Opinión

Pensionistas y populismo

Si Donald Trump pierde las elecciones de Estados Unidos, ¿la marea populista que amenazó con inundar el mundo tras el referéndum del Brexit en junio se desvanecerá? ¿O la revuelta contra la globalización y la inmigración cambiará de forma?

El auge del proteccionismo y el rechazo a la inmigración en Reino Unido, Estados Unidos y Europa se piensa que es un reflejo de los sueldos estancados, el aumento de la desigualdad, el desempleo estructural e incluso de una flexibilización cuantitativa excesiva, pero hay varias razones que cuestionan el vínculo entre la política populista y el malestar económico.

Para empezar, la mayoría de los votantes populistas ni son pobres ni están parados; no son víctimas de la globalización, la inmigración y el libre comercio. Los grandes grupos demográficos detrás del movimiento antisistema han sido personas ajenas a la población activa: pensionistas, amas de casa de mediana edad y hombres con escaso nivel educativo, que cobran subsidios por discapacidad.

En Reino Unido, donde ya existen análisis detallados de los votos reales en el referéndum del Brexit, el grupo más afectado directamente por la competencia de salarios bajos de los inmigrantes y las importaciones chinas (los jóvenes menores de 35 años) votó contra el Brexit por un amplio margen, del 65 al 35 por ciento. Mientras tanto, el 60 por ciento de los jubilados apoyaron la campaña del Leave, junto al 59 por ciento de los votantes con alguna discapacidad. Por el contrario, el 53 por ciento de los trabajadores a jornada completa que participó quería que Gran Bretaña permaneciera en Europa, al igual que el 51 por ciento de los trabajadores a media jornada.

Los datos británicos sugieren que las actitudes culturales y étnicas, y no las motivaciones económicas directas, son los factores reales de la diferencia en los votos antiglobalización. Preguntados sobre si el socialiberalismo es una fuerza positiva o negativa, el 87 por ciento de los votantes del Remain respondieron que positiva y el 53 por ciento de los votantes del Leave que negativa. Sobre la multiculturalidad, la diferencia fue aún más aguda: el 65 por ciento de los votantes del Leave estaban en contra y el 86 por ciento de los votantes del Remain a favor. Otro análisis publicado por la BBC después del referéndum descubrió que uno de los indicadores más firmes de los defensores del Leave era el apoyo a la pena de muerte.

En Estados Unidos, las encuestas sugieren que el género es un indicador más importante del apoyo a Trump que la edad o la formación. A principios de mes, cuando Trump estaba a escasos puntos por detrás de Clinton en apoyo global, una encuesta de Washington Post/ABC comparó la intención de voto con los comicios de 2012. Concluyó no solo que los hombres blancos respaldan a Trump por un margen de 40 puntos porcentuales, sino también que su apoyo a Trump es 13 puntos más alto que a Mitt Romney, el candidato republicano en 2012.

Las mujeres blancas, sin embargo, apoyan marginalmente a Clinton y han oscilado en 15 puntos porcentuales contra los republicanos. Entre los votantes sin título universitario, la diferencia de género es más acusada aún: los hombres blancos con niveles de educación más bajos respaldan a Trump con un margen del 60 por ciento y se han decantado a favor de los republicanos en 28 puntos porcentuales, mientras que las mujeres se han desviado en 10 puntos en la dirección contraria y solo apoyan marginalmente a Trump.

Parece que los conflictos atribuidos en general a las reivindicaciones económicas y la globalización son las últimas batallas en las guerras culturales que han dividido a las sociedades occidentales desde finales de los años sesenta. La principal relevancia de la economía es que la crisis financiera de 2008 sentó las condiciones de la contrarreacción política de los votantes mayores y más conservadores, que habían ido perdiendo las batallas culturales por la raza, el género y la identidad social.

El predominio de la ideología de libre mercado antes de la crisis permitió que muchos cambios sociales controvertidos, como la desigualdad salarial, la mayor competencia salarial, mayor igualdad de género y acción afirmativa, pasasen casi inadvertidos. El liberalismo social "progresista" y las economías de libre mercado "conservadoras" parecían ser las dos caras de una misma moneda pero cuando el liberalismo económico de mercado libre fracasó en la crisis de 2008, los cambios políticos del socialiberalismo ya no podían desviarse invocando unas leyes económicas impersonales.

Si el cambio social ya no podía legitimarse como la condición necesaria del progreso económico, parece improbable que las democracias voten ahora para reinstaurar las condiciones sociales anteriores al predominio del liberalismo económico y la globalización. La igualdad racial y de género está respaldada por una gran mayoría en Estados Unidos, Reino Unido y casi todos los países europeos, e incluso las políticas aparentemente populares como el proteccionismo comercial y los controles estrictos de la inmigración no suelen juntar más del 30-40 por ciento de apoyo en los sondeos de opinión. ¿Por qué ganó el Brexit entonces? ¿Y por qué sigue siendo posible que Donald Trump gane las elecciones en Estados Unidos?

Tanto al Brexit como a Trump les ha alimentado una alianza inestable entre dos movimientos muy diferentes e incluso contradictorios. El grueso de sus defensores eran, sin duda, conservadores sociales y proteccionistas que querían revertir los cambios sociales iniciados a finales de los sesenta.

Dos de los eslóganes más eficaces de las campañas del Brexit y Trump han sido "recuperar el control" y "que me devuelvan mi país", pero los conservadores sociales inspirados por tales sentimientos atávicos y autoritarios no conforman mayorías en ningún país de Occidente. Por sí solo, el conservadurismo social jamás podría movilizar a más del 30-40 por ciento de los votantes. Para obtener mayorías, los proteccionistas socialmente conservadores tuvieron que unirse a los vestigios del movimiento laissez faire de Thatcher-Reagan, que reniega de la gestión intervencionista económica del periodo post 2008 y quiere incrementar la competencia, la desregulación y la globalización que los conservadores sociales rechazan.

Esta mezcla inestable política se está disolviendo en Estados Unidos y también en Gran Bretaña, donde el Gobierno de la primera ministra Theresa May se divide entre nacionalistas ideológicos y liberales económicos. Si las elecciones estadounidenses del 8 de noviembre confirman el fracaso de Trump de unir a los conservadores sociales y liberales económicos en una coalición victoriosa, una desintegración similar es probable en los populistas europeos también.

En ese caso, el referéndum del Brexit empezará a parecerse a una aberración y no el inicio de una nueva tendencia poderosa hacia el nacionalismo, el proteccionismo y la desglobalización, sino el final de una reacción contra la modernidad por una alianza inestable de autoritarios sociales y liberales de mercado del laissez faire. Será el último jadeo de una generación envejecida que intentó imponer su provincianismo a una generación más joven y cada vez más cosmopolita, pero solo lo logró en un país desgraciado.

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