Opinión

El secesionismo, 'kaputt' en la UE

Puigdemont, en Bruselas. Imagen: EFE

"El Estado español, derrotado", palabras del inefable Carles Puigdemont. Otras perlas: "La república catalana gana a la monarquía del 155"; "Batalla entre democracia y represión"; "Liberación de presos políticos"; etcétera. Insta a la Unión Europea a "tomar nota". No obstante, la Comisión Europea lo ha dejado claro: su postura sobre Cataluña no variará por el resultado electoral.

La UE seguirá sin inmiscuirse en las aspiraciones independentistas. Podría hacerlo de manera excepcional si el movimiento pancatalanista intentara anexionarse parte del territorio español y francés. O Andorra, único país cuya lengua oficial es el catalán. Habría también un problema si el pancatalanismo pretendiera unificar las comunidades de Cataluña, Baleares y Valencia.

El derecho europeo puede, sí, amonestar a Estados que atentan contra principios básicos constitucionales. Es el caso de la ley de medios húngara o la justicia en Polonia. Mas para las cuestiones autonómicas españolas hay un derecho interno, vinculante para el derecho internacional. Una hipotética salida de Cataluña no puede darse de modo unilateral. Para Bruselas, el reto catalán es un asunto "interno" de España. Una cuestión que debe resolverse mediante el diálogo dentro del marco legal y la Constitución española. El estatuto de autonomía rige la relación entre las regiones y el Estado central con disposiciones legales que, después de ser negociadas entre ambos, deben ser aprobadas y modificadas por las Cortes generales. Pertenecen al llamado "bloque de constitucionalidad" del Estado y la respectiva región.

Como el Estado español no aprueba el fin del estado de autonomía de Cataluña y su separación, solo es posible renegociar mayores competencias para ella.

Junto a este argumento jurídico existe un factor geopolítico. Tanto a Europa como a Estados Unidos les interesa una España fuerte, que sirva como una especie de estructura de defensa. Es un puente natural entre África y el resto del continente, con el flujo ininterrumpido de migrantes que desean llegar a Europa. En el caso de la estrategia de EEUU en Oriente Próximo, es indispensable poder contar con Gobiernos que funcionen en los Estados aliados y socios en materia de seguridad. Una Cataluña independiente implicaría un nuevo interlocutor para negociar. Significaría más incertidumbre e inestabilidad. Y, por supuesto, siempre el miedo a que vengan detrás otras regiones con aspiraciones similares. El auge del nacionalismo corso, los choques entre Italia y Austria por el Tirol del Sur o la eterna cuestión de Escocia.

Las tres formaciones independentistas -Junts per Catalunya, del expresidente Carles Puigdemont; Esquerra Republicana, del exvicepresidente Oriol Junqueras; y los antisistema de la CUP- suman 70 escaños. Dos por encima de la mayoría absoluta.

Desde su realidad paralela, Puigdemont y los suyos silencian aspectos y detalles que no les gustan. Voto a voto y en escaños, han perdido apoyos en comparación con comicios anteriores. Los liberales constitucionalistas de Ciudadanos lograron 37 diputados. Su líder, Inés Arrimadas, se impuso tanto en votos como en porcentaje.

El independentismo fue el único tema de la campaña. Todo lo demás pasó a segundo plano. Cataluña se encuentra dividida y polarizada en dos bloques. Rota. Nosotros versus ellos. Se sabía que las elecciones no iban a aportar remedios rápidos. No se está hoy más cerca de una solución del conflicto que antes. La imagen de Barcelona queda dañada. Se teme un impacto negativo en los datos económicos durante al menos los próximos diez años. La destrucción se produce rápidamente, la reconstrucción lleva mucho tiempo.

La UE es una federación de Estados y no va a reconocer corrientes independentistas. Ni darles cobertura. Ni la comunidad internacional- ni mucho menos la europea- presionarán a Madrid, porque desean preservar la estabilidad de la Unión.

Por otro lado, el Partido Popular ha sufrido un fracaso sin paliativos en las urnas. Tras esta sonora bofetada, Mariano Rajoy, que desde el principio ha contado con el respaldo europeo, tiene que admitir que no ha sabido enfrentarse al desafío separatista. En Europa empieza a comentarse su "terquedad". Aunque tiene la ley de su parte, al presidente le ha faltado la sensibilidad necesaria para afrontar la mayor crisis de la democracia española.

Ninguna de las maravillas prometidas por los soberanistas se ha cumplido. Fuga de empresas, caída del turismo, inversión extranjera, rechazo de la UE… Pero el desencanto no ha quebrantado el furor secesionista de algo menos de la mitad de los catalanes.

A la vista de los privilegios de Cataluña, el delirio soberanista puede parecer absurdo. Europa no necesita nuevos nacionalismos. Son además de inconstitucionales, retrógrados y contrarios a la integración. Sin embargo, es el momento de que unos y otros se sienten a hablar. O Cataluña quedará política, económica y socialmente rota.

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