
Mucho cambiaron las expectativas desde que Theresa May anunció el adelanto de las elecciones en Reino Unido. En abril, todo apuntaba a que el Partido Laboralista de Jeremy Corbyn sería un nuevo ejemplo del hundimiento de la socialdemocracia europea. En consecuencia, los tories tenían una oportunidad de oro para lograr una mayoría absoluta que liberara a la primera ministra de la herencia de David Cameron y la reforzara para pilotar el Brexit.
Ahora, sin embargo, la distancia entre May y Corbyn se estrecha a tres puntos. La fiabilidad de los sondeos británicos es muy cuestionable, desde su estrepitoso fracaso sobre el referéndum de junio, pero la campaña electoral dejó claras las flaquezas de May.
La posibilidad de un revés para la jefa de Gobierno es, por tanto, muy real, como evidencian las recientes caídas de la libra. Hay motivos para esa desconfianza. El escenario más extremo, una victoria de Corbyn, implica disparar el gasto público y elevar impuestos para sufragar promesas como la gratuidad de matrículas universitarias y guarderías.
Pero tampoco es tranquilizador un horizonte más probable, como un Gobierno tory débil enfrentado a la unión de sus opositores (laboristas, nacionalistas escoceses y galeses y verdes).
Es lo que se llama un Parlamento ahorcado, muy limitado para conducir negociaciones tan delicadas como las que afectan al Brexit.
Esta indefinición eleva las incertidumbres electorales en la UE, ahora que se baraja la opción de adelantar los comicios en Italia y aún están pendientes las legislativas alemanas de octubre.
Existe, por tanto, un claro riesgo de que se reavive la inestabilidad política en la UE, lo que pesará sobre las bolsas y puede truncar la tendencia alcista en que aún están inmersas.