
En Europa, 2016 empieza con un concurso histórico entre modelos de desarrollo rivales, es decir, estrategias de fomento del crecimiento económico, entre China por un lado y EEUU y otros países occidentales por el otro. Aunque la competición se ha ocultado en gran medida al público, el resultado decidirá el destino de gran parte de Eurasia durante décadas.
Casi todos los occidentales conocen que el crecimiento se ha ralentizado notablemente en China, de más del 10 por ciento anual en las últimas décadas a menos del 7 por ciento hoy (y posiblemente más bajo). Los líderes del país no se han sentado de brazos cruzados sino que han querido acelerar el paso de un modelo de crecimiento orientado a las exportaciones y nocivo para el medioambiente, basado en la industria pesada, a otro basado en el consumo interno y los servicios.
Pero los planes de China también comportan una dimensión externa. En 2013, el presidente Xi Jinping anunció una iniciativa masiva llamada Un cinturón, una ruta, que transformaría el núcleo económico de Eurasia. El componente de un cinturón... consiste en conexiones ferroviarias desde China occidental pasando por Asia Central y hasta Europa, Oriente Medio y el sur de Asia. El elemento extrañamente bautizado como una carretera consiste en puertos e instalaciones para aumentar el tráfico marítimo del este de Asia y conectar estos países con el cinturón, dándoles una posibilidad de trasladar sus productos por tierra en vez de atravesar dos océanos, como actualmente.
El Banco Asiático de Inversiones Infraestructuras (AIIB), liderado por China, que EEUU rehusó integrar a principios de año, está diseñado en parte para financiar Un cinturón, una ruta, aunque las necesidades de inversión del proyecto eclipsarán los recursos de la nueva institución propuesta. De hecho, Un cinturón, una ruta supone una desviación sorprendente de la política china. Por vez primera, China busca exportar su modelo de desarrollo a otros países. Las empresas chinas, por supuesto, han estado muy activas en Latinoamérica y el África subsahariana en la última década, y han invertido en materias primas e industrias extractoras, así como en el modelo de infraestructuras necesario para trasladarlas a China. Pero en este caso es distinto porque su propósito es desarrollar capacidad industrial y demanda de consumo en países fuera de China. En lugar de extraer materia prima, China quiere traspasar su industria pesada a países menos desarrollados, enriquecerlos y fomentar su demanda de productos chinos.
El modelo de desarrollo chino es diferente del que está en boga hoy en 0ccidente. Se basa en inversiones estatales inmensas en infraestructuras (carreteras, puertos, electricidad, vías de tren y aeropuertos) que facilitan el desarrollo industrial. Los economistas estadounidenses abjuran de esta estrategia del construye y ya vendrán porque les preocupa la corrupción y la autogestión cuando el Estado se implica tanto. En los últimos años, por el contrario, la estrategia de desarrollo europea y estadounidense se ha centrado en grandes inversiones en sanidad pública, políticas de igualdad entre sexos, apoyo a la sociedad civil global y medidas anticorrupción.
Loables como son estos fines occidentales, ningún país se ha enriquecido jamás invirtiendo en ellos nada más. La sanidad pública es una condición esencial importante de un crecimiento sostenido pero si a un ambulatorio le falta un suministro fiable de luz y agua limpia, o no hay buenas carreteras que conduzcan a él, no servirá para mucho. La estrategia basada en infraestructuras de China ha funcionado notablemente bien en el país y ha sido un elemento importante de las estrategias lanzadas en otras naciones del este asiático, de Japón a Corea del Sur o Singapur.
La gran pregunta para el futuro de la política global es directa: ¿qué modelo imperará? Si Un cinturón, una ruta cumple con las expectativas de los planificadores chinos, toda Eurasia, desde Indonesia a Polonia, se verá transformada en la próxima generación. El modelo chino prosperará fuera de China, aumentará las rentas y la demanda de productos chinos en sustitución de unos mercados estancados en otras partes del mundo. Las industrias contaminantes también se trasladarán a otro lado. En vez de estar en la periferia de la economía global, Asia central será su núcleo. Y la forma de Gobierno autoritario chino cobrará un prestigio enorme, con efectos ampliamente negativos para la democracia en el mundo.
Aun así, hay razones de peso para dudar de que Un cinturón, una ruta vaya a tener éxito. El crecimiento basado en infraestructuras ha funcionado bien en China hasta ahora porque el Gobierno chino podía controlar el entorno político. No ocurrirá lo mismo fuera, donde la inestabilidad, los conflictos y la corrupción interferirán con los planes chinos.
Sin duda, China ya se ha topado con sectores molestos, legisladores nacionalistas y amigos inconstantes en países como Ecuador o Venezuela, donde ya tiene inversiones inmensas. China ha tratado con musulmanes inquietos en su propia provincia de Xinjiang, en gran parte por la negativa y la represión. Ese tipo de tácticas no van a cuajar en Pakistán o Kazajistán.
Eso no significa que EEUU y otros gobiernos occidentales deban quedarse sentados y esperar a que China se hunda. La estrategia de desarrollo masivo de las infraestructuras podría haber llegado a su límite dentro de China y tal vez no funcione fuera pero sigue siendo crítica para el crecimiento global.
EEUU solía construir pantanos imponentes y redes de carretera allá por los cincuenta y sesenta, hasta que esos proyectos cayeron en desuso. Hoy, el país tiene relativamente poco que ofrecer a los países en desarrollo en ese ámbito. La iniciativa Empoderar África del presidente Obama es buena pero ha tardado en despegar. Los esfuerzos por construir el puerto de Fuerte Libertad en Haití han sido un fracaso.
EEUU debería convertirse en miembro fundador del AIIB. Todavía puede incorporarse y empujar a China hacia un mayor cumplimiento de las normas internacionales sobre medio ambiente, seguridad y trabajo. Al mismo tiempo, EEUU y otros países occidentales tendrían que preguntarse por qué ha sido tan difícil construir infraestructuras no solo en países en desarrollo sino también en los propios. De lo contrario, corremos el riesgo de ceder el futuro de Eurasia y otras partes importantes del mundo a China y su modelo de desarrollo.