
Un buen amigo siempre dice que la primera industria de esta ciudad es la del poder. Y, aunque las decisiones se firman en los despachos, es en los cenáculos donde se cuecen, donde se conforma el clima de opinión que después impregna las tertulias para saltar de ahí a los hogares de los ciudadanos españoles.
Empresarios, políticos o periodistas, que son los que suelen sentarse a la mesa, dieron ya por sentado hace tiempo que nos encaminamos a una segunda transición. Nada de revoluciones, sino una voladura controlada del sistema que permita a los españoles sentirse de nuevo representados por sus dirigentes y, en menor medida, que corrija los desajustes del sistema autonómico. No en favor de la igualdad, sino para facilitar por enésima vez que los nacionalistas se encuentren cómodos entre las costuras de la nación otras tres décadas.
Todo eso, lo de la segunda transición, está ya decidido. Ahora hay que elegir a los autores de la obra, los formales al menos. Y con el fin de ordenar el debate se ha establecido una novedosa escala entre los que aspiran a ocupar escaños. Coloca al PP en la derecha extrema, a C's en el centro derecha, el PSOE estaría en el centro izquierda y Podemos en la extrema izquierda. Sobra decir que los poderosos huyen de los extremos.
Así que el desenlace, si la historia no nos hubiera demostrado que este país puede darse la vuelta como un calcetín en 24 horas, estaría cantada. Iglesias lo sabe. Por eso se declara socialdemócrata hasta la médula. Y Mariano Rajoy, si esta vez tiene olfato, luchará por quitarse la etiqueta. Hasta ahora, su partido acogía a liberales, conservadores y democristianos. Ahora, unos cuantos se han largado con Albert Rivera y le han birlado de paso la bandera de la unidad nacional.
Si logran escorarle un poco más, y esa será la batalla hasta las elecciones, el trabajo estará ya hecho. Después, sólo habrá que rubricarlo en las urnas.