el líder en las en-cuestas quedaría fuera de carrera. Al considerarse un perseguido político deja frustrados y confusos a sus partidarios. Se impone la intolerancia entre seguidores y detractores. Una situación que puede derivar en violencia, como se vio en el ataque a tiros contra la caravana del ex presidente.
Aumenta el desconcierto el hecho de que políticos y partidos tradicionales ya no gozan de credibilidad entre el electorado, a causa de las mencionadas acusaciones de corrupción levantadas por la Justicia. En especial, en la Operación Lava Jato.
A ello se añade el perenne problema de la violencia en las grandes ciudades, que alcanzó un nuevo nivel con la intervención de la Policía Federal en Río. El asesinato de la activista y concejal Marielle Franco incrementó asimismo la sensación de inseguridad. En este contexto de severa inestabilidad, un populista que defiende la dictadura militar lidera en segundo lugar las encuestas electorales con 18 por ciento de intención de voto. Aunque los brasileños no suelen apoyar las soluciones extremas de derecha o izquierda ya no es posible descartar del todo la elección del ultraderechista y evangélico Jair Bolsonaro. Sus posibilidades crecen. La salida de Lula beneficia la candidatura de Marina Silva y su Red Sustentatibilidad Rede, pero la ecologista seguiría muy lejos del 21 por ciento logrado en las elecciones de 2014. Otros aspirantes son Ciro Gomes del Partido Democrático Laboralista. Geraldo Alckmin, gobernador de Sao Paulo y referente de la socialdemocracia brasileña. Y el independiente Luciano Huck, un popular presentador de televisión que ha anunciado sus aspiraciones políticas. El panorama de cara a los comicios es de absoluta fragmentación.
La destitución de Rousseff y el ascenso de Temer bajo la enorme sombra de la corrupción llevaron la perplejidad a un país ya harto de la podredumbre política. Sin embargo, lo sucedido con Lula es el golpe más duro. Brasil se enfrenta a su peor derrota.