Opinión

El camino que conduce a Reino Unido hacia su perdición

El Brexit completo no está en la carta. Antes de abandonar la Unión Europea del todo, el Gobierno británico quiere un "periodo transitorio" en que el Reino Unido conserve los derechos comerciales de la membresía de la UE, siga contribuyendo al presupuesto europeo, acate las normas y fallos judiciales de la Unión y permita la libre circulación de personas. Duraría por lo menos dos años a partir de marzo de 2019 (el plazo oficial para el proceso del Brexit), por lo que hasta 2021 el país seguiría básicamente siendo un estado de la Unión sin derecho de voto.

Mientras tanto, el Ejecutivo de la primera ministra británica Theresa May, que ha prometido mantener una relación "intensa y especial" con Europa, intentaría negociar un nuevo "acuerdo con tratado" con la UE. Las probabilidades de que Reino Unido pueda firmar un nuevo tratado en tan poco tiempo son muy reducidas.

Cuando llegue 2021, el Reino Unido seguirá abalanzándose hacia "el precipicio" de la ruptura total con Europa, sin acuerdo alternativo que amortigüe el golpe. Políticamente, el calendario plantearía mayores riesgos para el Gobierno de May de los que se enfrenta ahora, ya que las próximas elecciones generales deben celebrarse antes de junio de 2022. El Reino Unido podría tratar de ampliar el periodo de transición más allá de 2022. La experiencia nos dice que una vez se concede una ampliación, podría no acabar jamás. El país podría aproximarse al escenario que describí hace tres meses. La fatídica decisión de May de adelantar las elecciones en junio ha permitido a sus oponentes exigir que el Reino Unido negocie un acuerdo transitorio similar al que tiene Noruega como miembro del Espacio Económico Europeo (EEE), creado en 1994 como marco temporal para varios países que se preparaban para unirse a la UE. Como los votantes noruegos rechazaron un referéndum sobre la membresía de la UE 11 meses después, el EEE ya ha durado 24 años.

Nadie puede prever lo que ocurrirá en 24 años pero la buena noticia es que la UE podría estar moviéndose lentamente hacia una estructura de dos carriles. Para prosperar, la eurozona necesitará establecer una unión política. Eso dejará a los países de fuera del euro, como Dinamarca, Polonia y Suecia, en el extrarradio de cooperación económica fuera de la eurozona. Estos países serían miembros del mercado único pero no de la unión monetaria ni política.

Una Europa de dos carriles sería muy distinta del modelo de dos velocidades vigente en la Europa actual. En esta última, cada país se dirige teóricamente hacia "una mayor unión" pero a ritmos diferentes. En un escenario dual, sin embargo, Gran Bretaña se reincorporaría cómodamente al carril exterior junto con Noruega y, quizá, Suiza.

Veamos ahora las malas noticias. Un acuerdo de transición para el Reino Unido podría ser inaceptable tanto para los Gobiernos de la UE como para los votantes británicos. Los federalistas convencidos de la Unión Europea quieren que Gran Bretaña salga enseguida porque lleva mucho tiempo dando cobertura a otros (Dinamarca, Polonia y Suecia) que se resisten a ampliar la integración.

Los fanáticos federalistas tienen el concepto de una Europa de dos carriles. Quieren obligar a todos los Estados miembros de la Unión a adoptar el euro en la próxima década e integrarse permanentemente en una unión política y fiscal hecha y derecha. Y creen con razón que lograr este objetivo será más fácil con Reino Unido fuera del mapa.

Pero un periodo transitorio no es la panacea para este último país tampoco. Los británicos ya han empezado a hacerse una idea de los costes económicos del Brexit, cuando las empresas internacionales que habían localizado el centro de sus operaciones europeas en el país trasladan algunas actividades. Mientras el gobierno británico trata de mantener la ficción de una transición estrictamente limitada en el tiempo, el proceso se acelerará más y más. Y la UE usará el periodo transitorio para cambiar sus propios reglamentos de modo que las empresas que generen empleo y grandes ingresos fiscales tendrán que mudarse a su territorio.

Por ejemplo, la Autoridad Bancaria Europea y la Agencia Europea del Medicamento ya han abandonado Londres, por lo que muchos empleos de la rama del derecho, la gestión y grupos de presión vinculados a actividades muy reguladas, como las finanzas o la investigación farmacéutica, tendrán que mudarse también. El periodo transitorio afectará a las empresas internacionales con sede en las islas con un doble agravante normativo: estarían sujetas a los caprichos de las burocracias del Reino Unido y la Unión Europea simultáneamente.

Peor aún, la promesa de una larga transición podría retrasar el cambio necesario en la opinión pública para revertir el Brexit antes de que sea demasiado tarde. Después del 28 de marzo de 2019, el Reino Unido estará oficialmente fuera de la Unión Europea, cuyo crecimiento económico ya ha empezado a superar al británico. Si quisiera la readmisión algún día, tendrá que conformarse con unos términos mucho menos atractivos de los que disfruta ahora. No solo dejaría de recibir reducciones fiscales y un trato especial en la normativa social sino que hasta podría verse obligado a incorporarse al euro.

Incluso el 48 por ciento de los votantes británicos que votaron contra el Brexit rechazarían unos términos tan humillantes. Reino Unido se quedaría atrapado en el limbo, como Noruega, pero sin su riqueza petrolera ni su cohesión social. Como acertadamente explicaba el portavoz de comercio del partido laborista, un periodo semipermanente de transición basado en el "modelo noruego" convertiría al país en un "Estado vasallo".

Seguiría pagando grandes sumas al presupuesto europeo y debiéndose adherir a la legislación de la UE pero no tendría voz sobre el destino del dinero ni la redacción de las leyes. En los meses venideros, el público británico podría caer en la cuenta de este humillante final. El modelo noruego no satisfaría ni a los ancianos británicos con su eurofobia provinciana ni a los jóvenes votantes urbanos que quieren conservar unos derechos de ciudadano europeo que han aprendido a dar por hecho durante toda su vida.

Ante este panorama deprimente que se avecina, los votantes británicos podrían cambiar de opinión sobre el Brexit antes de que sus líderes acaben con él pero para que se materialice una conversión a lo Damasco, el país tendría que experimentar una crisis política o económica lo suficientemente dura como para sacar a la opinión pública de su complacencia fatalista. Tal y como están las cosas, los británicos han emulado ese lema nacional tan querido de "Mantengamos la calma y sigamos adelante". Antes de que puedan mejorar las cosas en Reino Unido, lo más seguro es que empeoren mucho más.

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