"El Barça es más que un club". Una especie de "cuerpo místico" de Cataluña. Llegué a la Ciudad Condal en 1965. Barcelona entonces era la vanguardia, la avanzada de la modernidad. La ciudad más europea de España. Vibrante, abierta. En ella residía una pléyade inigualable de escritores iberoamericanos (los premios Nobel Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, entre tantos otros).
Por entonces, la sociedad catalana, la apacible burguesía, dormitaba, entre hartazgo y aburrimiento, en un franquismo tan rechazado como ajeno. Aquellas gentes, hoy devenidos independentistas, daban por buena la paz social (franquista) que les permitía prosperar, mientras la Brigada Político-Social se ocupaba de los díscolos y rebeldes (los obreros, algunos intelectuales y la subversión estudiantil en la que me hallaba yo metido hasta las cejas).
La zona universitaria se encontraba a unos centenares de metros del campo del Barça ("más que un club"). Tengo buena memoria. Jamás, jamás, un solo directivo del Barça, un solo jugador azulgrana levantó la voz para defender ni siquiera tímidamente reivindicaciones lingüísticas, culturales o libertades de Cataluña. Ni estaban ni se les esperaba. Doy fe.
Así que ese "más que un club" pasó por el franquismo como la luz a través del cristal: sin tocarse ni mancharse. Y, para colmo de los colmos, fue el único club que no dio una Medalla de Oro y Brillantes al dictador. Y fue el único porque no le entregó una, sino dos. Cada cosa en su lugar. Ahora resulta que a un ilustrísimo condenado por fraude fiscal se le quiere elevar a la categoría de mártir ¿de Cataluña? "Todos somos Messi" afirma ufano el presidente Bertomeu.
Ciertamente los barcelonistas, a Dios gracias, no son todos como Messi. Son gentes decentes, que trabajan, se ganan la vida y pagan sus impuestos (como todos, maldiciendo cuando llega el mes de junio). Hastía, asquea la grotesca y mantenida pretensión de envolver, una vez más, la cartera con la bandera.
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