
En deferencia a Star Trek, podríamos llamarlo el mercado de la última frontera. Mientras los mercados se hunden aquí en la Tierra, un grupo de milmillonarios se lanza en órbita.
De Jeff Bezos a Paul Allen, pasando por Elon Musk y Richard Branson, se ha despertado un interés repentino de la inversión privada por explorar el resto del sistema solar y, finalmente, convertir esa aventura en propuestas de negocio puro y duro.
En el espacio, como decía el cartel de Alien, nadie nos oye gritar. Ahora parece que no hay quien nos oiga por encima del barullo de multimillonarios jactándose de la próxima gran oportunidad de inversión. Quizá tengan razón. Entre ellos, los magnates que juegan con sus lanzacohetes poseen un valor combinado de 80.000 millones de dólares, lo que sugiere que saben más que casi todos nosotros de cómo crear una nueva empresa y hacer que valga algo.Pero aun no ha demostrado nadie cómo se puede extraer beneficio de ninguno de estos proyectos.
Y los multimillonarios sienten desde hace tiempo debilidad por el viaje espacial. Llevan queriendo alcanzar las estrellas desde que ha sido posible. Pero eso no quiere decir que los demás debamos seguirles.
Ahora mismo se habla mucho de la inversión en la exploración espacial. El fundador de Amazon, Jeff Bezos, ha montado una empresa llamada Blue Origin para lanzar vehículos espaciales privados. Elon Musk, el multimillonario fundador de Pay Pal y de la empresa de coches eléctricos Tesla, ya ha convertido su SpaceX en uno de los grandes actores privados espaciales. Paul Allen, cofundador de Microsoft, ha invertido millones en Stratolaunch Systems, que está desarrollando un tipo de cohete nuevo. Y Richard Branson, el emprendedor británico que hizo de su grupo empresarial Virgin un imperio global, lleva años queriendo lanzar los viajes privados al espacio, aunque hasta el momento con resultados dispares. A nadie le sorprende el revuelo que se ha formado. El espacio se vende como la próxima gran frontera inversora y los inversores corrientes podrían verse tentados a dejarse llevar.
¿Cuál será el límite?
Es fácil ver las ventajas. La globalización ha sido el gran motor del crecimiento económico de las últimas tres décadas pero, a excepción de algunas partes de África, ya no hay muchos países ni continentes que industrializar. Casi todo será mundo desarrollado pronto. Por el contrario, el espacio ofrece oportunidades sin límite para el turismo, las materias primas, la comunicación y, en los escenarios más optimistas, construir comunidades totalmente nuevas. Y ahora que se ha encontrado agua en Marte, ¿quién sabe cuál será el límite?
También es fácil dejarse llevar por las personalidades. Desde la muerte de Steve Jobs, Jeff Bezos parece el magnate más avispado del mundo en estos momentos (y no sorprendería mucho que Amazon acabara siendo incluso más grande que Apple). Figuras como Branson, Musk y Allen tampoco se quedan atrás. Ninguno de ellos tiene que demostrar que sabe algo de emprender ni que es capaz de ver una oportunidad antes que los demás.
¿Pero el espacio? ¿En serio? Para creer que se puede ganar dinero en el resto del sistema solar hay que fumarse algo muy fuerte. Nadie ha podido demostrar hasta el momento ninguna demanda clara comercial para el turismo privado espacial. Unos cuantos podrían estar dispuestos a pagar a Richard Branson por la emoción de una rotación en órbita y siempre iba a haber demanda de satélites de comunicación, pero Internet y la tecnología de telecomunicaciones avanzan tan rápido y de formas tan imprevisibles que ni siquiera eso se puede dar por sentado.
Aparte de eso, cuesta ver los argumentos. ¿Minerales? Los mercados en quiebra de las materias primas sugieren que en nuestro planeta sobran. ¿Colonias? En casi todos los países desarrollados las poblaciones están estáticas como mucho y a menudo en descenso. El mundo en desarrollo llegará a esa situación pronto (China se acerca). Puede que pronto en el mundo no haya suficiente gente, en ningún caso demasiada. En cuanto a los beneficios, hay que tener en cuenta también que ni siquiera con el turismo aéreo se gana mucho dinero. Cuando se descuentan las subvenciones, ocultas o no, ni Airbus ni Boeing han ganado tampoco mucho. Y fuera de la atmósfera de la Tierra las cosas no hacen más que complicarse.
Además, ya hemos pasado por esto. Lo que se conoció como la explosión "trónica" a principios de los sesenta se centró en la nueva frontera de la electrónica y el turismo espacial. Muchas empresas se fijaron en PES de 2000 o más, con la esperanza de que la explotación comercial del espacio se convirtiera en un gran nuevo sector. Todas acabaron en quiebra. Y los magnates súper ricos sienten debilidad por el espacio. Andrew Carnegie y John D Rockefeller entregaron millones a programas de exploración espacial. Se volvió una obsesión para la familia Guggenheim, una de las más ricas en los Estados Unidos de preguerra. La familia financió el primer cohete de combustible líquido en 1926.
Ninguno ganó un centavo de ello. Tal vez haga falta un psicólogo para explicar por qué a los magnates por derecho propio les da por soñar con el turismo espacial. Quizá les atraiga la sensación de aventura que les hizo ser grandes emprendedores en primer lugar. Son instintivamente atrevidos y ambiciosos, y cuando ven una frontera nueva quieren conquistarla. Cuando uno ha comprado varios yates, casas, equipos de fútbol y uno o dos partidos políticos, no queda mucho en lo que gastarse el dinero. Un cohete es de las pocas cosas en que se puede quemar dinero a lo grande.
Los multimillonarios pueden despilfarrar fortunas en el romance del turismo espacial si ellos quieren pero eso no significa que el inversor corriente deba seguirlos. De hecho, el mejor sitio donde ganar dinero es el mismo de siempre: aquí abajo, con los pies en la Tierra.