Opinión

La volatilidad del mercado eléctrico

El recibo de la luz para un consumidor medio español se encarecerá un 11,7 por ciento este año y es previsible que siga subiendo a inicios de 2018.

Es el resultado de la desafortunada coincidencia de varios factores como el mayor precio del gas y el crudo, la parada de dos centrales nucleares y, sobre todo, una climatología adversa. A principios de año, la falta de lluvia y viento hizo estragos en la capacidad de las energías verdes. La sequía se mantiene en el cierre del año, lo que tiene necesariamente impacto en un mercado mayorista eléctrico (pool), cuyo funcionamiento es marginalista.

Este protocolo implica que la última tecnología que hace una oferta en el mercado impone su precio a todos los actores. Y se da la circunstancia de que el pool establece que, diariamente, deben ofertar primero las renovables, que son las más baratas. Ahora, su capacidad, sobre todo la de origen hidroeléctrico, está bajo mínimos, por lo que es imposible que cubran la demanda de electricidad. Para lograrlo, resulta inevitable recurrir a los combustibles fósiles, cuyo mayor precio repercute en el recibo del consumidor.

El Gobierno no se ha quedado de brazos cruzados y, por cuarto año consecutivo, ha congelado la parte de la tarifa que regula, al tiempo que busca prolongar la vida de una forma de energía barata, como es la nuclear. Ahora bien, ni siquiera esa acción compensa la volatilidad que caracteriza al mercado eléctrico español. No es fácil mitigarla y, de hecho, también reporta beneficios (así se vio en años anteriores) en momentos en que el sistema tiene abundancia de capacidad. Por tanto, el consumidor que busque un blindaje frente a estas variaciones tiene la opción de recurrir al mercado libre eléctrico, lo que, hoy por hoy, aún supone mayores costes.

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