Opinión

La banca, cautiva y desarmada

Cuando hace dos años el sector bancario empezaba a encarar una posible salida de la crisis y parecía que lo peor había pasado, comenzaron toda una serie de acontecimientos que han terminado por minar la confianza del mercado. No hay mas que ver cualquier gráfico bursátil para comprobar cómo las cotizaciones se han desplomado a niveles más bajos que los que había en los peores momentos de la crisis. No es, por tanto, una coyuntura, es un profundo sentimiento de que se trata de un sector muy poco atractivo.

La banca tiene problemas relacionados con su propio modelo de negocio, la tecnología, los nuevos competidores no bancarios, las políticas monetarias tan expansivas que tiran el precio del dinero, la morosidad de los clientes, sus costes, las exigencias regulatorias, el estancamiento de algunas grandes economías y de los emergentes y, ahora, por si todo esto no bastara para que la gestión de un banco fuera un rompecabezas, sumemos el Brexit, los riesgos políticos y la inestabilidad de las sociedades desarrolladas que están siendo atacadas por el virus del populismo. Las reglas de juego están cambiando tanto que se trata de un juego diferente y el mercado no confía en que los actuales actores sepan jugarlo. Así, las acciones bancarias llevan desplomándose desde hace año y medio sin que levanten cabeza, lo que complica cualquier operación en la que haya que apelar al mercado, que sale con fórceps. En un entorno de crecientes necesidades de capital, la banca empieza a estar acorralada por sus propias debilidades y la escasa rentabilidad que puede ofrecer a sus accionistas y bonistas, con gran riesgo de continuar cayendo sin freno.

En algunos casos, los bancos aún no han absorbido todas las pérdidas generadas durante la crisis y un ejemplo sangrante es la banca italiana, que necesita un rescate en toda regla del Estado, que se resiste a hacerlo pero que será inevitable. Han comenzado por los avales, como comenzó España, pero cuando se está tan mal el endeudamiento no arregla el problema de solvencia, que sigue ahí. Hay que recapitalizar. Sin embargo, no todas las entidades ni en todos los países encaran el mismo problema, razón por la que, hoy más que nunca, se deben distinguir situaciones. Y ahora el Brexit. Si con una política monetaria superexpansiva los bancos tenían difícil ganar dinero, ahora la tendencia se confirma y los bancos centrales van a mantener por mucho tiempo tipos de interés tan bajos que el negocio de intermediación financiera tardará mucho en recuperarse. La volatilidad de los mercados también lleva pérdidas a los balances y el menor crecimiento económico que el Brexit inducirá en Europa no ayuda tampoco a mejorar los ingresos, por no hablar de las incertidumbres de todo tipo que acompañarán a un proceso de desconexión que aún va a generar sobresaltos en los próximos años.

El escenario es tal que vamos a ver cómo los requerimientos regulatorios sobre capital y liquidez que deben implantarse probablemente serán paulatinamente suavizados para permitir que las entidades sean rentables y, salvo problemas, no precisen recapitalización tras recapitalización. Hay que volver hacia una banca algo más apalancada, distinguiendo situaciones, porque el rendimiento del capital propio si no es imposible. Sin beneficios suficientes ninguna empresa es viable ni puede apelar al mercado, sólo provoca la orfandad inversora, siendo cada vez más dependiente de los bancos centrales y los estados.

La falta de visión de los banqueros a largo plazo y su escasa comprensión de la evolución económica no ha sido más miope que la de los políticos, que nos están dando grandes momentos. Son estructuras que han de funcionar para garantizar el desarrollo económico y que por mal gobierno y cortedad de miras no hacen sino poner palos en las ruedas del crecimiento y la estabilidad. Antes fueron los banqueros los que no supieron administrar los recursos y prestaron en exceso y mal, mientras los políticos les jaleaban, y ahora que los banqueros intentan centrarse y cumplir los excesivos requerimientos, nuevamente llegan los políticos, en forma de Brexit y populismos varios, a desestabilizar el mercado financiero y a destruir todo el trabajo realizado.

Gracias al Brexit, las políticas monetarias seguirán siendo expansivas por más tiempo y los tipos de interés demasiado bajos como para hacer banca. Se precisa un golpe de timón en la regulación bancaria que aúne una estricta supervisión con unos requerimientos de capital asumibles, de tal forma que puedan expandirse los balances de todas aquellas entidades cuyas carteras crediticias estén más o menos saneadas y, sobre todo, para que la rentabilidad del capital propio aumente, imprescindible para que el sector bancario sea viable a largo plazo. De seguir así las cosas, alguno de estos comunistas camuflados el día menos pensado podrá leer el tradicional parte de guerra, con la revancha correspondiente: ?En el día de hoy, cautiva y desarmada la banca, hemos nacionalizado las últimas entidades. El capitalismo ha terminado?.

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