
Una vez más nos sobrecoge la sangre inocente en un cruel atentado. Son fanáticos y desesperados quienes se dejan instrumentalizar para la barbarie. Mas los verdaderos culpables son los que fomentan el terrorismo yihadista y escupen su veneno.
¿Quieren los incitadores expandir el Islam? No. Buscan intensificar el odio hacia los musulmanes. Su cobarde intención es captar como carne de cañón a suicidas extremistas. Cuanto más rechazo despierten hacia el Islam en Occidente, más gente reclutarán. Los dispuestos a morir matando, aunque siempre existirán, son escasos.
Quizá su difusa meta final sea una guerra futura que están convencidos de ganar. Sin embargo, ahora Occidente no es su auténtico objetivo. Ni siquiera España donde, indudablemente, incrementan su actividad criminal. ¿Reconquistar Al-Andalus? Ese es el discurso dirigido a los dispuestos a inmolarse. El Estado Islámico coacciona a nuestro país en su primer vídeo en español: más atentados si no se retira de la coalición internacional que lucha contra la banda en Siria e Irak. Grupos como EI quieren asentar su fuerza en sus territorios, donde tienen intereses reales, pero saben que nuestros muertos nos impactan más.
Barcelona es uno de los centros del radicalismo islamista en España. 723 yihadistas han sido arrestados desde 2004. El perfil: 45 por ciento españoles, 41 por ciento marroquíes, el resto de otras nacionalidades. Hombres jóvenes, en su mayoría con estudios secundarios. No es inusual que tengan antecedentes penales. Pese a su ascendencia musulmana su conocimiento del Islam es, como mucho, elemental.
Unos mil agentes (se anunció la incorporación de otros 600 funcionarios), fiscales, jueces, analistas y 'espías' hacen labores de investigación e inteligencia. Más de 500 teléfonos intervenidos, decenas de investigaciones en curso. Pero nada pudo evitar la masacre de Barcelona.
Para atentados como el de Barcelona no se necesita mucha organización. Basta un imán yihadista, conexión a Internet y un estrecho círculo de simpatizantes. Cuanto menor el grupo, más protegido de ser descubierto.
Los jóvenes se radicalizaron a través de Abdelbaki Es-Satty, imán de Ripoll. Es-Satty murió en la explosión en Alcanar, donde trataban de fabricar explosivos. Ni familiares ni conocidos imaginaban lo que estaba pasando porque Es-Satty se abstuvo de divulgar mensajes fundamentalistas en sus sermones. El propio imán se fanatizó en la cárcel de Castellón, donde estuvo por tráfico de drogas. A su salida recurrió la orden de expulsión contra él y pudo permanecer en España de forma legal. En 2016 viajó a la localidad belga de Vilvoorde, feudo yihadista.
Las autoridades belgas informaron a sus colegas en Barcelona. Si bien, no hay dispositivos para seguir a cada sospechoso, el número de errores cometidos en este caso es alarmante. La colaboración ciudadana para localizar a los yihadistas ha sido ejemplar. Tanto la policía autonómica como la nacional ha sido eficaz, lo que no oculta en ningún caso el grave problema de seguridad planteado. Las distintas policías en Cataluña han evidenciado descoordinación y deficiente intercambio de información. La Policía autonómica no compartió las sospechas con la Policía nacional. Y hasta en dos ocasiones los Mossos rechazaron la petición de los Tedax de la Guardia Civil para inspeccionar la casa de Alcanar.
Hay que estar atentos y vigilantes en cuanto a los terroristas. Mucho más ante los que propagan mensajes de odio yihadista. Preocupan asimismo conductas como la de los individuos que agredieron a tres menores marroquíes que regresaban de un homenaje a las víctimas de Cataluña. O el hombre que pateó a un menor musulmán. Que mezquitas en Granada, Sevilla o Logroño hayan sido blanco de pintadas amenazantes. O que la etiqueta #Stopislam fuera tendencia en las redes.
No es "nosotros contra los musulmanes". De lo que se trata es de una mayoritaria sociedad abierta, pacífica y tolerante contra los instigadores del odio.