
Crecen en muchos ambientes las preocupaciones respecto de la nueva Administración americana. Es un hecho insólito. No se recuerda nada parecido en el pasado reciente y menos reciente. Ningún presidente de EEUU ha concitado tantos rechazos como el actual. Incluso antes de llegar al poder. ¡Y no lleva 15 días en el cargo! Habría que remontarse a Richard Nixon para encontrar algo parecido; eso sí, después de que se hubiera destapado el Watergate, no antes. Los años más duros de la Guerra de Vietnam no hicieron mella en aquel presidente; ni tampoco el Nixon Shock, que supuso el abandono unilateral del patrón oro en 1971, con las secuelas financieras que ha traído. Como tampoco nada sucedió en realidad con George Bush a partir de la segunda guerra de Irak, cuando embarcó a la comunidad internacional, con autorización de las Naciones Unidas, para derrocar al régimen de Sadam Hussein en una guerra basada en unas inexistentes armas de destrucción masiva. Ni por supuesto nada parecido ha sucedido con el anterior presidente Barack Obama, premio Nobel de la Paz, que ha dejado una estela de conflictos nada menores en muchos lugares del mundo. Por no recordar Guantánamo.
Las alarmas crecen también fuera de EEUU. La UE acaba de rechazar al supuesto embajador americano, Ted Malloch. Un embajador que, curiosamente, no ha sido aún propuesto formalmente por la Administración americana. Es como ponerse la venda antes de que surja la herida. Otro escándalo anti-Trump ha venido del veto de 120 días impuesto a la entrada en EEUU de aquellos refugiados procedentes de siete países musulmanes concretos (nada que ver con toda la comunidad musulmana como se dice hasta la saciedad). Refugiados a los que se les negará la entrada en Estados Unidos si no cuentan con un pasaporte en regla autorizado por Naciones Unidas u otros países homologables. Algo que ya sucede en muchos lugares del mundo. Un veto temporal que afecta a personas en situación diplomática irregular procedentes de unos países, seis de los cuales son Estados fallidos repletos de terroristas: Libia, Sudán, Somalia, Yemen, Siria e Irak. El séptimo es Irán; un país de antiguos conflictos con EEUU, exonerado no hace tanto por la Administración Obama, que cerró el largo embargo a que estuvo sometido desde Bill Clinton. Un embargo al que se sumó entusiásticamente la UE.
A lo anterior se suman otras circunstancias que hacen del presidente Trump persona a batir. Ahí estaría el cese de la anterior fiscal general de Obama, Sally Yates, que mantenía interinamente su puesto y que, según se dice, fue retirada del cargo al rechazar la medida en contra de los refugiados. Como también la expresada distensión con Rusia o la defensa de la industria americana. O, por no ser muy exhaustivos, la ampliación del muro que separa EEUU de México. Un muro que ya existe, con más de 3.000 kilómetros de longitud, que, por cierto, se empezó a construir en 1994 y se ha ido ampliando en varias fases hasta ahora.
No pediremos para Donald Trump el Premio Nobel de la Paz, como se le adjudicó al anterior presidente antes de que accediera formalmente al cargo. Sus modos son desde luego caso de estudio. Sin embargo, al observador independiente le sorprenden los furibundos ataques contra un presidente recién llegado, al que algún extremista ha comparado con Hitler; o al que los menos radicales asimilan a Herbert Hoover, trigésimoprimer presidente de los Estados Unidos, que alimentó en los años treinta del pasado siglo el proteccionismo comercial americano después de la crisis de 1929. Una comparación fuera de lugar, ya que 2017 nada tiene que ver con 1930, ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo social. Todo dominado por una globalización de difícil vuelta atrás.
Qué duda cabe que estamos ante el caso de un outsider de la política, que ha entrado en el sistema sin la debida corrección. Lo cual, aparte de la personalidad y estridencias de la persona, alimenta las alarmas por lo desconocido del caso. Donald Trump no pertenece a la "casta política" y, de momento, nada hace para mimetizarse con el sistema de lo correctamente político. Su populismo se encuentra extramuros del sistema. No es un político profesional, y eso se nota. Nada que ver con otros que han sabido cambiar adecuadamente su piel, como sería el caso de Alexis Tsipras, hoy aceptado como uno de los nuestros; o aquellos, más cercanos, que se acuchillan públicamente para hacerse un cómodo lugar dentro de la casta que anteriormente rechazaban.
El Donald Trump empresario no preocupaba a nadie; el Donald Trump político sí lo hace. Se desconocen sus métodos y lo que supuestamente tratará de hacer. De ahí el rechazo. Ha decidido ir contra el establishment, lo que incluye también a los medios de comunicación que regulan el sistema con lo políticamente establecido. No es de la casta y parece que no quiere serlo. Su American first no será problema si no se convierte en American only. Empieza el tiempo en que los europeos tenemos que protegernos solos: el amigo americano ya no estará para resolver nuestros problemas.