
Las elecciones más inciertas de EEUU en las últimas décadas se saldaron ayer con una contundente victoria del candidato republicano, Donald Trump. No en vano obtuvo, según el recuento provisional, 306 delegados frente a los 232 que respaldan a su rival, la demócrata Hillary Clinton.
El éxito de Trump, pese a ser sorpresivo, no trastornó los mercados, aun cuando estos últimos llevaban meses apostando por Clinton. Así, en Europa, las fuertes caídas iniciales se mitigaron, como demuestra el leve retroceso del 0,4% con el que el Ibex 35 cerró. Más significativo aún fue el comportamiento de Wall Street donde, lejos de producirse una debacle, el S&P subió hasta quedar a tan solo un 1,5% de los máximos anuales. El escenario, por tanto, fue muy distinto del pánico que, en junio, desencadenó el sí del Reino Unido al abandono de la UE. Pero, pese a la diferencia, el Brexit ofrece lecciones que permiten interpretar lo ocurrido en EEUU.
En primer lugar, la evolución económica de Reino Unido posterior al referéndum demostró que los efectos inmediatos de un acontecimiento traumático de este tipo no tienen por qué ser negativos. Sin duda, la libra se derrumbó, pero este movimiento impulsa el comercio exterior del país y la cotización de las empresas exportadoras. En el caso estadounidense, ni el más furibundo opositor a Trump puede defender que su programa conduzca sin remisión al hundimiento de la primera potencia mundial. En una economía tan dependiente de la demanda interna, sólo pueden tener un efecto impulsor las agresivas bajadas de impuestos y la reactivación de la inversión pública que el multimillanario propugna.
Del mismo modo, es previsible que la postergación de las alzas de tipos de la Reserva Federal tenga un efecto depreciador sobre el dólar, de naturaleza semejante al ya mencionado sobre la libra. A nadie debe sorprender, por tanto, que los analistas crean que las bolsas conservan todas sus opciones de subida.
El Brexit, además, demuestra el baño de realidad al que toda iniciativa política se somete cuando topa con el funcionamiento institucional de un país. Del mismo modo que el Parlamento británico tendrá mucho que decir en la separación de la UE, es muy posible que los aspectos más gruesos del programa de Trump choquen con las enmiendas del Congreso. Es cierto que sus Cámaras están en manos de los republicanos, pero también lo es que existe una importante oposición interna del partido hacia el nuevo presidente.
Con todo, evitar el pánico ante la elección de Trump no debe llevar a restar importancia a sus imprevisibles efectos a largo plazo. Como el Brexit ya demostró, el populismo cada vez sintoniza más con el descontento de las clases medias hacia la liberalización del comercio y la inmigración. En otras palabras, la victoria del multimillonario es un aval contundente al levantamiento de barreras en la circulación de personas, mercancías y capitales.
La historia enseña lo nocivas que son las guerras comerciales. La posibilidad de que se produzcan otra vez, implicando a actores de tanta relevancia como China, supone un grave riesgo de alcance mundial. Aún más hondura tiene el ya indudable cuestionamiento del proceso globalizador en su conjunto, en el que la economía mundial está inmersa desde 1989, y de los partidos que lo defienden. Ese movimiento llega en el peor momento para la UE, cuando Italia afronta un referéndum que puede derrocar el Gobierno de Matteo Renzi y sus dos países fundadores, Francia y Alemania celebrarán unas elecciones en 2017 capaces de aupar a los anti-sistema.