
Hace unos años, escribí un libro llamado La próxima convergencia, sobre cómo las economías en desarrollo se estaban acercando a sus contrapartes avanzadas en términos de ingresos, riqueza, salud y otras medidas de bienestar. Allí analizaba no sólo la manera en que estos países habían alcanzado un rápido crecimiento -inclusive el papel central desempeñado por una economía global abierta-, sino también las oportunidades y desafíos que conllevaría este proceso de convergencia.
Al escribir el libro, había planeado incluir muchos datos en forma visual. Pero un respetado agente literario me dijo que utilizar gráficos era una mala idea, porque son pocas las personas que absorben mejor la información cuantitativa cuando se la presenta visualmente. Tomé conciencia de que los gráficos, en un sentido, son respuestas a preguntas. Si no se plantea una pregunta, un gráfico termina siendo o poco interesante o carente de sentido.
Recientemente, el psicólogo Steven Pinker de la Universidad de Harvard publicó un libro que documenta las tendencias positivas de largo plazo en múltiples dimensiones del bienestar, algo que llama "los frutos de la Ilustración". El progreso, reconoce Pinker, no es consistente; hubo importantes reveses en tanto surgieron nuevos desafíos, como el cambio climático. Pero, en términos generales, el bienestar ha venido mejorando desde por lo menos mediados del siglo XVIII, cuando la Revolución Industrial generó una marcada aceleración de las mejoras del bienestar. Desde la Segunda Guerra Mundial, el 85 por ciento de la población mundial que vive en países en desarrollo también ha resultado beneficiada.
Sin embargo, mientras que Pinker utiliza muchos gráficos para demostrar este progreso, la mayoría de la gente no parece percibirlo, o por lo menos considerarlo seriamente en relación a problemas y temores inmediatos. ¿Por qué?
Una serie de factores contribuye a la divergencia entre los datos y la percepción, empezando por los prejuicios innatos de la gente. Uno de esos prejuicios es la "brecha de optimismo": la gente tiende a ser más optimista sobre sus propias circunstancias que sobre las de los demás, o de la sociedad en general. Otro es lo que el premio Nobel Daniel Kahneman y su colaborador de larga data, el psicólogo Amos Tversky, define como el "heurístico de la disponibilidad": la gente estima la frecuencia de los acontecimientos por la facilidad con la que vienen ejemplos a la mente.
Cuando se trata de evaluar las tendencias económicas y sociales, ambos prejuicios están forjados por el ciclo noticioso. Pinker menciona datos que indican que el porcentaje de noticias negativas ha tendido a aumentar en el período de posguerra. Desde la llegada de los medios digitales y las redes sociales, el ciclo noticioso se ha acortado a minutos, alentando un flujo continuo de contenido impreciso, sensacionalista, falso o profundamente sesgado. Las noticias negativas tienden a vender mejor, quizá por un sesgo de negatividad incorporado. No ayuda que, en las redes sociales, los usuarios puedan autoseleccionar el tipo de contenido al que están expuestos, reforzando potencialmente sus prejuicios existentes.
La incertidumbre, también, puede alimentar una evaluación más pesimista de las tendencias. Y no falta incertidumbre en el mundo de hoy.
En los países desarrollados, la globalización y la automatización ya han producido cambios significativos en los mercados laborales y en la distribución de ingresos. La continua penetración de la inteligencia artificial y la robótica en la actividad económica probablemente sostengan y hasta aceleren estas tendencias. En general se considera que esas fuerzas económicas y tecnológicas globales están más allá del control de las estructuras de gobernanza de los países, lo que plantea dudas sobre la eficacia de las respuestas políticas.
De la misma manera, el cambio climático está más allá de la capacidad de cualquier país de abordarlo por sí solo, y existen serios cuestionamientos sobre si la respuesta de la comunidad global está incluso cerca de ser lo suficientemente agresiva como para evitar el desastre. El aparente derrumbe del orden global de posguerra -y la falta de una idea clara sobre qué va a reemplazarlo- se suma a los temores sobre la eficacia de la cooperación internacional.
También es cierto que los datos económicos agregados pueden ocultar -y efectivamente lo hacen- problemas más localizados. Si bien los beneficios de la globalización han sido enormes, se han propagado de manera desigual. Muchas economías regionales y locales se han visto sacudidas por las pérdidas de empleos y la caída de sectores industriales completos -episodios que han contribuido a la creciente desigualdad.
El peligro de ignorar los aspectos distributivos de los patrones de crecimiento, recientemente, han salido a la luz, en tanto la creciente desigualdad ha surgido como un factor clave que contribuye a las actitudes negativas sobre el progreso económico y social. Pinker y otros señalan con razón que la creciente desigualdad no implica pérdidas absolutas para los subgrupos, a menos que el crecimiento del ingreso general se mantenga sin cambios. Pero si bien la desigualdad y la pobreza extrema son inaceptables en la mayoría de las sociedades, algunas disparidades de ingresos y riqueza son consideradas, en general, como un corolario tolerable, y hasta inevitable, de una economía de mercado, aunque el nivel específico de desigualdad que se considerada apropiado varía en los diferentes países. La cuestión real, entonces, pasa a ser la justicia percibida en una sociedad determinada -un indicador difícil de cuantificar-. La meritocracia, la transparencia y las limitaciones en los extremos parecen ser las dimensiones más salientes de esa cuestión.
En cierta medida, las percepciones de las tendencias económicas por parte de las sociedades -ya sean positivas o negativas- se reducen a las respuestas políticas. Cuando los responsables de las políticas ignoran las pérdidas en determinadas regiones o sectores, el resultado es furia y división social -y opiniones negativas sobre la trayectoria de la economía-. Cuando los responsables de las políticas ofrecen una protección adecuada a sus ciudadanos, es más probable que esas opiniones se vuelvan positivas.
Este punto fue traído a colación recientemente en el país por un artículo del New York Times, que mencionaba una encuesta de la Comisión Europea que indica que el 80 por ciento de los suecos "expresan opiniones positivas sobre los robots y la inteligencia artificial". Por otro lado, "una encuesta del Pew Research Center determinó que el 72 por ciento de los norteamericanos estaban preocupados por un futuro en el que los robots y las computadoras sustituyan a los seres humanos".
En términos generales, los suecos consideran que la tecnología es esencial para fomentar la competitividad, impulsar el crecimiento de la productividad y, por ende, hacer crecer los excedentes que serán distribuidos entre los trabajadores, los directivos y los propietarios según valores compartidos, o utilizados para ayudar a adaptar las capacidades de los trabajadores. Y existe un sistema de seguridad social integral -y ciertamente costoso- para ayudar a la gente en una etapa de transición. En Estados Unidos, las opiniones pesimistas de las principales tendencias económicas pueden estar alimentadas, en parte, por una falta de respuestas políticas adecuadas y redes de seguridad social menos robustas. Las actitudes frente a la globalización y la tecnología digital también tienden a ser más positivas en países en desarrollo de alto crecimiento como India y China, donde el progreso es altamente visible y las tecnologías digitales parecen más motores de crecimiento que amenazas.
Si bien no son pocos los desafíos que enfrentan las economías y las sociedades hoy, no debería permitirse que oculten las tendencias positivas de largo plazo. Los mejores remedios para un pesimismo indebido y potencialmente debilitante son prácticos: una elaboración efectiva de políticas basada en los hechos, moldeada por la investigación científica y la solidaridad social.