
Celia Villalobos soltó la pasada semana una de esas frases que reflejan su refinamiento político: "A Pedro Sánchez solo le importa su culo personal". Y añadió, para redondear, "lo demás le importa una higa".
Es decir la señora vicepresidenta primera del Congreso no solo entiende que el líder del PSOE posee varios culos de quita y pon que combina y exhibe a conveniencia sino que presuponía que por poner ese "trasero personal" en el primer despacho de la Moncloa es capaz de cualquier indignidad incluido el entregar la vicepresidencia del gobierno, el CNI y Televisión Española a los malvados populistas de Podemos y romper España aceptando el apoyo de los independentistas catalanes.
Otros populares de nuevo cuño como Pablo Casado, y de quienes se espera otra forma de hacer política, se atrevieron a llamarle "Judas", pronosticando una cadena de traiciones que no termina de aparecer por parte alguna.
Desde el minuto uno en que el Rey encargó a Sánchez que intentara la investidura ante la negativa de Rajoy, el Partido Popular ha tratado de deslegitimar y torpedear cualquier movimiento que condujera a un acuerdo. Sus líderes y terminales mediáticas han lanzado el mantra de que no negociar con el candidato del partido más votado era un atentado a la democracia. Por más que repaso nuestra Constitución no consigo hallar un solo párrafo que exprese la obligación de las fuerzas políticas de entenderse con la formación predominante. Era evidente que el pacto que establecieron PSOE y Ciudadanos iba a encontrar grandes dificultades para completar la aritmética parlamentaria, como ha quedado patente tras la respuesta desabrida de Podemos, pero ni fue solo teatral ni tampoco inútil como se ha pretendido machaconamente trasladar desde el principio.
No lo es porque ha logrado retratar a cada uno de los actores políticos ante la ciudadanía y enriquecer, en consecuencia, la información del electorado sobre la actitud y el proceder de cada uno de los que pretenden cortar el bacalao en este país. Ignoro cuál será el resultado de las elecciones del 26 junio, que ya se antojan inevitables. El pronóstico no será fácil porque, al margen de la dificultad de prever los efectos del muy probable incremento de la abstención, está el más que impredecible juicio que cada español emita del comportamiento de los distintos candidatos en este insólito trance. Han pasado tres meses y medio desde el 20 de diciembre y parecieran tres años por las experiencias vividas.
Ninguno de los aspirantes acudirá a la contienda en las mismas condiciones que lo hizo a finales del 2015. Ninguno, ni siquiera el presidente en funciones que apostó desde el primer momento por la segunda vuelta y que ha venido presentando su pasividad como un valor, aunque a partir de ahora escenifique una electoralista hiperactividad negociadora y de disposición al diálogo.
Pedro Sánchez se ha ganado ante los suyos que nadie le discuta su candidatura en los nuevos comicios, aunque estará por ver si le saca algún rédito a su iniciativa pactista y al intenso foco que le ha proporcionado. En cambio, Albert Rivera parece haber obtenido un claro provecho a este periodo convulso al haber adquirido un protagonismo positivo por la imagen de transigencia y sentido de estado que ha logrado transmitir.
Es el anverso de Pablo Iglesias que, a juzgar por su proceder, no le tiene miedo a los hipotéticos perjuicios electorales que puedan provocar los distintos vectores negativos que en estos meses han afectado a su formación. Crisis orgánica, disputas internas, distanciamiento con sus confluencias y un desgaste de imagen derivado de un discurso bronco y recurrente. Tampoco le ayudan los embates relacionados con su financiación y su relación con Irán y Venezuela que no han sabido explicar ni desactivar.
En cada aparición pública del estrafalario Maduro insultando a Rajoy y bendiciendo a Podemos, a los de morado les sale un moratón. La anunciada consulta a la militancia con respuestas inducidas no tiene hechuras para librarles de la bola negra que se queda el culpable de volver a las urnas.
De producirse la batalla del 26 de junio, no será tan similar como en principio imaginamos a la del 20 de diciembre. Todos los concurrentes se juegan mucho, y Sánchez y Rajoy los que más. Parafraseando a la Villalobos, no será Pedro el único que habrá de defender su culo, el de Rajoy también peligra.