Tras el fallido golpe de Estado, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan eligió Rusia como destino de su primer viaje. Valora el decidido apoyo de su homólogo Vladímir Putin en los críticos momentos iniciales de la intentona. Erdogan y su "querido amigo" Vladímir pusieron fin a meses de tensiones. Se acordó el restablecimiento de los vínculos bilaterales para reanimar la cooperación económica y comercial. El detonante del conflicto -el derribo de un caza ruso por la Fuerza Aérea turca en noviembre- pasó a calificarse como un tropiezo en las relaciones.
El repentino acercamiento responde a la necesidad de formar un frente antioccidental. Turquía, pese a ser miembro de la OTAN, pretende alinearse con el Kremlin. Erdogan, irritado por las críticas contra la violenta represión tras la tentativa golpista, reprocha a Occidente su ?falta de empatía?. El problema es que los intereses de Ankara y Moscú distan de ser coincidentes. Continúan sus visiones contrapuestas sobre Siria. Tras su reconciliación con Rusia, Turquía ha anunciado su intención de volver a participar con ataques aéreos en la lucha internacional contra el autodenominado Estado Islámico. Pero la reanudación de la colaboración con Moscú contra los extremistas no oculta la realidad: Erdogan combate el régimen de Bashar al Asad mientras Putin lo sostiene. Será muy difícil solucionar esa divergencia.
Ambos jefes de Estado han querido mostrar al mundo que han superado sus diferencias. En especial el mensaje ?no os necesitamos? va dirigido a la Unión Europea. Erdogan amenaza con romper los acuerdos migratorios establecidos con la UE. Otra provocación: ratificó su disposición a restablecer la pena de muerte, medida que cerraría definitivamente las puertas a la adhesión.
Moscú prometió levantar gradualmente las restricciones a las importaciones agrícolas turcas. Desde la ruptura, los intercambios comerciales cayeron un 43 por ciento. Putin además eliminará la prohibición para viajar a Turquía de vacaciones.
Para la reunión el orgulloso líder turco, que recientemente incluso se disculpó por la muerte del piloto ruso, se desplazó a San Petersburgo, ciudad natal de Putin. ¿Sugiere esto que Putin es el ganador a nivel político y económico de este "pulso de autócratas"? Asimismo hablaría a favor de una "victoria" la obtención del gasoducto Turkish Stream. Este constituye, en efecto, el meollo de la normalización. Contrariamente a lo que sucede en el comercio y el turismo, en que es más importante -con mucho- la UE, Rusia es clave en la cuestión energética. Turquía le compra el 50 por cien del gas que consume.
Desde hace años, el Kremlin intenta evitar al transporte de gas por territorio ucraniano para abastecer a la UE. En un principio pensó hacerse mediante el South Stream (atravesaría el fondo del mar Negro, Bulgaria?para abastecer la UE). No obstante, Bruselas determinó que el proyecto contraviene las leyes comunitarias. Tras reunirse con Erdogan en diciembre de 2014, Putin anunció que el gasoducto submarino sería desviado hacia la parte occidental de Turquía, donde tres de las cuatro ramas continuarían hasta la frontera con Grecia, para abastecer al mayor comprador de gas ruso: la UE. Así nació el proyecto Turkish Stream.
Se ha decidido retomar el proyecto, que será construido ?lo antes posible?. Sin embargo, la pregunta central es cuántas ramas va a haber. Se habla de la construcción de una sola rama con capacidad de 15.750 millones de metros cúbicos. Sería la variante más cara para Gazprom. Tampoco una segunda rama haría de Turkish Stream un proyecto rentable, aunque al menos aumentaría el volumen de ventas, pudiéndose abastecer Grecia e Italia. Mas Ankara insiste en la versión menos rentable y en ningún momento se ha comprometido en cuanto a una segunda rama.
Cuando las arcas están exhaustas, Putin estaría exigiendo demasiado a la empresa estatal rusa. Es desproporcionada la inversión en un gasoducto submarino de una sola rama en el mar Negro. Sobre todo, si tenemos en cuenta que al mismo tiempo construye un gasoducto en el Mar Báltico, el Nord Stream, con una capacidad anual de 55.000 millones de metros cúbicos.
Hay que relativizar la victoria de Putin. El presunto derrotado, Erdogan, recibiría un nuevo gasoducto submarino a expensas de Rusia, que minimizaría los riesgos del tránsito. Y, a largo plazo, obtendría gas más barato, al suprimirse los actuales costes que resultan del tránsito por varios países.
Erdogan, conocido por sus excesos verbales, es también pragmático. Le conviene la cautela en la alianza estratégica con Rusia para superar su aislamiento. Pero una ruptura total con Occidente supondría el fin del anhelo de muchos turcos.