
Se empieza a oír en los pasillos de la Magistratura que si Carles Puigdemont pisa España antes de ir a prisión tendría que pasar por un psiquiátrico que comprobara si está en sus cabales. No es una broma, ni una manera de descalificarle. Como ocurre con Donald Trump, hay expertos que denotan en sus comportamientos signos de trastornos mentales.
Uno de estos signos es su empeño de ser investido presidente por vía telemática. ¿Se imaginan a alguien presentando su tesis doctoral por Skype o que un deportista sea sustituido por otro en su nombre en una competición? ¿Y el resto de los diputados también teletrabajan? ¿Y la oposición podría interpelarle con palomas mensajeras?
Pero ésta solo es una de las ocurrencias de una serie de actitudes que denotan un comportamiento muy irregular. Las cosas que dice, los hechos que narra, los argumentos que utiliza (¿se acuerdan de su propuesta de un referéndum para sacar a Cataluña de la UE?) son propias de quien parece haber perdido la percepción de la realidad.
Puigdemont vive en su propio mundo, como le ocurría al personaje de Jack Nicholson en la pelicula de Milos Forman Alguien voló sobre el nido del cuco (1975). Tal vez los locos sean los demás, quienes le votaron sabiendo lo que estaba en juego. Tal vez sólo fue un mero acto reivindicativo. Pero si eso fuese cierto, una vez reivindicado el papel que representa, él mismo debería dar paso a un Gobierno técnico, capaz de gestionar los problemas de Cataluña como ha propuesto el profesor Mas-Colell, que con diferencia es el dirigente independentista más inteligente. Tal vez debería ceder paso a la economista Elsa Artadi, de absoluta confianza personal y política de Puigdemont, mientras él ejerce el liderazgo desde Bruselas.
Todo el que tenga dos dedos de frente sabe que ninguna persona con pleitos pendientes puede ejercer un puesto de responsabilidad pública sin desestabilizar la institución que pretende representar, como señaló la expresidenta del Parlament, Carme Forcadell. El problema catalán no tendrá solución hasta que no se produzca un cambio generacional de su clase política, como ocurrió en Euskadi. Cuando haces una apuesta y sale mal, lo honesto es irse.