
El combate contra la pobreza debería situarse en el centro de la acción política. Sin embargo, se pone mucho énfasis en la desigualdad. Lo que resulta excepcional es discutir el asunto sobre la base de análisis rigurosos, hacer referencia a sus causas, proponer soluciones basadas en el esfuerzo individual y tomar en consideración el estado real de las cuentas públicas.
Tanto análisis parcial y tanta promesa vacía sobre este asunto son motivos de alarma. También lo son tanta falta de sustancia, tan poca evaluación de los efectos de las decisiones (o votaciones) y tanta devaluación de la propia política. Y, si me apuran, tanto olvido de los principios que deben regir una sociedad moderna en un contexto plenamente globalizado. Conviene una lectura reposada de los Federalist Papers (Hamilton, Madison y Jay, 1777-1778) para darse cuenta de cuánta grandeza puede almacenar y difundir la política.
Un hecho relevante en el desarrollo de la teoría del Estado fue la publicación de El Leviatán (Hobbes, 1651). Desde entonces, el concepto de Estado-Nación forma parte del acervo político. Consideraba Hobbes que la misión del Estado es asegurar la ley y el orden como condición necesaria para el progreso. Y no fue menos importante el hecho de introducir, en su argumentación, la idea de un contrato social entre gobernantes y gobernados en el marco de un Estado mínimo solidario con los más necesitados.
La acción política contra la pobreza y la desigualdad ha sido objeto de un intenso debate a lo largo del tiempo. Tomando como referencias a Gladstone (discurso en Saltney, 1889) y Baron Beveridge (Social Insurance and Allied Services, 1942), por ejemplo, se detecta una combinación no articulada de rigor con efervescencia, desordenado frenesí y retórica más basada en principios ideológicos que en información ilustrada contrastada empíricamente.
Un ejemplo destacado de la puesta en el escenario de la cuestión de la pobreza y la desigualdad en España es el Informe de la Fundación FOESSA, combinación de propuestas sugerentes y fragilidades que deben dar paso a un debate sólido que sirva de referencia a la agenda política. Dicha agenda debería orientar su punto de mira a las causas y al necesario esfuerzo de los ciudadanos sin cuya contribución es imposible resolver los problemas de fondo.
Recientemente, Rafael Doménech ha hecho público el interesante y valiente documento La desigualdad en España: evolución, causas y políticas (8 de julio, 2016). El rigor del análisis conduce a Doménech a sostener en la Introducción (siguiendo a de Dominicis, Florax y de Groot, 2008), que: a) ?La relación entre desigualdad y crecimiento es compleja, con interacciones dinámicas entre ambas, en las que operan diferentes mecanismos?; b) ?Ni todo el crecimiento es siempre bueno ni toda la desigualdad es negativa: las causas y consecuencias importan? y c) que "Las políticas redistributivas ex-ante (igualdad de oportunidades) tienen efectos más positivos sobre el crecimiento que las medidas redistributivas ex-post (a través de impuestos o transferencias públicas), que pueden generar distorsiones".
Tras estas notas, Doménech destaca, sobre la base de información sólida y contrastada, algunos hechos que, dado que no siempre coinciden con las creencias de muchos ciudadanos, merecen ser subrayados. Quiero mencionar, como ejemplos, los siguientes: la desigualdad de la riqueza es menor que en otros países; el problema no reside en el 1 por ciento más rico; la mayor desigualdad del capital humano explica, aproximadamente, un tercio de la desigualdad en renta y hunde sus raíces en el elevado fracaso escolar; el 80 por ciento de la desigualdad se explica por las elevadas tasas de desempleo; tenemos una menor igualdad de oportunidades (movilidad social) que en otros países avanzados; y la redistribución ex-post es similar a la de los países del norte de Europa debido a nuestra elevada progresividad fiscal.
El estudio pone de relieve que el Estado del bienestar (impuestos y transferencias) tiene efectos redistributivos relevantes pero también tiene límites. Por ello, el eje sobre el que debe actuarse en primer lugar es el capital humano (particularmente, el fracaso escolar) sin olvidar la igualdad de oportunidades "mejorando la educación y las instituciones económicas y sociales".
El excelente trabajo de Doménech y sus colegas revela que, paso a paso, debemos alejarnos de las políticas meramente distributivas que no inciden sobre el origen de los problemas. Tenemos referencias para el debate. El documento de Doménech es una de ellas. Ahora sólo falta transformarlo en acción política con sentido común.