
No tiene experiencia en un cargo electo, ni un partido real y probablemente se enfrentará a mucha oposición dentro y fuera. Aun así, Emmanuel Macron toma posesión como el presidente más joven de la V República francesa con la intención de remodelar radicalmente la eurozona.
¿Cuál es el plan? Quiere un Tesoro común, un parlamento de la eurozona, una política fiscal conjunta, eurobonos y grandes transferencias por la eurozona. Si fuera un programa informático, su versión actualizada se llamaría Euro 2.0. Desde luego, es fácil (facilísimo) enumerar las razones por las que no tendrá éxito pero la pregunta más interesante es: ¿y si lo consigue? Una eurozona remozada repercutiría en la economía europea y global principalmente en tres sentidos: impulsaría la recuperación de la periferia, instalaría una subida de impuestos en la zona y haría inevitable que los países fuera de la moneda única se tuvieran que unir enseguida. A largo plazo, el euro seguiría expuesto a muchos desafíos pero a corto su situación estaría mucho mejor.
Cuando Macron presentó su apuesta a la presidencia, sus probabilidades de éxito eran 1 entre 100. Era el protegido del presidente más impopular desde que existen los sondeos y vendía Unión Europea y liberalismo a favor de la empresa a un electorado que parecía desconfiar de los dos. La mayoría debió de pensar que lanzaba un desafío para 2022 pero resulta que ganó y con diferencia. ¿La conclusión? No le den por acabado porque es capaz de conseguir lo imposible.
Lo mismo puede decirse de sus planes de reformar la eurozona. Se podrían enumerar las razones de por qué no lo va a conseguir: Angela Merkel no lo permitirá, se enfangará ante la oposición nacional a las reformas, los demás países de la zona no estarán de acuerdo y aunque lo estén su electorado lo rechazará... Pero que haya 1 posibilidad entre 100 no significa que no acabe ocurriendo.
Tiene un argumento de peso a su favor: el plan es perfectamente sensato. La economía de la eurozona está mejorando este año, aunque hay que recordar que el Banco Central Europeo acaba de echarle 2,2 billones de euros recién acuñados, además de los tipos de interés negativos. Si eso no da un repunte cíclico modesto, cualquiera sabe qué lo hará. Si nos fijamos en la última década, es obvio que algo no funciona. Grecia ha perdido un cuarto de su PIB y ha vuelto a la recesión. La economía de Italia no es mayor que en 2000. España e Irlanda florecieron y se hundieron, mientras que Francia ha patinado hacia un paro masivo permanente y crecimiento bajo. Mientras tanto, Alemania no hace más que acumular excedentes cada vez mayores, de hasta el 9 por ciento del PIB. Equilibrio no es la primera palabra que se le viene a uno a la cabeza para describirlo.
La fórmula de Macron es trasegar la demanda a través de la zona. Quiere un ministro de economía que imponga impuestos por todo el continente y gaste dinero, además de emitir bonos comunes y con su parlamento propio para legitimar el gasto. Si las proporciones son lo bastante grandes, propagaría la demanda mucho más homogéneamente por las regiones, como hace el gobierno federal en Estados Unidos. Tiene sentido. Está claro que muchos países, Francia incluida, necesitan una reforma estructural pero es difícil hasta en una economía en crecimiento. En una deflacionaria, olvídense. Si no se estimula la demanda, la zona no crecerá.
¿Cuáles serían los efectos si lo logra -si no el plan completo, al menos una versión modesta-? Primero, allanaría el camino para una recuperación sostenida en Europa. Ahora mismo, la demanda se ha absorbido de la periferia hacia Alemania. Las transferencias fiscales de la escala que prevé Macron impulsarían la demanda y darían a esos países una oportunidad de reformar y recuperarse. En países como Grecia, Italia o Portugal, hay mucho potencial de más crecimiento. Esperen un repunte modesto que se convertirá en recuperación sostenida y a su vez facilitará a los líderes políticos el impulso de las reformas que mejoren la competitividad.
Después, esperen más centralización y con el tiempo unos impuestos más altos. Un Tesoro y parlamento centralizado en la eurozona desde Bruselas será bastante remoto para casi cualquier persona.
No solo los impuestos serán uniformes sino también más altos porque habría muy poca responsabilidad democrática en una clase política de recaudar y gastar. Con el tiempo, puede que la zona perdiera atractivo para las multinacionales pero quizá dentro de una década o dos; a corto plazo, el crecimiento y la estabilidad aportarán atractivo.
Por último, esperen más países fagocitados por el euro. Con su propio parlamento e incluso Tesoro, y sin los molestos británicos, los países de la UE que siguen fuera del euro no tendrán más remedio que unirse. La UE y la eurozona serán en efecto una misma cosa. Esperen que los suecos acaben firmando de mala gana y los países más pequeños del Este. Lo interesante será si las euroescépticas Polonia, Hungría y la República Checa acabarán uniéndose a la mayor integración. Quizá se desentiendan y encuentren aliados solícitos en Suiza y Reino Unido.
Es cierto que el euro seguirá siendo una moneda deflacionaria y disfuncional sean cuales sean las reformas. Cuesta imaginarse que las transferencias fiscales sean lo bastante grandes como para mantener bajo control los desequilibrios y es difícil entender que un sistema tan centralizado pueda ser auténticamente democrático.
Pero sin duda son versiones mejores de lo que tenemos ahora y es del todo posible que Macron consiga remar en esa dirección. Quizá se enfrente a un declive a largo plazo, pero a corto le dará un empujón indudable a la zona. Cuantos más signos se observen del éxito de Macron, más inversores querrán apuntarse a la recuperación europea, porque tiene camino por delante.