Opinión

Del populismo al ?Brexit?

Entramos en una semana crucial. Tanto el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, como los comicios españoles del próximo día 26 marcarán el devenir de la economía mundial durante los próximos meses.

A simple vista, es difícil de entender por qué los sondeos sobre el referéndum británico han pasado en unas semanas de vaticinar que solo un tercio votaría a favor de irse de la Unión Europea a más de la mitad.

Las causas hay que buscarlas en la táctica del Gobierno británico de recurrir a la estrategia del miedo. David Cameron centra su campaña en difundir un montón de cifras macroeconómicas negativas sobre los efectos del Brexit para la economía británica. Sus rivales, los seguidores del popular exalcalde de Londres, Boris Johnson, apelan al resentimiento de los británicos contra dos fenómenos que están cambiando sus vidas y las de sus hijos: la inmigración y la globalización.

El Reino Unido tiene una tasa de paro de apenas el 5 por ciento, lo que equivale a pleno empleo. Pero, al igual que otros grandes países desarrollados, como Estados Unidos, Alemania o Japón, una buena parte corresponde a salarios baratos o temporales. Es una de las consecuencias de la globalización, la necesidad de abaratar los costes laborales y de todo tipo para competir con el mundo en desarrollo.

Además, la llegada de olas de inmigrantes procedentes del Este de Europa está transformando su vida diaria, incrementa la inseguridad ciudadana o la violencia y amenaza al estatus de vida que disfrutaban hasta ahora. La gente se queda más fácilmente con las soflamas de Johnson que con las frías cifras de Cameron o los grandes organismos internacionales, alejadas de la realidad cotidiana.

El problema es que el mensaje del exalcalde de Londres y sus secuaces es completamente falso, porque los británicos perderán un 20 por ciento adicional de poder adquisitivo, sólo con el desplome de la libra que se produciría al día siguiente de ganar el Sí, y tendrán que trabajar mucho más para devolver la deuda pública o privada, que se encarecerá por la devaluación de su moneda.

Miles de empleos de cuello blanco se perderán en la City, donde los bancos piensan ya en trasladarse a Fráncfort o París. El hub financiero londinense aporta más del 20 por ciento del PIB.

El ministro de Finanzas, George Osborne, advirtió que será necesario acometer un ajuste presupuestario inmediato y un alza de impuestos para sufragar el gasto. El impacto sobre el crecimiento se fija entre el 1 y el 5 por ciento del PIB, diez veces más que en el resto de Europa.

Si los votantes británicos se molestaran en echar un vistazo a los números comprobarían que el efecto negativo del Brexit en la Europa continental no llega a medio punto de crecimiento, y en países como España, ronda un par de décimas. Ellos serán los primeros perjudicados de su decisión.

El mayor inconveniente está en la pérdida de confianza en el proyecto de la Unión Europea y el temor a que abra el camino para que otros países pequeños, con altas tasas de descontento como Holanda, Dinamarca o Suecia, sigan sus pasos. Se da, además, la mala pata que Holanda mantiene estrechos lazos comerciales con Reino Unido, y sería uno de los países más perjudicados.

Pero también Alemania o Francia, donde el movimiento antiinmigratorio crece a ritmo de vértigo, corren el riesgo de ver caer a sus gobiernos en manos de partidos contrarios al proyecto europeo. Ambos países celebrarán comicios para renovar sus Ejecutivos el año que viene.

El ascenso en España o Italia de formaciones políticas como Podemos o el movimiento Cinco Estrellas, respectivamente, está impulsado por los mismos valores que el Brexit. El descontento de una parte creciente de la población por las míseras condiciones laborales que impone la globalización y las desigualdades derivadas de una competitividad cada vez más feroz.

La periferia europea o Irlanda sufrirían un shock, como hemos visto estos últimos días en los que el dinero corrió a refugiarse en los bonos alemanes o franceses. Por contra, la prima de riesgo de nuestro país volvió a superar los 150 puntos y encareció la financiación del Tesoro. El BCE de Mario Draghi tendrá que emplearse a fondo para devolver las aguas a su cauce natural.

La paradoja es que el triunfo de estos movimientos populistas no hace más que agravar el empobrecimiento de los ciudadanos y su sensación de incertidumbre. Como ocurrirá en España si gobierna Podemos y aplica una subida de impuestos bestial, que forzosamente tendrá que extender a las clases medias. La impresión es que el populismo es como un sarampión, que tarde o temprano habrá que pasar para poder curarse. En el referendo del miércoles votamos todos los europeos. Sus consecuencias se dejarán sentir de manera intensa en todo el continente a corto, medio y largo plazo.

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