
Tras más de siete meses con el Gobierno en funciones, la economía empieza a resentirse. Los últimos datos de crecimiento corroboran una ligera desaceleración y la inversión empresarial se está paralizando.
Las expectativas juegan un papel determinante y este largo período de interinidad está afectando a la percepción de muchos empresarios, tanto españoles como extranjeros, sobre los negativos efectos de la inestabilidad política.
Es sencillamente repugnante que sigan pensando si se abstienen, quién se abstiene y cuándo, como si España pudiera esperar a que deshojen su margarita los perdedores que piden la dimisión de otro sin pararse a pensar que a lo mejor son ellos los que, tras su fracaso, deberían haberse ido si se aplicaran el cuento. Ni nueva ni vieja política, lo que tenemos es un desastre que no sólo no mejora nada sino que enfanga todo dada la poca talla política de los nuevos actores.
El problema es que se nos acumulan los problemas. El mero hecho de no tener Gobierno sería menos acuciante si nuestros compromisos con la Unión Europea estuvieran salvados, pero no es así. Las medidas presupuestarias que se han tomado este mismo año van a suponer de hecho un ligero enfriamiento económico. En este contexto, la falta de Gobierno genera más incertidumbre sobre cómo evolucionará el gasto y la inversión pública, sin que haya ni siquiera una idea aproximada de qué políticas se van a realizar, aunque se teme lo peor.
Arriesgarse a no definir a tiempo el próximo presupuesto tras el éxito en la negociación de la nueva senda de reducción del déficit no deja de ser un escenario esperpéntico. Es urgente aprobar el techo de gasto y generar un consenso sobre el presupuesto de 2017 para dar confianza al mercado y gestionar con responsabilidad el Estado. Todos los partidos son, hoy por hoy, corresponsables por muy en la oposición que quieran estar.
Perspectivas laborales
Por otra parte, sigue en alto la amenaza de involución en algunas de las escasas, aunque importantes, reformas que se acometieron durante los peores momentos de la crisis. Esto afecta al mercado de trabajo que, sin un marco regulatorio nacido del consenso político, empeora sus perspectivas. Aunque no especialmente por esta causa, que es un factor más, la creación de empleo está perdiendo fuelle y ya empieza a notarse una ralentización, como ha podido comprobarse en la última EPA.
Y para agravar aún más las cosas, los independentistas catalanes siguen jugando con la seguridad jurídica, uno de los factores más decisivos para la inversión empresarial y la generación de actividad económica. Es obvio que están lastrando a Cataluña y al resto de España en una especie de alocada carrera hacia la nada. Aunque los agentes económicos no han terminado de tomarse en serio todas las mamarrachadas a las que se están dedicando, la mala imagen y el desconcierto están ahí, agravando las dificultades que se generan tras haber quebrado una importante región de España por su mala administración.
La economía española es víctima del mal Gobierno y de la fragmentación política. Sin embargo, muchos de los actores de este sainete no pueden permitirse que haya nuevas elecciones porque pueden perder aún más escaños. Esa, quizá, es una de las esperanzas que tenemos de alcanzar un mínimo acuerdo que haga posible unos presupuestos y una gestión razonable del Estado que no ponga palos en las ruedas de la difícil y vulnerable recuperación económica en la que nos encontramos. Dicen que el miedo guarda la viña y quienes más miedo deberían tener son todos aquellos que intentan aparentar firmeza cuando lo único que les garantiza la supervivencia política, ya sea personal o partidaria, es que de una vez se forme Gobierno y se aleje el fantasma de unas nuevas elecciones de las que, con toda probabilidad, no sacarían más que disgustos.
Es una desgracia inevitable a estas alturas que el Estado tenga tanta influencia en la economía y es una desgracia añadida que tenga que estar en manos de sujetos que supeditan el bien general a sus intereses partidarios y personales. Por eso, el empresariado y los inversores están mostrando síntomas de fatiga hartos de presenciar un espectáculo tan grotesco.
Si no dan salida urgente a esta situación, el miedo al futuro podría empezar a trasladarse a los consumidores, que son quienes están sosteniendo el crecimiento, y, en ese momento, la recuperación habrá terminado. Están jugando con las cosas de comer y ya es hora de que se dejen de juegos y hagan el trabajo para el que fueron elegidos.