
Tosco, grosero, caótico, sexista y a menudo ridículamente inepto. Nadie puede negar que Donald Trump tenga más defectos que casi cualquier otro ocupante en la historia de la Casa Blanca, aunque la competencia es reñida. Y, sin embargo, sus carencias personales y burdos modales no deben cegarnos cuando hace algo importante.
Este mes, contra todo pronóstico, parece que ha conseguido sacar adelante la reforma más significativa del sistema tributario estadounidense desde Ronald Reagan: rebajar el tipo fiscal corporativo de 35 puntos a solo 20 puntos.
La medida de Trump es la más drástica hasta el momento, aunque lo cierto es que los impuestos de sociedades están bajando en todo el mundo. En Francia, el presidente Macron ha bajado el tipo a 25 puntos y los italianos y los suizos han tomado medidas similares. Eso plantea un desafío al Reino Unido, que durante mucho tiempo ha ofrecido los impuestos empresariales más competitivos de las grandes economías pero, con la caída a escala mundial, las diferencias se estrechan. Y eso sólo tiene una solución: recortar igual que los demás o arriesgarse a perder terreno.
Para ser un país supuestamente de mercado libre y favorable a los negocios, Estados Unidos ha permitido que sus tipos fiscales societarios perdieran salvajemente la competitividad. Mientras bajaban en el resto del mundo, permanecieron sin cambios en EEUU. ¿El resultado? Este año, el tipo de 35 puntos gravado a los beneficios empresariales ha sido el cuarto más alto del mundo, tras tres flamantes generadores de la economía global como son los Emiratos Árabes Unidos, Comoros y Puerto Rico (Chad también hasta que bajó los tipos hace un año). De acuerdo, hubo exenciones y descuentos que rebajaban el tipo que pagaban en realidad la mayoría de las empresas pero no dejaba de estar muy lejos de lo normal en el resto del mundo.
Habrá que ver si el paquete sobrevive al Congreso, pero la ley que se aprobó en el Senado hace una semana reduce los tipos hasta apenas 20 puntos y también reforma la tributación de las ganancias extranjeras de las empresas. A Wall Street le encantó. Los títulos, lógicamente, subieron. Quedará mucho dinero para invertir o devolver dividendos. EEUU no es el único país en bajar los impuestos. El presidente de Francia, Macron, ha establecido un plan para reducir el tipo nacional de los 33 puntos actuales a 25 al finalizar su mandato, o incluso antes para las pequeñas empresas. En Suiza, los tipos societarios los recauda cada cantón pero algunos han aplicado grandes recortes, en parte como respuesta a la regulación más estricta de la UE sobre exenciones fiscales. Ginebra, por ejemplo, planea bajar el tipo a tan solo 10 puntos. Italia ha anunciado este año que bajará de 27 a 24 puntos. El año pasado, España recortó el suyo de 30 a 25.
A la izquierda no le va a gustar nada, pero por todo el mundo el impuesto de sociedades se desploma. Según un estudio de la estadounidense Tax Foundation, los tributos corporativos disminuyen constantemente desde hace casi cuatro décadas. En 1980, el tipo medio global era de 38 puntos, frente a los 22 de este año, con una reducción de 41 puntos.
El impacto potencial de la bajada generalizada de impuestos respecto a Gran Bretaña se ha subestimado. Desde las reformas de Thatcher en los años ochenta, el país ha disfrutado de uno de los regímenes fiscales más favorables para las empresas del mundo. El presupuesto de Geoffrey Howe en 1984 recortó los tipos de 52 a 35 puntos y desde entonces ha seguido siendo uno de los más bajos de las grandes economías desarrolladas. Con George Osborne y Philip Hammond de ministros de economía, la posición se mantuvo. El tipo que heredaron de 28 puntos, con un impuesto menor para las pequeñas empresas, ha caído sin cesar hasta apenas 19 puntos y el objetivo actual es bajarlo a 17 puntos en 2020.
El problema es que el diferencial ya no será tan amplio. Su factura fiscal en este país era la mitad de lo que pagaría en Estados Unidos. Y al otro lado del Canal de la Mancha sería del orden de 60 puntos menos. El tipo mínimo irlandés de 12,5 puntos, uno de los principales impulsores de la prosperidad nacional en las dos últimas décadas, era más atractivo, pero si se quería tener la sede en una gran economía y controlar los impuestos, Gran Bretaña era sin duda el lugar adecuado.
A partir del año que viene, seguirá siéndolo, pero no tanto. Recaudará nada más un punto porcentual o dos menos que EEUU y si se tienen en cuenta los demás tributos, tal vez cueste ver la diferencia. Solo estará cinco o seis puntos por debajo de Francia o España. Hungría e Irlanda ofrecerán una factura fiscal mucho menor a quien se decante por Dublín o Budapest. Los impuestos británicos no es que vayan a disuadir a las empresas de establecerse en el país, pero ¿seguirán atrayendo hacia Londres o Manchester? No lo parece. Por diez puntos porcentuales vale la pena mudarse. Por dos, no tanto.
Y eso es un problema. Después del Brexit, el Reino Unido ya no podrá ofrecer acceso al mercado único. Aunque hay varios centros de excelencia en el país, si somos sinceros nuestras infraestructuras no son precisamente de primer orden, nuestra productividad suele ser abismal y nuestras destrezas son poco más que mediocres como mucho o terribles como poco. Nos guste o no, los tipos fiscales híper competitivos son una de las grandes razones por las que las empresas se han establecido en el país a lo largo de los años.
La economía británica depende de altos niveles de inversión extranjera. Para que siga fluyendo, debe asegurarse de mantener la competitividad (fiscal y de cualquier índole). Si EEUU y Francia recortan, el Reino Unido debería hacerlo también. En la práctica, eso significa reducir el impuesto de sociedades a 15 puntos el año próximo y fijar un plan para bajarlo a 10 puntos a finales de esta legislatura. Eso le proporcionaría al país un tipo más bajo todavía que el irlandés y sería un incentivo poderoso para mudarse a Gran Bretaña, incluso cuando se marche de la UE.
No hará mucho daño. A la izquierda le gusta creer que gravar impuestos a las empresas es como un árbol mágico del dinero, pero la evidencia sugiere que los impuestos corporativos se trasladan a los consumidores en unos precios más altos o a los trabajadores en unos salarios más bajos. Al final, paga la gente, como con cualquier impuesto, solo que por otro medio. Lo que importa es mantener la condición de economía más apta para los negocios del mundo. Al país le hará más falta que nunca en los próximos años y ahora no es el momento de desaprovechar esa ventaja.