
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, se afanó por revestir las elecciones del 27 de septiembre de un carácter no sólo plebiscitario, sino también histórico para el futuro de Cataluña.
Los datos de participación, 77% por ciento del censo electoral frente al 67,7% de noviembre de 2012, demuestran que los catalanes le tomaron la palabra. Pero, en contra de los planes de Mas, no lo hicieron para respaldar masivamente el independentismo; muy al contrario, los resultados volvieron a demostrar que la complejidad y la pluralidad del mapa político de Cataluña impiden al secesionismo gozar de hegemonía.
Desde luego, no le alcanza en porcentaje de votos, ya que la suma de los obtenidos por Junts Pel Sí y por la CUP queda por debajo del 50%. Con respecto a los escaños logrados en el Parlament, la mayoría absoluta sí es alcanzable pero pagando el elevado peaje que supone que la lista en la que se integraron CDC y ERC y la formación radical de izquierdas, encabezada por Antonio Baños, lleguen a un pacto.
En la necesidad de esa alianza estriba el fracaso sin paliativos de Mas. El presidente estuvo dispuesto a todo por que Junts Pel Sí arrasara, desde dinamitar su propio partido (lo que ha supuesto para Uniò ser condenado a la irrevalancia), hasta hacer imposible una gestión normalizada de la Generalitat. Para compensar tan alto precio no bastan los 62 escaños obtenidos, seis por debajo de la mayoría absoluta, y nueve menos de los que CiU y ERC sumaron en 2012.
Como ocurrió en ese año, Mas sólo logra empeorar sus resultados y termina de arruinar su carrera política al quedar a merced de un pacto con una formación de ideología opuesta a la suya, la CUP (10 escaños), que dejó claro su rechazo a respaldar que un político tan marcado por la corrupción en CDC vuelva a ser presidente. Su posición en absoluto es más sostenible que la que se encontró, tras perder el referéndum de hace un año, el ministro principal de Escocia. Mas, como Alex Salmond, debe dimitir.
Lo más opuesto a ese fracaso lo representó Ciudadanos. La formación de la candidata Inés Arrimadas se convierte en la segunda fuerza en el Parlament, tras una vigorosa remontada, desde los 9 escaños de 2012 hasta los 25 actuales. Frente al ímpetu del partido naranja, las marcas autonómicas de PP y PSOE siguen pagando por el decepcionante manejo de la cuestión catalana que caracteriza a sus líderes nacionales. Así, el PP pasa de 19 a 11 escaños, aunque es justo reconocer que Xavier G. Albiol no ha encajado la debacle que se preveía para su antecesora, Alicia Sánchez-Camacho.
Por su parte, el PSC pierde cuatro asientos, y queda en 16, pero marca amplias distancias con respecto al partido que amenazaba con eclipsarlo, Cat sí que es pot, liderado por Podemos. Sus 11 escaños revelan que la formación liderada por Pablo Iglesias no deja de perder fuelle, al igual que sus posibilidades reales ante las elecciones generales de diciembre. En total, las fuerzas no independentistas suman el 50,5% de los votos, lo que demuestra que el porcentaje de los votantes que sí se posicionaron a favor de la secesión sigue sin ser desdeñable.
Su desafecto continúa siendo un problema y la mejor manera de que acabe traduciéndose en una mayoría absoluta de votos sería volver a minusvalorarlo. Pero la principal conclusión del 27 de septiembre es que el desafío que Mas planteó para alcanzar dicha mayoría ha fracasado sin paliativos y que ha llegado el momento de que el todavía president se eche a un lado, como ocurrió en Escocia.