
Todos los escenarios están abiertos ante la celebración, el próximo junio, de un referéndum sobre la posible salida de Reino Unido de la UE. Lo único cierto es que el llamado Brexit es una opción que puede materializarse, debido a lo igualados que ya están los dos bandos y a la campaña en pro de la separación en la que se van a embarcar correligionarios de peso del propio premier David Cameron, como el alcalde de Londres, Boris Johnson.
Sobre esta base cabe reconocer que varios tipos de Brexit son posibles. Sin duda, Reino Unido ya goza de un status especial dentro de la UE y la separación puede ser sólo cuestión de grado. Se equipararían así las peculiaridades británicas a las propias de países como Noruega o Suiza, que no excluyen acuerdos económicos preferentes con la Unión e incluso acceso a la libre circulación de personas y capitales. Ahora bien, nada parecido al Brexit se ha producido en la historia europea y es imposible garantizar que la separación no sea mucho más profunda. En ese escenario, el golpe económico sería rotundo, sobre todo para la City. Hace siglos que esta área de Londres dejó de ser un mercado nacional para convertirse en un núcleo financiero de importancia vital, sobre todo en Europa. De hecho, es allí donde se lleva a cabo la mayor parte de las emisiones de bonos corporativos, denominadas en euros, de las empresas del Continente. Si éstas encuentran cerrado el mercado londinense, posiblemente se reorganizarán en París o Fráncfort, pero la City vería reducido un 20 por ciento el valor comercial de toda su industria financiera. El Brexit es así una apuesta de alto riesgo (como lo han manifestado los desplomes de la libra en esta semana), en la que no está claro si habrá algún ganador.