Opinión

La fractura francesa

En Francia como en otros países tiene lugar un enfrentamiento entre el cosmopolitismo liberal y el nacionalismo. Hace tiempo que se vienen denunciando los efectos de la desindustrialización y la disfuncionalidad. La marginalización y la fragilidad social y económica de obreros no especializados e inmigrantes en los barrios periféricos.

La campaña electoral ha girado en torno a los problemas derivados de la globalización y la inmigración. El resultado: por primera vez en sesenta años están ausentes en esta segunda vuelta las dos fuerzas políticas tradicionales.

El gran número de quienes se consideran perjudicados por la mundialización busca salir de la Unión Europea así como acabar con las élites y el establishment. El extremista Frente Nacional de Marine Le Pen se presenta como instrumento para conseguirlo. Ha logrado establecerse como representante de la gente humilde y pobre, reemplazando al Partido Comunista.

El gaullista conservador y euroescéptico Nicolas Dupont-Aignan ha ofrecido su apoyo a Le Pen. Un regalo que ésta premiará convirtiéndolo en primer ministro en el caso de una victoria para el FN.

Sin embargo, son numéricamente más interesantes para Le Pen los electores que votaron por Jean-Luc Mélenchon, el candidato de extrema izquierda, que obtuvo en primarias casi el 20 por ciento. En su empeño por "blindar" Francia contra la intercionalización no ha pedido a sus seguidores el voto por Emmanuel Macron. Mélenchon, él mismo un radical, asume con ello una grave responsabilidad.

En una situación análoga en EEUU, Bernie Sanders sí lo pidió para Hillary Clinton. Y aun así muchos de sus electores se resistieron a apoyarla. El resultado está a la vista.

Del mismo modo trata de obtener votos entre los simpatizantes del conservador François Fillon, quien obtuvo también alrededor del 20 por ciento de los sufragios. Con el objetivo de aumentar su base electoral, Le Pen se ha retractado de querer sacar al país de la eurozona, una medida que rechaza el 70 por ciento de los franceses. Si bien la sigue considerando una "meta", no es de momento una "condición". En las dos horas y media del debate de esta semana, la candidata presidencial Le Pen mintió a destajo. Macron se mantuvo sereno y firme ante los insultos de su oponente. Con su punto fuerte, la política económica, mostró una y otra vez la inconsistencia de las peroratas y soflamas de la extremista. Al más puro estilo populista, su discurso ideológico no tiene programa alguno. Solo propaganda. Se promete todo sin explicar cómo se financiará. Los "paraísos" de los extremistas, sean de derecha o izquierda, simplemente no existen.

Muchos de los que votan por ella no son tan tontos como para creerse sus mentiras, pero les gustan. Suenan bien porque esas frases vacías lo prometen todo sin esfuerzo. Son cómodas, porque la culpa de los males nunca es de los franceses, siempre de los vecinos europeos y los inmigrantes. Sus partidarios seguirán siéndolo, pese al lamentable espectáculo de su líder en el debate.

Y es que el desdén y la desidia de las elites ha facilitado el camino al extremismo. El desinterés incluso ha dado paso a la soberbia de las clases dominantes. No solo en las elites francesas. También en las de la Unión Europea. Y si se siguen mostrando lejanas y distantes, la actual desconfianza se convertirá en rechazo definitivo.

Tampoco es de recibo contestar a los insultos y simplificaciones con lo mismo. Ni mucho menos con reacciones histéricas. Es necesario tomar en serio los problemas de los descontentos. Ofrecer soluciones y respuestas.

Dos visiones pugnan por imponerse en Francia y por extensión en Europa. Una opcion es la que busca refugiarse en el odio, la xenofobia y el nacionalismo. Le Pen intenta transmitir la nostalgia por un brillante pasado que así jamás existió. Con su visión pesimista del presente explota los miedos ante las grandes preguntas de nuestro tiempo.

La otra tiene que ver con la esperanza. Aunque imperfecta, apuesta por la apertura y la integración. El tecnócrata Macron, que se define como "ni de izquierda ni de derecha", ha demostrado talento. Con la creación de su movimiento En Marcha, el exministro de Economía supo captar el hastío de los ciudadanos. A ello tendrá que unir audacia para generar en las legislativas de junio una mayoría parlamentaria e implementar las reformas.

Ahora el asunto esencial es otro. Decir 'no' al extremismo con el apoyo transversal de los partidos tradicionales. Nada está decidido y no hay que confiarse. Conviene reforzar el centro político con un presidente liberal en temas económicos y progresista en lo social. Es la mejor manera de luchar por el futuro de Francia y Europa.

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